Enamorada del jeque (Aspirantes al trono #3) – Linda Winstead Jones

Él respondió con algo parecido a un gemido y respondió:

—Si no, vendrán hasta aquí a comprobar qué tal estás. Y no queremos que eso ocurra —el teléfono había sonado tres veces. Cuatro. Cinco. Otro beso. Seis. Cassandra refunfuñó y agarró el aparato.

—¡Diga!

Se separó de Kadir.

—Ah, hola, mamá.

—¿Va todo bien?

Su madre, mejor que nadie, sabía lo mucho que le importaba Kadir, así que era normal que se preocupase por ella.

—Sí… Me has despertado —contestó ella sentándose.

—Lo siento. Como siempre te levantas temprano, di por hecho que ya estarías despierta. Sé que anoche te acostaste tarde y… oh, cariño, cómo lo siento. Podemos ir un par de días allí contigo, o vernos en Silverton.

Le había hecho la misma propuesta la noche anterior y Cassandra la había rechazado. Volvió a hacerlo.

—No, gracias. No será necesario. La señora Dunn me está metiendo prisa para que vuelva al trabajo lo antes posible. Supongo que piensa que me vendrá bien mantenerme ocupada. Es posible que vuelva esta misma tarde —odiaba tener que mentirle a su madre, pero no tenía otra opción—. Estoy bien, de verdad, mamá.

La cama crujió y Kadir salió de entre las sábanas en dirección del baño. Cerró la puerta detrás de él.

Cassandra le dio la espalda al cuarto de baño. Estaba deseando contarle a su madre que Kadir estaba vivo. Pero no podía hacerlo. Eso no sólo significaría traicionarlo, sino que pondría a Piper Klein en peligro. Así que prefirió decirle en voz baja:

—Tenías razón cuando me decías que era demasiado prudente. Debería haberme tirado en los brazos del jeque Kadir en cuanto lo vi bajar del avión y empecé a sentir aquel cosquilleo en el estómago. Debí decirle desde el principio que era él.

—Siempre has sido muy prudente. —Siempre he tenido miedo —replicó ella. Oyó que Kadir abría la ducha. Ya podía hablar más alto, pero prefirió mantener un tono bajo.

—Siempre he tenido miedo de que me hiciesen tanto daño como le han hecho a Lexie en varias ocasiones. Sólo quiero encontrar lo que tenéis papá y tú.

—Y algún día lo tendrás —le aseguró su madre. Aunque aquello era como decirle a una niña pequeña que algún día llegaría su príncipe azul y que serían felices para siempre.

—Quizás —respondió ella—. Pero no lo conseguiré si sigo teniendo miedo y si ni siquiera lo intento. Imagino que debería aprender un par de cosas de Lexie.

—¡Pero sin excederte!

Cassandra rió.

—Sigo siendo yo, mamá. Sólo que… —diferente. Más atrevida. Menos miedosa—. Siento como si tuviese cien años más que ayer.

—Iré a Leonia hoy mismo.

—No lo hagas. Es posible que ni siquiera esté aquí esta tarde. De verdad, voy a volver al trabajo —insistió en que estaba bien y luego colgó el teléfono y volvió a tumbarse en la cama, deseosa de que Kadir siguiese allí con ella.

Seguía oyendo la ducha en el cuarto de baño. Kadir estaba allí, desnudo. Cassandra sabía que la deseaba. Siempre la había deseado. Siempre había sido ella la que había puesto los límites, quien había insistido en que su relación fuese sólo profesional.

Se dirigió hacia la puerta del cuarto de baño y se desabrochó la parte de arriba del pijama. Aquel pijama había sido un regalo de Navidad de sus padres, pero aparentemente era demasiado recatado para Lexie, porque lo había estrenado ella. Su hermana siempre dormía con lencería sexy, o sin nada. Ella sabía bien cómo seducir a un hombre. Y Cassandra, no. Tenía la boca seca de los nervios, ella, una mujer que nunca se permitía el lujo de estar nerviosa.

Abrió la puerta del baño sin llamar y vio la figura de Kadir a través de la mampara empañada. Era alto y delgado. Tenía una figura muy masculina y Cassandra ya había podido saborear en la cama un aperitivo de lo que podría ofrecerle. Se quitó la parte de arriba del pijama y la dejó caer al suelo.

