Eric (Mundodisco, #9) – Terry Pratchett

—Ciertamente, señor. ¿Rey? ¿Rey? ¡Señor, hablo por todos nosotros cuando digo que ése no es título para un demonio como vos, señor, un demonio cuyo dominio de las cuestiones y prioridades organizativas, cuyo conocimiento de las funciones verdaderas de nuestro ser, cuyas capacidades puramente intelectuales, si me permite decirlo, nos han llevado a nuevas y mayores profundidades, señor!

A su pesar, Astfgl se hinchó de orgullo.

—Bueno, ya sabéis… —empezó.

—Y sin embargo, a pesar de vuestra posición, descubrimos que os interesáis por los detalles más nimios de nuestro trabajo —dijo Vassenego, mirando a Rincewind con desprecio—. ¡Qué dedicación! ¡Qué devoción!

Astfgl no cabía en sí.

—Por supuesto, siempre he creído…

Rincewind se apoyó en los codos y pensó: «Cuidado, detrás de ti…».

—Y así pues —dijo Vassenego, radiante como una costa entera llena de faros— el Consejo se ha reunido y ha decidido, y permítame añadir, señor, que lo ha decidido por unanimidad, ¡crear un galardón completamente nuevo en honor a sus notables logros!

—La importancia de una burocracia adecuada es… ¿Qué galardón? —dijo Astfgl.

De pronto los océanos de la autoestima se vieron surcados por los pececillos de la sospecha.

—¡El puesto, señor, de Presidente Supremo Vitalicio del Infierno!

La orquesta volvió a tocar.

—Con su propio despacho… mucho más grande que ese cuartucho diminuto que ha tenido que sufrir todos estos años, señor. O mejor dicho, ¡señor Presidente!

La orquesta intentó otro acorde.

Los demonios esperaron.

—¿Y habrá… macetas con plantas? —dijo Astfgl, lentamente.

—¡Legiones enteras! ¡Plantaciones! ¡Selvas!

Astfgl pareció encenderse con un suave resplandor interno.

—¿Y alfombras? Quiero decir, ¿moquetas?

—Hemos tenido que apartar especialmente las paredes para acomodarlas todas, señor. Y son de las tupidas, señor. ¡Tribus enteras de pigmeos se están preguntando por qué la luz no se va por las noches, señor!

El perplejo Rey permitió que le pasaran un brazo jovial por detrás de los hombros y se dejó llevar, ya olvidados todos los pensamientos de venganza, a través de las multitudes que lo vitoreaban.

—Siempre he querido una de esas cosas especiales para hacer café —murmuró, a medida que iban disgregándose los últimos vestigios de su autocontrol.

—¡Se ha instalado una manufactoría entera, señor! Y un tubo de comunicación, señor, para que transmita usted sus instrucciones a sus subordinados. Y lo último en agendas, con dos eones por página, y una cosa para…

—Rotuladores fluorescentes de colores. Siempre he pensado que…

—Todo el arco iris, señor —bramó Vassenego—. Y vayamos allí sin más demora, señor, porque sospecho que con vuestra habitual inteligencia entusiasta no podréis esperar a poneros manos a la obra con la abrumadora tarea que os espera, señor.

—¡Ciertamente, ciertamente! Ya es hora de llevarla a cabo, claro —una expresión de ligera perplejidad cruzó la cara ruborizada de Astfgl—. Esa abrumadora tarea…

—¡Nada menos que un análisis completo, total, eminente, exhaustivo y con profundidad de nuestro rol, función, prioridades y metas, señor!

Vassenego se apartó un poco.

Los lores demoníacos contuvieron la respiración.

Astfgl frunció el ceño. El universo pareció ralentizarse. Las estrellas detuvieron su curso momentáneamente.

—¿Con planes de previsión? —dijo por fin.

—Una prioridad absoluta, señor, que habéis identificado instantáneamente con vuestra habitual sagacidad —se apresuró a decir Vassenego.

Los lores demoníacos volvieron a respirar.

El pecho de Astfgl se expandió varios centímetros.

—Necesitaré personal especial, por supuesto, a fin de formular. ..

—¡Formular! ¡Eso mismo! —dijo Vassenego, que tal vez se estaba dejando llevar un poco demasiado. Astfgl le echó una pequeña mirada de recelo, pero en aquel momento la orquesta volvió a tocar.

Las últimas palabras que Rincewind oyó, mientras sacaban al Rey del salón, fueron:

—Y a fin de analizar la información, necesitaré…

Y desapareció.

El resto de demonios, conscientes de que el entretenimiento del día parecía haberse terminado, empezaron a caminar y a salir por las grandes puertas. Los más listos empezaban a darse cuenta de que pronto volverían a rugir los fuegos.

Nadie parecía percibir la presencia de los dos humanos. Rincewind tiró de la túnica de Eric.

—Ahora es cuando corremos, ¿no? —dijo Eric.

—Ahora caminamos —dijo Rincewind con firmeza—. Despreocupados, tranquilos y, esto…

—¿Deprisa?

