Un feliz acontecimiento – Eliette Abécassis

Acepté. Fuimos a la “Casa di Habano” en Saint-Germain. Pedí un mojito, el primer mojito desde que le anuncié mi embarazo a Nicolas, y me pareció que aquello pertenecía a otra vida.

—Es usted muy guapa, Barbara. La encuentro tan graciosa, tan sensual. No debe perder su juventud. Hay que aprovechar estos momentos. Son bonitos, ¿sabe? Me gustaría llevarla a algún sitio.

—¿A algún sitio? ¿Adónde?

—No sé… ¿Qué le parece Italia? Si quiere, este fin de semana la llevo a Venecia. Sólo usted y yo. No se preocupe de nada, yo me encargo de todo.

—¿A Venecia? Sí… ¿Por qué no? Bueno, no, a Venecia, no. Mejor a otro lugar.

—De acuerdo, sí… Tiene razón, Venecia está ya muy visto.

—¿Y qué va a hacer con su bebé, Florent?

—Este fin de semana le toca a mi ex mujer. Una cosa práctica al divorciarse es que se está libre una semana sí una semana no.

Sonaba música cubana. Bebí a sorbitos el mojito mientras miraba los ojos azul índigo de Florent… ¿Otro amor? ¿Por qué no? ¿Acaso no es la vida una sucesión de amores?

Y de repente, me acordé. La Habana, cuando decidimos engendrar un hijo. Cuba y los bailes desenfrenados por las noches, nuestros cuerpos enredados, entrelazados. Tenía la sensación de acabar de volver de un largo viaje y estaba cansada.

—Creo que tengo que irme —dije.

—¿Está usted segura, Barbara?

—No. Ya no estoy segura de nada. Pero de todos modos, voy a volver a casa.

—Como quiera. La acompaño.

—No hace falta, gracias —dije, recogiendo mis cosas—. Adiós, Florent.

Al llegar a casa, me encontré con mi hermana que acababa de volver de sus vacaciones.

Capítulo 36

Katia se repantigó en el sillón del salón sin siquiera quitarse el abrigo. Su rostro había cambiado. Tenía algo radiante y alegre que no había visto en ella desde hacía años, tal vez desde siempre…

Me contó cómo habían ido sus vacaciones. Estaba sola, frente al mar, pensaba en ella, en su vida. Miraba la arena y el sol, se decía a sí misma que era bonito, que formaba parte del mundo. En lo alto de la colina, se encontró con alguien que estaba solo como ella. Empezaron a hablar. Aquel hombre había tenido un accidente laboral y eso le había hecho reflexionar sobre lo que era importante en la vida.

Y luego, poco a poco, se dijo a sí misma que tenía que ser feliz y saber lo que quería, lo que de verdad deseaba hacer con su vida, ella, y no los demás. Tenía el ideal de ser una madre siempre disponible para sus hijos, presente día y noche para mimarlos, consolarlos, quererlos. Le había parecido inadmisible la idea de dejar su hogar por trabajar a jornada completa. Creía que tenía que quedarse con sus hijos; para ella era inconcebible la idea de cortar ese cordón.

Pero he aquí que ahora su hija iba al colegio, su hijo ya era mayor, y en casa sola se deprimía. Pensaba que sus hijos iban a ser siempre bebés. Desde hacía doce años ya no era ella misma. Ahora necesitaba trabajar. Quería volver a tocar el violín. A veces la vida toma caminos sinuosos. Resumiendo, había decidido dejar a su marido.

—Pero, ¿qué me estás diciendo? ¿Has tenido una aventura allí en la isla?

—Sí. Con ese hombre que conocí. Estuvo bien y ya está, eso fue todo. Me hizo darme cuenta de que mi matrimonio con Daniel ya no es lo que era.

—¿Ah sí? Pero, así, después de diez años, ¿te cuestionas eso?

—No es demasiado tarde. Nunca es demasiado tarde. Lo que importa es despertarse, ¿no crees?

—No sé, Katia.

—Oye, ¿estás bien? Parece que no te encuentras bien.

—Sí, estoy bien, a veces tengo fallos de memoria, debe ser la falta de sueño…

La vida está hecha así. Las parejas se cosen y se descosen como las episiotomías. El hijo causa estragos en el cuerpo, el corazón y la pareja. Y el tiempo pasa, burlándose de todo eso.

Me levanté para ir a echarme en la cama. Allí estaba el hipopótamo de Léa. Me lo pegué a la cara y lo olí, llenándome de su olor, el olor cremoso de mi bebé.