Antes de poder dar un paso más hacia la ducha y hacia el hombre desnudo que había en ella, una voz profunda la detuvo con una sola palabra.

—No.

Sorprendida, se quedó en medio del cuarto de baño, medio desnuda.

—¿No, qué?

—No te metas conmigo en esta ducha —dijo Kadir—. No tengas sexo conmigo sólo por el hecho de que no esté muerto.

—Kadir, no…

—Y no mientas. Ni a mí, ni a ti misma. Me he dejado llevar al tenerte cerca y sentir tus labios y tu cuerpo contra el mío, pero al separarnos, me he parado a pensarlo. Te habías resistido hasta ahora, ¿por qué has cambiado de opinión?

Cassandra se dio cuenta de que lo que estaba a punto de ocurrir justo cuando su madre había llamado no iba a ocurrir tampoco en ese momento.

—Quizás hayas pensado demasiado —se quejó ella.

—Me gustaría no tener que pensar, pero no tengo elección —comentó él casi riendo—. Sólo hay un hombre en el mundo en el que confío y todavía no he decidido cómo voy a ponerme en contacto con él sin alertar a nadie más de que estoy vivo —luego continuó en voz más baja—. Sólo puedo fiarme de una mujer en el mundo. Si me acuesto con ella en un momento de debilidad, si me aprovecho de que se ha sentido aliviada al descubrir que sigo vivo, ¿lamentará algún día algo que nunca debería ser causa de lamentaciones?

—No…

—No lo sabes, todavía no lo sabes. No lo sabes esta mañana, porque piensas que no hay nadie más en el mundo que nosotros dos. No estamos solos en el mundo, Cassandra. ¿Qué pasará cuando tengamos que enfrentarnos a la realidad, seguirás pensando lo mismo que ahora?

—Podría prometerte que no me arrepentiré, pero no me creerías, ¿verdad?

—Hoy no.

—De acuerdo.

Cassandra recogió el pijama del suelo del cuarto de baño y salió al dormitorio cerrando la puerta tras de ella. No lloró. Las lágrimas debían reservarse a la muerte, a la destrucción y a los desengaños, pero no a los simples fracasos. Y aquello, después de todo, no era más que un fracaso. En lo que a la seducción se refería, era una fracasada.

Se volvió a poner la parte de arriba del pijama y se dirigió a la cocina. Necesitaba un buen desayuno y no recordaba lo que Lexie tenía en la cocina.

No, no lloró, ni tampoco se enfadó. Tenía la mente ocupada con otras posibilidades, planes y escenarios. Quizás como seductora fuese una fracasada, pero eso era porque no tenía práctica. Dado que estaba segura de que Kadir la deseaba, no le parecía que su objetivo fuese a ser tan difícil de obtener.

No iba a tirar la toalla. Ya no quería las mismas cosas que el día anterior, pero su personalidad seguía siendo la misma. Lucharía por lo que quería con determinación.

Kadir dejó el dormitorio y olió a dulce y a canela, la casa estaba impregnada de un delicioso olor. Le preocupaba que Cassandra se hubiese ofendido con su rechazo, pero era un riesgo que tenía que correr. Una mujer no cambiaba de opinión tan fácilmente. Bueno, a veces, sí, pero eso quería decir que no lo había reflexionado bien. Le gustaba que ella se hubiese sentido aliviada al verlo vivo, pero no quería que hiciese el amor con él aquella mañana sólo por eso y que lo lamentase en cuanto la noche volviese a caer.

Al llegar a la cocina, Kadir vio que todavía llevaba puesto el pijama. Él había buscado algo de ropa en el armario del dormitorio y había encontrado unos vaqueros azules, una camisa de algodón verde y unos zapatos que tenían las suelas desgastadas, pero que le servirían hasta que se comprase ropa nueva.

Aunque no sabía cómo iba a comprársela. No tenía dinero en efectivo y se suponía que estaba muerto.

—¿Te gustan las magdalenas? —Le preguntó Cassandra mirando el horno—. Umm, ya casi están listas. Les deben de faltar otros tres minutos —se dio la vuelta y lo miró, y su sonrisa desapareció inmediatamente—. Dios santo, ¿qué has hecho?