—Aprendes rápido, ¿verdad?

Es esencial que el uso adecuado de los tres deseos proporcione felicidad al mayor número posible de gente, y eso es de hecho lo que pasó.

Los tezumanos eran felices. Cuando por mucho que lo adoraron no consiguieron que el Equipaje volviera y aplastara a sus enemigos, envenenaron a todos sus sacerdotes y probaron con el ateísmo ilustrado, lo cual quería decir que podían seguir matando a tanta gente como quisieran pero no tenían que levantarse tan temprano para hacerlo.

La gente de Tsort y Efebia era feliz. Por lo menos lo eran los que escribían y protagonizaban los dramas históricos, que es lo que cuenta. Su larga guerra se había terminado y ahora podían retomar los asuntos propios de todas las naciones civilizadas, que consisten en prepararse para la siguiente.

La gente del Infierno era feliz, o por lo menos más feliz que hasta entonces. Las llamas volvían a brillar de nuevo, las mismas viejas torturas de siempre se infligían a unos cuerpos etéreos bastante incapaces de sentirlas, y a los condenados se les había concedido esa perspectiva que hace que las penurias sean tan fáciles de soportar: el conocimiento seguro y absoluto de que las cosas podrían estar peor.

Los lores demoníacos estaban felices:

Estaban alrededor del espejo mágico, disfrutando de una copa festiva. De vez en cuando alguno de ellos se arriesgaba a darle una palmada a Vassenego en la espalda.

—¿Les dejamos marchar, señor? —dijo un duque, mirando las figuras que escalaban en la imagen oscura del espejo.

—Oh, supongo que sí —dijo Vassenego con displicencia—. Siempre es bueno que se difundan unas cuantas historias, ya sabéis. Pour ancuragéee… Puur encura… Para que todo el maldito mundo se siente y tome buena nota. Y a su manera, nos han resultado útiles —miró las profundidades de su copa y se regocijó en silencio.

Y sin embargo, y sin embargo, en el interior de su mente laberíntica le pareció oír la voz diminuta que iría creciendo con el paso de los años, aquella voz que acosa a todos los reyes de los demonios, por todas partes: cuidado, detrás de ti…

Era difícil saber si el Equipaje estaba feliz o no. De momento había atacado salvajemente a catorce demonios y había arrinconado a tres en su propio foso de aceite hirviendo. Pronto tendría que seguir a su amo, pero no había prisa.

Uno de los demonios intentó agarrar frenéticamente la orilla. El Equipaje le dio un pisotón bestial en los dedos.

El creador de universos estaba feliz. Acababa de introducir un copo de nieve de siete lados dentro de una tormenta de nieve a modo de experimento y nadie se había dado cuenta. Al día siguiente estaba pensando en probar con letras del alfabeto diminutas y delicadamente cristalizadas. Nieve alfabética. Podía ser un exitazo.

Rincewind y Eric eran felices:

—¡Veo un cielo azul! —dijo Eric—. ¿Dónde crees que saldremos? —añadió—. ¿Y cuándo?

—En cualquier parte —dijo Rincewind—. Y en cualquier momento.

Miró los anchos peldaños que estaban subiendo. Resultaban bastante originales: cada uno de ellos estaba compuesto de letras enormes de piedra. El que tenía bajo los pies, por ejemplo, decía: «Lo hice con la mejor intención».

El siguiente decía: «Pensé que te gustaría».

Eric estaba encima de: «Es por los niños».

—Qué raro, ¿no? —dijo—. ¿Por qué habrán hecho esto?

—Creo que pretenden ser buenas intenciones —dijo Rincewind.

Aquel era un camino al infierno, y después de todo los demonios son tradicionalistas.

Y aunque por supuesto son irremediablemente malvados, no siempre son mala gente. Así que Rincewind levantó el pie de «Nuestra política de contratación no es discriminatoria», atravesó una pared que se volvió a materializar detrás de él, y salió al mundo.

Y tuvo que admitir que podría haber sido mucho peor.

El Presidente Astfgl, sentado bajo un haz de luz en su despacho enorme y oscuro, volvió a soplar dentro del tubo de comunicación.

—¿Hola? —dijo—. ¿Hola?

No parecía haber nadie al otro lado.

Qué extraño.

Eligió uno de sus rotuladores de colores y miró la pila de trabajo que lo rodeaba. Todos aquellos registros pendientes de analizar, considerar, valorar y evaluar, y luego había que redactar directrices de gestión adecuadas, y esbozar un plan administrativo detallado, para luego someterlo a consideración y volverlo a redactar…

Volvió a probar el tubo de comunicación.

—¿Hola? ¿Hola?

No había nadie. Pero bueno, no era problema. Seguía habiendo mucho que hacer. Su tiempo era demasiado importante para desperdiciarlo.

Hundió los pies en su cálida y tupida moqueta.

Miró con orgullo sus plantas en macetas.