De repente, tuve náuseas, unas náuseas muy intensas, y me dieron ganas de tirarme al suelo. Era algo profundo que crecía en mi interior sin soltarme. ¿Era la sensación de la existencia, de estar fuera de sí? Sí, era eso, existía. Estaba llena de existencia, era repugnante lo mucho que existía. Mi boca, mi corazón que latía, mi cuerpo que pesaba, las manos sudorosas, la frente húmeda, y aquella imposibilidad de pensar. Si tan sólo pudiera pensar, me dije a mí misma, pero no puedo. Sí, existo, por ese animal que está ahí delante de mí y que me invade con sus olores. Desde el principio, toda esa aventura había ocurrido bajo el signo de los olores. Había habido los efluvios de las calles de La Habana y los del café por la mañana, y luego el olor aséptico de la sala de partos, del gel de ducha restregado a toda prisa, los olores a cigarrillo y a alcohol, los agradables que se habían vuelto repulsivos, el olor del comino y la canela, el de la albahaca, los perfumes de verano, de la piscina, el olor mezclado de nuestras vacaciones, y luego el de la vuelta a la ciudad, la contaminación, la colada y el suavizante en los bodies del bebé, y también el olor del amor. El olor azucarado de Nicolas.

Es imposible saber cómo será el futuro, es imposible amarse y es imposible renunciar a amarse, así era nuestra condición. Hacer preguntas, no encontrar nunca las respuestas, no saber si es posible pero intentar siempre lo imposible intentando salir del paso, renunciar a la felicidad al buscarla, zambullirse en el fondo de la desgracia y tocar fondo para reaparecer, recuperar el arrebato del principio, tener un hijo y sacrificar la felicidad propia por su felicidad, sacrificarse para pasar el relevo sin querer renunciar a la propia vida, y sin embargo hacerlo porque esto va así, resolver todas esas ecuaciones, o no, reproducir, reproducirse, repetir los errores del pasado, vivir bajo el imperio de los padres, liberarse de él para enlazarse mejor a los hijos, ser feliz, sí, pero sólo por un instante… La vida, vaya, y todo lo que esperamos de ella…

Ella solía abrazarse a ese hipopótamo. Necesitaba saber qué había sido de ella, tenía la impresión de no haberla visto en un año. ¿Y cómo hacía para dormirse? ¿Lloraba? ¿Sonreía mientras dormía? ¿Era feliz al despertarse por la mañana? ¿Hacía caca cuatro veces al día? ¿Estaba bien? ¿Era feliz o infeliz? ¿Me echaba de menos? ¿Existía sin ella? Si, por supuesto que existía, ya que estaba tan llena de olores y sensaciones que estaba emocionada. Veía la vida como un oleaje ininterrumpido y yo era la que recibía, atravesada por cada acontecimiento. Era, en ese instante, el acontecimiento. ¿Pero qué acontecimiento?

Y de repente, tuve una iluminación.

Capítulo 37

Salí, tambaleante. Mis pasos me llevaron hacia la Rue des Rosiers, que crucé a pie, invadida por los efluvios de los falafels, especias y ahumados… De repente, sentí algo familiar, un olor delicioso y sereno, picante y excitante, mezclado con un sabor dulzón de requesón y Mustela… Volví la cabeza.

Nicolas… Me había visto. Llevaba su camiseta roja y su armadura de seductor: los ojos intensos y la barba de tres días. Tenía la cara cansada del padre que se despierta todas las noches para dormir a su hijo.

Empujaba la Pliko de Peg Perego en la que estaba la pequeña, mi pequeña Léa. La miré. Me parecía que se había marchado al extranjero a hacer estudios superiores, que había hecho unos progresos inconmensurables, que había evolucionado de una forma increíble. Estaba al acecho de cualquier señal que me permitiera saber qué había hecho, lo que había pensado, si había sidofeliz o infeliz. Tenía ganas de saber lo que había vivido sola, como para recuperar esa parte de mí que me faltaba. Me hubiera gustado que me lo contara todo, cada hora, cada minuto, me hubiera gustado que hubiera llevado una camarita encima de ella para poder ver todos los momentos que había pasado sin mí, necesitaba reunirme con ella.

—¡Lo conseguiste!

—¿El qué?

—¡Abrir la Pliko!

—Sí, pedí a dos que pasaban que me ayudaran… Lo ves, es fácil, entre tres se puede abrir muy bien…

Me lanzó una mirada que me traspasó. Lo miré, incapaz de moverme, de hacer un solo gesto, como petrificada por las náuseas que me tenían clavada en el sitio. ¿Cómo vivir? ¿Qué hacer? ¿Qué decirle? ¿Cómo pensar en vivir juntos? No tenía ni idea. No sabía si era posible, si teníamos razones para separarnos, cómo organizar la vida sin ser dos; cómo repartirse la niña, de fin de semana en fin de semana. Veía nuestra pareja alejarse, ir a la deriva y cada vez más lejos de mi vida, y lo que se iba era mi felicidad, mi juventud esfumada, mis ilusiones perdidas. En adelante, esperaría. ¿Qué? ¿A quién? ¿Otro amor? Para volver a empezar una y otra vez, estar enamorado, vivir juntos, no aguantar más el estar juntos y dejarse… Y volver a vivir en un círculo la perpetua vuelta a empezar… Cada vez con menos corazón, menos apego y por lo tanto menos tormento.