Kadir se pasó la mano por la cara.

—Me he afeitado —no le dijo que la idea se le había ocurrido al verle a ella las mejillas y la barbilla irritadas después del beso que se habían dado. No quería herirla, ni siquiera de esa manera—. Quiero que quienes crean que estoy muerto sigan pensándolo. En cuanto acabemos de desayunar, me gustaría que me cortases el pelo. Con esos cambios y tomando algunas precauciones, nadie me reconocerá.

Cassandra sonrió.

—Me gusta. Pareces más joven sin barba y… diferente. La ropa también te hace parecer distinto. En cuanto te corte el pelo sólo podrá reconocerte alguien que te conozca muy bien.

Kadir prefirió no comentarle que lo más probable era que el que lo había traicionado era alguien que lo conocía muy bien.

Se acercó a él, no parecía estar molesta por lo que había sucedido en el cuarto de baño, a pesar de que a la mayoría de las mujeres no les sentaba nada bien que las rechazasen. Quizás Cassandra se hubiese dado cuenta de que él tenía razón. Al fin y al cabo, era una persona muy sensata.

Al llegar a su lado, levantó la mano y le tocó la mejilla.

—Me gusta —admitió poniéndose de puntillas y dándole un beso en los labios.

Lo besó. No puso los brazos alrededor de su cuello y él tampoco la abrazó a ella. Pero el cuerpo de Kadir respondió a aquel beso. Se estremeció.

Cassandra se retiró con una sonrisa.

—No me mires así —le pidió—. Quería comprobar cómo era besarte sin barba, ahora ya lo sé.

Era el razonamiento enrevesado de una mujer, pero Kadir no se atrevió a discutir con ella.

Después, como si nada hubiese ocurrido, Cassandra comentó:

—Las magdalenas están listas. Espero que tengas hambre, porque he hecho muchas.

Si el objetivo de aquel beso había sido restregarle su anterior rechazo por la cara y hacer que se arrepintiese de él, lo cierto era que había surtido efecto.

Pero, en aquellos momentos, Kadir sólo podía pensar en una cosa. Se sentó en la mesa de la cocina, en la que había café y las magdalenas y dijo:

—Anoche tenías una pistola. La quiero.

Capítulo 9

Por la manera en la que Kadir sujetaba el revólver era evidente que estaba más acostumbrado a ellos que Cassandra. Encontró lo necesario para limpiarlo en el fondo del armario, junto con más munición. Lo limpió y lo cargó con cuidado y en esos momentos lo estaba examinando una vez más.

Como si sintiese la mirada de Cassandra sobre él, levantó la cabeza y la miró. Ella seguía sin acostumbrarle a verlo sin barba, pero le gustaba su aspecto. En cuanto le cortase el pelo, nadie lo reconocería.

Aunque necesitaría unas gafas de sol para completar el disfraz. Ella habría sido capaz de reconocer aquellos ojos de todos modos.

—Me estás observando —comentó él.

—Lo siento. Es la primera vez que veo a un diplomático tan cómodo con una pistola.

—No siempre he sido diplomático —respondió él encogiéndose de hombros.

Era evidente que Kadir no era como los otros embajadores que ella había conocido y, dado que pensaba que era el hombre de su vida, no sabía si debía pedirle más detalles. Pero Kadir podía pensar que sus preguntas eran demasiado personales. Aquella mañana desconfiaba de ella, así que si iba demasiado lejos, quizás decidiese continuar él solo con aquello. Cassandra quería ayudar; necesitaba implicarse. Pero, por otro lado, quería conocer a Kadir lo mejor posible y no sabía cuanto tiempo tendría para ello.

—¿Has estado en el ejército? —Sí.

—¿Y por qué decidiste convertirte en embajador? Kadir dejó el revólver encima de la mesa y la miró fijamente.

—Si de verdad quieres saberlo, te lo contaré mientras me cortas el pelo.

Fueron los dos al cuarto de baño que había en el pasillo, que era algo mayor que el de la habitación, y Kadir se sentó en el borde de la bañera. Cassandra le pidió que se quitase la camisa. Cuando lo hubo hecho, le colocó una toalla por encima de los hombros y empezó a cortar con cuidado su pelo rizado.