Enamorada del jeque (Aspirantes al trono #3) – Linda Winstead Jones

A ella la sorprendió que la llamase por su nombre de pila, pero miró a su alrededor y se dio cuenta de que estaban a solas.

—¿Qué quiere decir? No es más que un jardín. Muy bonito, por supuesto. ¿No le parece que son todos parecidos?

Él sonrió, y Cassandra volvió a sonrojarse.

—No, no todos son parecidos. En absoluto. Personalmente, yo prefiero los jardines en los que las plantas crecen libremente, en los que hay que abrirse paso para avanzar. Me gustan las flores grandes, de colores brillantes, rojas, amarillas, moradas, que nos recuerdan que la vida es bella. Las plantas tienen que ser fuertes para sobrevivir en ese tipo de jardines. Estas de colores tan pálidos no lo harían. Las flores de colores vivos les quitarían la luz del sol. Las raíces más fuertes se llevarían todos los nutrientes —comentó mirando a Cassandra, que lo observaba con curiosidad—. Algo tan delicado no sobreviviría en un medio salvaje.

Kadir se dio cuenta de que no hablaba de flores. Su propia vida había sido salvaje en el pasado. Todavía tenía días en los que seguía siendo como una flor silvestre, pero se había dedicado tanto a su misión, que su color había palidecido un poco, aunque no por completo.

Su vida corría peligro y, a pesar de que tomaba las precauciones necesarias, no era posible estar completamente a salvo. Cassandra Klein era una flor delicada que no sobreviviría en semejante jardín.

Kadir deseaba besarla. Era un deseo inadecuado, imprudente. Una locura. Y, aun así, quería besarla. Quizás, si pusiese sus labios sobre los de ella, podría descubrir la flor silvestre que había en su alma. Quizás no fuese tan delicada como parecía.

—Siento que no esté divirtiéndole el paseo —se disculpó Cassandra de modo muy profesional—. Ya veo que estos jardines no le interesan. Mañana…

—Mañana iremos a Barton —dijo él sonriendo.

—Pero…

—Dijiste que cambiaríamos los planes para que nadie supiese dónde encontrarnos. Quiero ir a Barton mañana.

—De acuerdo.

—¿Y conoceré a tu madre?

—Supongo que sí —respondió ella suspirando y apartando la mirada.

—Bien. Saldremos temprano y yo conduciré.

—Pero…

—Yo conduciré —repitió Kadir.

La tomó por el brazo y la condujo hacia donde se encontraba Jibril mientras se preguntaba cómo iba a hacer para deshacerse de sus hombres, que se suponía que tenían que vigilarlo veinticuatro horas al día. Estaba cansado de llevar una vida tan ordenada. Cansado de tanto aburrimiento.

Deseaba volver a ser como una flor silvestre, aunque sólo fuese un rato.

Capítulo 4

Cassandra cerró los ojos e intentó controlar su estómago. El jeque estaba volviendo a causar estragos en su interior, aunque en aquellos momentos lo que hacía que estuviese aturdida era su manera de conducir. Nunca había ido tan rápidamente por aquella carretera.

Abrió un ojo y miró a Al-Nuri. Él iba sonriendo de oreja a oreja, disfrutando del viaje. El viento lo despeinaba, sus ojos iban escondidos detrás de unas gafas de sol e iba vestido de modo mucho más informal que de costumbre. Parecía un hombre diferente.

La miró y sonrió todavía más. Aquel hombre estaba loco.

—¡Mire la carretera! —ordenó ella.

Kadir obedeció y ella volvió a cerrar los ojos.

Al-Nuri se había escapado de sus guardaespaldas aquella mañana, y había dejado a Tarif encargado de contarles una mentira: tenía que decirles que tenía muchas llamadas que hacer y que no quería que lo interrumpiesen, que tenía mucho trabajo aburrido que requería que estuviese todo el día encerrado en su despacho. Después, con la ayuda de Oscar, había ido al garaje y se había hecho con un descapotable negro.

A aquella velocidad, llegarían a Bailón en la mitad de tiempo que solía llevarle a Cassandra.

La carretera era bastante buena, pero necesitaba ser reparada, y tenía curvas. Al-Nuri no redujo la velocidad en ningún momento.