—Bueno, me tengo que ir —dijo Nicolas, volviendo a coger a la niña—. Tengo cita con el pediatra. Le van a poner una vacuna…

Nicolas me hizo un gesto con la mano y se alejó lentamente con la sillita.

Me quedé allí, en la calle, durante un buen rato, antes de entrar en “l’Étoile manquante”, donde pedí un café.

Nuestra historia se había acabado como acaban todas las historias, las de aquellos que se separan, ya sea al cabo de seis meses o al cabo de veinte años; que se separan porque es una gran fatalidad no conseguir quererse en este mundo tan pobre, y tener el deseo de amarse y no vivir más que para el amor y esos momentos de fulgor y certeza que justifican los demás instantes, todos los segundos de la vida en los que uno se pregunta quién es, qué hace, esos momentos en los que secretamente sabemos que nos hemos equivocado, que la vida no era Italia, y no era La Habana, y que, inducidos por Venecia, llegamos a distanciarnos lo suficiente como para decirnos que todavía nos amamos, que nos hemos amado demasiado como para no amarnos ya más, que la vida sin amor no tiene sentido…

Estaba sola con un café delante. Miré el test dentro del bolso.

Estaba sola, sí. La pasión, el amor y la amistad pasan con el tiempo que pasa. Lo que queda, lo que perdura de forma misteriosa, es la vida.

Estaba embarazada.

***

[1] Whisky de malta. (N.T.)

[2] Le Bourgeois gentilhomme, personaje de una obra de Moliere. (N.T.)

[3] Plato judío consistente en buñuelos de patata fritos.

[4] Nombre de Dios.

[5] Nuestra Señora del Buen Socorro. (N.T.)

[6] “Homó-nimo”, juego de palabras. (N.T.)

[7] Del original (N.T.)

[8] La autora aquí introduce un juego de palabras en el que se hace referencia a una obra de Balzac, La peau de chagrin. La “peau de chagrin” era una piel maldita que se reducía cuando su propietario le pedía un deseo. (N.T.)

[9] Programa reality-show televisivo.

[10] Aquí la autora hace referencia a la canción “It’s raining men” de Gloria Gaynor. (N.T.)

[11] Johnny Hallyday, artista francés. (N.T.)

RESEÑA BIBLIOGRÁFICA

Eliette Abécassis

El 27 de enero de 1969, Eliette Abécassis nace en Estrasburgo, en una familia judia sefardí de origen marroquí. Su padre, Armand Abécassis, profesor de filosofia en la Facultad de Burdeos, es uno de los mayores pensadores contemporaneos sobre el tema del judaísmo. Es el autor de la obra Pensamiento judio. Crece así, Eliette siendo muy practicante en un ambiente de religión y cultura judías.

En 1993, consigue la licenciatura en filosofía en la Facultad Herni IV de París y en 1996 publica su primera novela Qumrán. Una novela policiaca metafísica, donde un joven judio ortodoxo investiga sobre unos misteriosos homicidios relacionados con la desaparición de manuscritos del Mar Muerto. Tendra un éxito inmediato. Se venden más de 100.000 ejemplares y el libro se traducirá en 18 idiomas. Un año después publica El oro y la ceniza y comienza a impartir clases de filosofía en la facultad de Caen. En 1998 se traslada durante seis meses al barrio ultra-ortodoxo de Mea Shearim en Jerusalen, para escribir el guión de Kadosh, una película israelí de Amos Gital que fue nominada en el Festival de cine de Cannes para el mejor guión. En esta historia se inspiró para su novela La repudiada (2000). En marzo de 2001 recibe el premio de los Escritores Creyentes (concurso creado en Francia en 1979) y en junio de ese año se casa en Jerusalén.

En la actualidad, compagina su labor como profesora de Filosofía en un instituto de la localidad francesa de Caen con su actividad literaria.

Un feliz acontecimiento

Barbara y Nicolas forman una pareja ideal. Son jóvenes y bohemios, viajan por todo el mundo, están enamorados. Cuando Nicolas le propone tener un hijo, Barbara acepta por amor. Pero nadie les había preparado para la realidad del embarazo y la maternidad. Tras el nacimiento de su hija Léa, Barbara asiste impotente al naufragio de su pareja. Es una mujer dividida entre el amor a su hija y la sensación de haber perdido no sólo la libertad, sino su propia individualidad.

«Es verdad, ella trastornó mi vida. Y sin embargo, era sólo un bebé. Pero me empujó a mi propio atrincheramiento, hizo que rebasara todos mis límites, me enfrentó al absoluto: al abandono, a la ternura, al sacrificio. Me dislocó y me alumbró. Yo era su hija. Desde ahora, yo era su criatura.»

Por primera vez, una visión diferente de la maternidad, alejada de los tópicos. Una novela magnífica, intensa, llena de humor ácido y mordaz, en la que esta joven escritora ya consagrada aborda ese «feliz acontecimiento» con toda honestidad.