Puso en marcha un sistema complejo de hilos metálicos y bolas, que empezó a balancearse y a dar golpecitos con eficacia.

Desenroscó la funda de su rotulador con mano firme y decidida.

Escribió: «¿¿¿Cuál es nuestro negocio???». Lo pensó un momento, y luego escribió con cuidado, debajo: «¡¡¡Nuestro negocio es la condenación!!!».

Y aquello también era la felicidad. O algo por el estilo.

Notas

[1] Solamente eróticos. No guarros. Es la diferencia entre usar una pluma y usar un pollo.

[2] Tardó treinta años en sumergirse. Sus habitantes pasaron gran parte de aquel tiempo caminando con el agua hasta la cintura. Pasó a los anales como la catástrofe continental más vergonzosa de la historia.

[3] El Viejo Tom era la agrietada campana de bronce del campanario de la universidad. Se le había caído el badajo poco después de que la fundieran, pero seguía tañendo unos silencios tremendamente sonoros a cada hora.

[4] El tesorero se estaba refiriendo oscuramente al difícil momento en que la universidad estuvo muy a punto de causar el fin del mundo, y ciertamente lo habría causado de no ser por una serie de acontecimientos en los que estuvieron implicados Rincewind, una alfombra mágica y medio ladrillo en un calcetín (véase Rechicero). Todo aquel episodio fue muy vergonzoso para los magos, como siempre suele serlo para la gente que descubre después que han estado desde el principio en el bando incorrecto,* es decir, el que perdió, y es notable el hecho de que muchos de los miembros veteranos de la universidad sostienen ahora de forma categórica que en aquellos días estaban de baja por enfermedad, visitando a su tía o que habían estado enfrascados en sus investigaciones con la puerta cerrada a cal y canto y silbando muy fuerte, de forma que no se habían enterado de nada de lo que había pasado fuera. Se había hablado en tono desganado de hacerle una estatua a Rincewind, pero debido a la curiosa alquimia que suele aplicarse a esa clase de cuestiones delicadas, pronto la estatua se convirtió en una placa, luego en una mención en el Pergamino de Honor y finalmente en una moción de censura por no ir vestido como era debido.

* Es decir, en el que perdió.

[5] Los demonios y su Infierno son muy distintos de las Dimensiones Mazmorra, esos yermos paralelos e infinitos situados fuera del tiempo y del espacio. Las Cosas tristes y locas de las Dimensiones Mazmorra no tienen conciencia del mundo, sino únicamente un ansia de luz y de forma, y tratan de calentarse con los fuegos de la realidad agolpándose en torno a ella. £1 resultado es más o menos el mismo —cuando consiguen pasar al otro lado— que si un océano intentara calentarse con la llama de una vela. Por su parte, los demonios pertenecen al mismo comosellame espacio-temporal que los humanos, más o menos, y tienen un interés perdurable y profundo en los asuntos cotidianos de la humanidad. Resulta interesante que los dioses del Disco nunca se han molestado mucho en juzgar a las almas de los muertos, de forma que la gente solamente va a parar al infierno si es ahí donde creen en el fondo de su alma que merecen ir. Cosa que no harán si no saben de su existencia. Esto explica por qué es importante disparar a los misioneros en cuanto se les ve.

[6] Los demonios tienen un sistema de valores distorsionado.

[7] A Rincewind le habían contado que la muerte es como irse a otra habitación. La diferencia es que, cuando uno grita: «¿Dónde están mis calcetines limpios?», nadie le contesta.

[8] Esto se debe a que conectar enchufes, instalar estanterías, averiguar la naturaleza de los ruidos raros del desván y cortar el césped puede acabar incluso con la constitución más fuerte.

[9] Lo parecía de lejos. De cerca, no.

[10] Los juegos de pelota no se conocían en el Mundodisco en esta época.

[11] Mucha gente cree que tendría que haber sido una molécula de hidrógeno, pero eso contradice los datos de la observación. Todo el mundo que haya encontrado un batidor de huevos hasta entonces desconocido atascando un cajón inocente de la cocina sabe que la materia en estado bruto fluye continuamente hacia el universo bajo formas bastante desarrolladas, y que cobra existencia normalmente en los ceniceros, los jarrones y las guanteras. Elige su forma con el criterio de disipar sospechas, y sus manifestaciones más comunes son los clips sujetapapeles, los alfileres con que se venden las camisas, las llavecitas de las calefacciones centralizadas, las canicas, los trocitos de lápices, las piececitas misteriosas de aparatos para cortar la hierba y los álbumes antiguos de Kate Bush. No está claro por qué la materia hace todo esto, pero es evidente que tiene Planes.

También parece que a veces los creadores prefieren el método del Big Bang de construcción de universos, y que otras veces usan los métodos más suaves de la Creación Continua. De aquí se siguen estudios cosmopsicológicos que han revelado que la violencia del Big Bang puede provocarle a un universo graves problemas psicológicos cuando se hace mayor.

Autore(a)s: