Enamorada del jeque (Aspirantes al trono #3) – Linda Winstead Jones

Justo cuando iba a pedirle que se lo contase, él empezó a hablar.

—Tenía una hermana —empezó—. Se llamaba Amala y era tres años mayor que yo.

El hecho de que hablase en pasado y el tono de su voz indicaron a Cassandra que Amala estaba muerta.

Pensó en lo duro que sería perder a una de sus hermanas. No hacía falta que le dijese lo mucho que lo sentía. Él lo sabía.

—Cuando tenía veinte años, Amala se enamoró, pero mi padre se negó a darle permiso para que se casase con quien ella quería. Le concertó un matrimonio con un hombre más apropiado, con más dinero, poder e influencias. A Amala no le interesaba el hombre que mi padre había escogido para ella, pero no tenía elección, ya que aquella era la costumbre.

Una costumbre primitiva, pensó Cassandra, pero no lo dijo. Kadir también sabía eso.

—Amala era una buena hija, así que se casó con el hombre que había elegido nuestro padre y, durante un tiempo, pareció estar contenta. No era feliz, pero tampoco pensé nunca que fuese infeliz. Si hubiese sabido… —respiró profundamente antes de continuar—. Pero no lo sabía, y los errores del pasado no se pueden corregir. Hay que seguir adelante.

—Eso es cierto —comentó Cassandra.

—La asesinaron.

Cassandra se estremeció ante aquel repentino comentario.

—Su marido la sorprendió comunicándose con el que a ella le hubiese gustado que fuese su marido y la mató. Le puso las manos alrededor del cuello y le quitó la vida. Luego, le metió la carta que había estado escribiendo en la garganta. Dijo que le había quitado la vida porque era su deber como marido ante la infidelidad de su esposa. Como si escribir una carta a un viejo amigo fuese una infidelidad. Como si Amala le perteneciese, como si quitarle la vida fuese lo correcto.

—Lo siento mucho —dijo Cassandra dejando de cortarle el pelo y poniendo las manos en sus hombros. Aunque él ya lo supiese, quería decírselo para reconfortarlo. Él colocó las manos encima de las de ellas sólo un instante, como si no le pareciese buena idea tocarla, ni siquiera de aquella manera—. Debió de ser muy duro para tu familia.

—Lo fue. Querían justicia. Pero no la hubo. Ante la ley, un marido engañado tenía derecho a quitarle la vida a su esposa.

—¿Qué le pasó a él? —quiso saber Cassandra mientras le cortaba otro mechón de pelo y pasaba los dedos por su cabeza.

—Nada. Mi padre se puso enfermo y nunca se recuperó. Murió un año más tarde. Mi madre, cuya alegría se extinguió para siempre, falleció seis meses después. Pero Zahid siguió viviendo como si nada hubiese cambiado. Imagino que, para él, nada había cambiado.

—¿Zahid Bin-Asfour, el hombre que intenta matarte?

—Sí. He deseado muchas veces haberme dejado llevar y haberlo matado cuando me enteré de lo que había hecho con mi hermana. Él se marchó de Kahani un par de meses después de aquello, a pesar de no haber violado la ley. Casi lo seguí. No habría sido fácil, pero podría haberlo encontrado y podría haberlo matado de modo que nadie se enterase. Yo sólo tenía veintiún años y era un soldado que pensaba que semejante venganza era, además de posible, justa.

—Pero no lo hiciste.

—No —admitió él. Luego guardó silencio, y Cassandra supuso que había terminado por el momento. Pero él continuó—. Quería a Zahid muerto, pero, sobre todo, quería que no pudiesen ocurrir esas cosas en mi país. Cambiar las costumbres de todo un país lleva mucho tiempo. Hay que llegar a muchos acuerdos, compromisos y hay que ser perseverante. Hay días en los que me digo que habría sido mejor matar a Zahid en vez de tomar este otro camino. Aunque en Kahani ya no se admite que un hombre le quite la vida a su esposa, como si ella fuese de su posesión.

—Y eso gracias a ti.