Iba a matarla. Cassandra iba a morir virgen, sin conocer el amor que tanto había estado esperando, ni tampoco el sexo que su hermana Lexie tanto le había recomendado. A esas alturas, no conocería la sensación de ser madre. Iba a morir vestida con un traje de chaqueta azul marino, con el pelo recogido, pero despeinado por el viento.

De pronto, el coche se detuvo. Cassandra abrió los ojos muy despacio. Al-Nuri había detenido el coche a un lado de la carretera. Delante de ellos había un cartel que indicaba que estaban a ocho kilómetros de Barton.

—Conduce muy rápido —comentó.

Al-Nuri parecía tan contento, que Cassandra no podía enfadarse.

—Lo sé —admitió él—. Ha sido maravilloso.

Ella no quería sonreír. Pero no podía evitarlo. El jeque Kadir, Su Excelencia, parecía un niño de diez años que acababa de montarse en la montaña rusa.

—¿Por qué nos hemos detenido?

Para su sorpresa, él inclinó su cuerpo hacia ella, le agarró la cara con una mano y la besó. Lo hizo muy despacio, pero con ganas. Y la sujetó con fuerza, pero con cuidado. Ella debía haberse separado de él. Pero no lo hizo.

Kadir la besó. Intensamente, disfrutando del beso tanto como había disfrutado de la conducción de aquel coche deportivo que había tomado prestado. Y ella le devolvió el beso, a pesar de que aquello no era nada apropiado, era un error. En esa ocasión, su estómago sufrió algo más que un cosquilleo. Se encogió, le dio un brinco y bailó. Y su corazón también. La lengua del jeque jugó con su labio inferior y ella sintió que se le escapaba un gemido.

Cassandra se echó hacia atrás, confundida por su propia reacción. Tenía que ser más fuerte que aquello.

—Excelencia, sólo nos conocemos desde hace tres días.

—Lo sé —respondió él apartándole un mechón de pelo rubio que le caía sobre la mejilla—. Tres días es mucho tiempo esperando un beso, pero…

—No, no es mucho tiempo —replicó ella—. ¡Casi no lo conozco!

—Tus palabras parecen desaprobarlo, pero tu manera de besar, no. ¿Debo creer a mis oídos o a mis labios?

—Crea lo que quiera. Pero no vuelva a hacerlo.

Él se acomodó en su asiento y la estudió. Cassandra no podía verle los ojos detrás de las gafas de sol oscuras.

—Si he malinterpretado tus intereses, acepta mis disculpas.

—Disculpas aceptadas, Excelencia —contestó ella.

—Pensé que ibas a llamarme Kadir cuando estuviésemos a solas.

—Pues se equivocó.

«Acerca de muchas cosas», pensó.

Al-Nuri condujo el resto del camino más despacio y mantuvo los ojos pegados a la carretera. Ya no sonreía encantadoramente, por suerte. Cassandra sabía que era un conquistador. ¿Seduciría siempre a sus asesoras sólo para divertirse? ¿Haría muescas en la cabecera de la cama para ir contando sus conquistas? ¿Habría ido rompiendo corazones por todo el mundo?

Por muchas cosquillas que sintiese en el estómago, no se dejaría engatusar por un hombre que sólo estaba interesado en una aventura para las tres semanas que iba a pasar allí. En realidad ya sólo quedaban dos semanas y media.

El campus de Barton era antiguo y prestigioso y el recinto estaba muy bien cuidado. Sus jardines no eran tan ordenados como los que habían visitado el día anterior, pero eran limpios. Los árboles tenían muchos años y el césped estaba bien cortado. Los edificios eran de piedra gris, que parecía fría a pesar de que el sol brillaba con fuerza aquella tarde.

Kadir conoció a la decana, una mujer severa e inteligente de mediana edad, y habló con varias estudiantes. Un par de ellas rieron tontamente al verlo, pero eran jóvenes y por eso no lo molestó su comportamiento.

Tenía cosas más importantes en mente.

Había planeado mudarse a su yate ese mismo fin de semana, para pasar allí al menos un par de días. Era evidente que lord Carrington no tenía intención de encontrarse con él, tal y como había pedido, en los próximos días, y Kadir no quería jugar a hacer de turista durante las siguientes dos semanas, antes de la fiesta a la que iba a asistir. El yate estaba anclado en Leonia, una ciudad costera situada al norte de la capital. Le vendría bien pasar un par de días tranquilamente en un lugar que fuese realmente suyo.