—No sólo gracias a mí, pero yo estaba allí —admitió Kadir antes de volver a guardar silencio. En esa ocasión sí había terminado de hablar.

Cassandra decidió no presionarlo más. Tenía preguntas pendientes, pero, por el momento, aquello era suficiente. Continuó cortándole el pelo.

—Quizás alguien de la ciudad haya visto algo —comentó Kadir—. Iré a ver lo que dice la gente.

—Iremos los dos —lo corrigió ella—. Pero quizás sea mejor esperar a mañana. La mitad de las tiendas están cerradas los domingos y hoy la ciudad estará llena de policía. Además, necesitas descansar. Te estás recuperando muy bien, pero la herida de tu brazo es importante.

—Iré yo solo. No quiero mezclarte en esto —replicó Kadir.

—Ya lo estoy —dijo ella enfadada—. Por si lo has olvidado, los dos podíamos haber estado en el yate. Si hubiese accedido a cenar contigo, los dos seríamos carnada para los peces hoy. Alguien intentó matarme a mí también.

Él volvió la cabeza para mirarla. El corte de pelo lo había cambiado mucho. No sólo parecía más joven, sino que estaba mucho más guapo.

—Siempre he sabido que mi propósito de cambiar las costumbres de Kahani podría costarme la vida. Es un sacrificio que estoy dispuesto a hacer. Pero no quiero sacrificar tu vida.

—Eso es muy amable por tu parte, pero no pienso quedarme aquí mientras tú te marchas a la ciudad. No suelo venir a Leonia a menudo, pero sé que la gente me conoce. Si quieres saber lo que se habla, tendrás que mezclarte con ellos.

—Pero…

—Además, sé donde están las llaves de la motocicleta de Lexie.

—¿Tiene una motocicleta? —preguntó Kadir con los ojos brillantes.

—Sí.

—¡Eso no es una motocicleta! —Insistió Kadir—. ¡Es un escúter! ¡Y es rosa!

—¿Y? —respondió Cassandra.

—¿Cómo quieres pasar desapercibida con un escúter rosa?

—No te comportes como un niño.

—¿Como un niño?

La sonrisa de Cassandra hizo que se le olvidase que su único medio de transporte casi no corría y que, evidentemente, estaba hecho para una mujer.

Había hecho como ella le había aconsejado y se había quedado descansando todo el día anterior. Él no se había dado cuenta de lo cansado que estaba, pero Cassandra, sí. Lo desconcertaba lo bien que lo conocía ya.

No obstante, Kadir seguía decidido a mantener las distancias con ella. La noche anterior, había intentado dormir en la habitación de invitados, pero al despertarse en mitad de la noche, había descubierto a Cassandra pegada a él. Ambos llevaban pijamas y sólo se habían tocado de manera accidental pero, aun así… dormir con ella y no poder hacerle el amor era una tortura.

Ella seguía sorprendida porque estuviese vivo y él no quería acostarse con ella porque estuviese sufriendo de estrés postraumático. Aquella era la única explicación que encontraba Kadir después de que Cassandra lo hubiese rechazado el viernes y el sábado por la noche para ofrecérsele después el domingo por la mañana.

Algún día le agradecería que fuese tan cauto. Pero tendría que esperar para ello.

—Supongo que podemos ir andando… —propuso Cassandra.

—No.

Kadir pensaba que ir y volver andando sería una pérdida de tiempo. Y el tiempo era en aquellos momentos un lujo que no podían derrochar.

Tenían un plan. Dirían que él era el novio de Cassandra que había llegado de Silverton para reconfortarla. Kadir tenía que hablar lo menos posible mientras ella intentaba sacar información a la gente de la ciudad. A pesar de que su aspecto era muy diferente al de tres días antes, su voz seguía siendo la misma.

Cassandra haría las preguntas y él escucharía. No correrían peligro porque todo el mundo pensaba que estaba muerto.

Como parte del plan, ella había elegido uno de los nombres de sus ascentros, Yusef, y lo había transformado en Joe. Así sería como lo llamaría si tenía que presentárselo a alguien. Joe el del escúter rosa.

Y cuando volviesen a casa por la tarde, Cassandra llamaría por teléfono al ministerio de Asuntos Exteriores en Kahani e intentaría dejarle un mensaje a Sharif.

Sharif, que había amado a Amala y que probablemente siguiese haciéndolo. Sharif, que preferiría morir antes que unirse a Zahid Bin-Asfour.

Tendría que ser un mensaje sencillo, ya que no podían contarle a nadie que Kadir seguía vivo. Todavía no. Sólo podían esperar que Sharif les devolviese la llamada.

Kadir se burló del ridículo escúter y tomó el casco que Cassandra le ofrecía. Al menos, éste no era rosa, sino negro. Pero el de ella…

Cassandra no se puso el casco inmediatamente. Antes, tenía algo que decir. En momentos como aquel, era completamente transparente, como si no supiese lo que era la decepción. Y en un mundo en el que la decepción formaba parte del día a día, a Kadir aquello le parecía digno de admiración.

—Hay algo que debo decirte. Aunque no debería decírtelo ni a ti, ni a nadie. Quizás no tenga nada que ver con esto, pero no estoy segura. Siento que tienes que saberlo todo antes de que esto empiece.

—Guardaré tu secreto.

—Lo sé, pero… es la primera vez que comparto este tipo de información con alguien. Siento que es como una traición, pero si no te lo contase, quizás te estuviese traicionando a ti, y no puedo hacer eso.

—Todo lo que me digas quedará entre nosotros. Yo tampoco te traicionaría.

Ella dudó un instante.

—Piensas que Zahid Bin-Asfour está detrás de los intentos de asesinato.

—No tengo ninguna duda.

Ella asintió, como si lo comprendiese.

—Aunque no es de dominio público, sé que el príncipe Reginald se reunió con Bin-Asfour un par de días antes de su muerte. Están intentando averiguar más cosas acerca de su encuentro, por si éste tuviese algo que ver con la muerte del Príncipe, pero nadie está seguro de por qué se vieron.

—Por un tema de drogas —dijo Kadir—. Zahid hizo una entrega y luego se quedó unas horas con el Príncipe. Nuestro consejo de seguridad se enteró del encuentro hace unas semanas. Zahid gana la mayor parte de su dinero vendiendo narcóticos. No suele participar en las entregas, pero cuando se trata de la realeza… Le entregó droga a vuestro príncipe a cambio de dinero y promesas. Supongo que la reunión fue algo más que una simple venta, pero nunca lo sabremos.

Cassandra no lo reprendió por no haber compartido aquella información con ella antes. Se limitó a asentir.

—Una cosa más —añadió ella poniéndose el casco rosa debajo del brazo y mirándolo a los ojos—. ¿Me puedes dar un beso de buena suerte?

Él hubiese debido decirle que no y haber mantenido las distancias, pero era algo que no podía negarle.

Tal y como Cassandra había imaginado, en la ciudad todo el mundo hablaba de la explosión. Mucha gente había dicho haber visto al jeque el sábado, antes de que el yate saltase por los aires.

Todo el mundo estaba deseando hablar con ella, ya que había acompañado a Kadir hasta Leonia. Nadie le preguntó acerca de Joe, su silencioso novio de Silverton, que con aquella ropa de Stanley, no tenía nada que ver con un jeque. Después de afeitarse, con el pelo corto y las gafas de sol, ni ella misma lo había reconocido.

No se enteraron de nada importante. Pero, aparentemente, la mayoría de los vecinos del lugar había visto la explosión en persona.

A última hora de la tarde, cuando estaban sentados en una terraza tomándose un café y repasando las notas que habían tomado, los vio el fotógrafo que los había seguido desde Silverton. No habían averiguado nada que mereciese la pena. Seguía habiendo varios investigadores de la capital en Leonia, haciendo preguntas a todo el que decía haber presenciado la explosión. Antes o después, también querrían interrogar a Cassandra, pero ella les contaría lo mismo que había dicho al policía local justo después de la explosión.