Pero irse al yate, lejos de Silverton, significaría seguramente dejar atrás a su ayudante local, y no estaba preparado para separarse de Cassandra Klein. Ninguna mujer le había intrigado tanto antes.

Cassandra había estado más callada de lo habitual durante su paseo por la universidad. No sólo callada, apagada. Retraída. Aquello era el resultado del beso, estaba seguro. A pesar de que la joven se había entregado a él, seguía molesta por lo que había ocurrido. A Kadir le era fácil descifrar la verdadera razón de su cambio de humor.

Anduvieron por un camino que llevaba a un pequeño parque que daba al río Lodan. Allí, Kadir encontró un banco vacío y se sentó, dejando sitio a su lado para que se sentase Cassandra. Pero ella prefirió quedarse de pie, detrás del banco, rígida e implacable.

Él golpeó el espacio que quedaba a su lado con la mano.

—No, gracias —respondió ella a su invitación.

—Prometo no morderte —dijo él—. Ni besarte —Kadir esperó un momento, pero ella no se movió—. Por favor —añadió el jeque en voz baja.

Cassandra rodeó el banco y se sentó finalmente a su lado, aunque en la otra punta del banco. Había tenido que soltarse el pelo porque el viaje de ida en el descapotable la había despeinado completamente. Kadir no se había dado cuenta antes de lo largo que lo tenía. Era un crimen que lo llevase siempre tan recogido.

—No suelo besar a las asesoras diplomáticas —empezó él.

Ella rió.

—De hecho, es la primera vez que lo hago. Me parece algo poco profesional y potencialmente problemático.

—Exacto —respondió ella, obviamente aliviada. Parecía pensar que él opinaba igual que ella, pero era porque no había entendido bien su comentario.

—Pero tú, Cassandra, eres diferente.

—No soy diferente —lo contradijo ella—. Y espero que no espere que me crea que…

Dejó la frase a la mitad, pero Kadir entendió lo que quería decir. Era extraño, con sólo mirarla a la cara, sabía lo que estaba pensando. Hacía años que no se había sentido tan cerca de otra persona. Y nunca le había ocurrido con una mujer con la que, además, quisiese acostarse. Nunca.

—Hace mucho tiempo que no pienso en mí mismo —dijo él—. Años. Tantos años, que no recuerdo cuántos —bueno, podría haber hecho un esfuerzo, pero prefería no hacerlo—. He estado centrado en mi objetivo, mi carrera, mi misión, hasta que mi mundo se ha reducido sólo a eso. Y tú haces que quiera algo más. Desde la primera vez que te vi…

—Ya es suficiente —lo detuvo ella—. Excelencia, esto es…

—Kadir.

Ella volvió la cabeza para mirarlo.

—Excelencia, yo no soy el tipo de mujer que usted piensa que soy.

—Creo que eres una mujer bella e inteligente. ¿Me equivoco?

Ella apretó los labios.

—No soy de las que dan a los hombres… algo más —dijo ella ruborizándose—. Mi carrera es algo muy importante para mí, Excelencia. Y no haría nada que pudiese mancharla.

Y acostarse con él mancharía sin duda su reputación. Y también la de él. Si alguien los descubría, por supuesto. Él sabía que no tenían futuro. La vida de Cassandra estaba allí, en Silvershire. Y la suya, en Kahani, como representante de su país en todo el mundo. Eran demasiado diferentes como para que pudiesen tener algo más allá de aquella visita, ¿pero por qué negar algo que era evidente que ambos sentían?

—¿Tu carrera es más importante que la emoción y la alegría de vivir? —preguntó él . Más importante que la felicidad —«¿más importante que el amor?» Todavía no podía hacerle aquella pregunta, no la conocía lo suficiente como para hablar de amor. Y no podía prometerle, ni siquiera sugerirle, algo que no pudiese ofrecerle.

—Mi carrera es la cosa más importante de mi vida —le explicó ella, rogándole con la mirada que no se lo pusiese más difícil—. En realidad, es la única cosa importante de mi vida. No me malinterprete, quiero a mis hermanas y a mis padres, tengo amigos. Pero he dedicado mi vida a mi trabajo, dejando todo lo demás de lado. Ayer me preguntó por mi vida privada, y me parece que dejé claro que no tengo vida privada. No tengo tiempo. Quizás algún día, pero ahora, no. No puedo permitir que usted llegue y estropee todo por lo que tanto he trabajado.