Un feliz acontecimiento – Eliette Abécassis

Capítulo 8

Tres días antes del día D decidimos que ya había llegado el momento. Sí, había llegado el momento de ir a “Sauvel Natal”.

“Sauvel Natal” es todo un mundo. Es un templo del bebé. Un supermercado para querubines, un sitio en el que se encuentra todo lo necesario a buen precio. Necesitábamos una cama urgentemente. Fue allí donde empecé a entender que el recién nacido es una industria, y que mucha gente vive sobre su barriguita regordeta.

Entramos en ese universo irreal en el que había millones de sonajeros, pañales, ropitas de niño, biberones, sacaleches, sujetadores de lactancia, copelas de lactancia, termómetros, esterilizadores, calienta biberones, así como cochecitos de bebé, cunas, cucos de todo tipo, y camas, una gran variedad de camas para bebé. Una mujer joven que parecía estar muy concentrada tras sus garitas rectangulares nos atendió dándose aires de importancia.

Al cabo de una hora de explicaciones sobre las distintas marcas, acabamos por llevarnos una cama de barrotes, una cuna y un parque, y siguiendo los consejos de la dependienta, decidimos comprar un cuco para llevar al bebé.

—Entonces —nos dijo ésta, que no nos dejaba dar un paso sin soltarnos—, pueden llevarse la tumbona, pero no deben dejar que su bebé esté en ella más tres horas, pues no es nada bueno para la columna vertebral del niño, corre el riesgo de padecer graves problemas de espalda cuando sea mayor, tipo escoliosis o peor.

En lo que concierne a las silletas, había la Pliko de Peg Perego, un modelo con ventajas desde el punto de vista de la relación calidad-precio, pero sólo la tenían en color beige y caqui. ¡Aunque también podíamos llevarnos una sillita bebé-confort con el chasis de Elite! Pero desgraciadamente, en lo que se refiere al plegado y el almacenamiento, la de Elite es claramente peor que la de Loola.

Si no, en BBC tienen la de Activ, con un plegado extremadamente práctico pero únicamente con un cuco y sin cestilla.

También podíamos comprar el cuco de Créatis y el de Windoo, mejor que el de Urban o el de Activ, con la condición de no poner más que un cuco, ya que el chasis es demasiado ligero. Qué lástima, pues el de Carrera tiene un plegado muy práctico.

Dudaba. “Sauvel Natal” es una especie de infierno para las indecisas patológicas como yo que se pasan el tiempo cambiando de opinión. Además, en aquel lugar no había más que mujeres embarazadas. Daba la impresión de que iban a dar a luz en cualquier momento. Encantadas, llenaban el carrito con bodies para recién nacido, termómetros para el baño, baberos y otros artículos “indispensables para los recién nacidos”.

Al cabo de tres horas, agotados, estresados y a punto de discutir, nos fuimos con: una cama de barrotes, un parque, un moisés, un Maxi-cosi, una tumbona, un cochecito, una sillita Pliko de Peg Perego, una silla paraguas, un porta bebés tipo canguro y un porta bebés en bandolera, porque éste es mejor para la espalda del bebé, pero sólo se usa a partir de los ocho meses. Todo eso para un peso pluma de tres kilos…

Capítulo 9

Ese año, intenté concentrarme sin éxito en mi tesis. Desde que me había convertido en un cuerpo ya no me interesaba nada la filosofía. Por más que luchaba contra ese estado y me decía a mí misma que el problema de las mujeres se debe al hecho de que desde siempre los hombres han ejercido un control sobre sus cuerpos y en particular sobre su capacidad procreadora —lo cual ha llevado a la confusión propia de la filosofía occidental entre las mujeres y el cuerpo—, estaba inundada por mi propia corporalidad. Leyendo los libros de la autora de Segundo sexo me había liberado de las cadenas. Una no nace mujer, sino que se vuelve mujer. Las mujeres tienen que trabajar y asumirse como los hombres.

No hay razones para confinar a una mujer a educar a los hijos en casa.

Y además había leído a Elisabeth Badinter. Una no nace madre, se vuelve madre. Es la sociedad la que lo construye todo, incluso la maternidad. En el s. xvii, las mujeres mandaban a sus bebés al campo, con la nodriza, y estos no volvían hasta que tenían una edad presentable. No fue hasta Rousseau cuando empezó el interés por el bebé y la lactancia, bastante tarde, por cierto. El bebé es un invento de la modernidad, surgió con los pañales y el jabón especial para bebés. Se ha convertido en fuerza económica a la vez que en fuerza psicológica. Una mujer puede realizarse totalmente sin necesidad de tener hijos: el instinto maternal es un mito moderno.

Tenía miedo. No tenía dotes maternales. No había fantaseado nunca con estar embarazada. No me lo había imaginado nunca. No me habían interesado nunca los bebés, y los niños no me gustaban especialmente. Todo lo que tenía relación con la infancia me parecía tonto y aburrido. Incluso de niña, no deseaba otra cosa que dejar de serlo lo antes posible. ¿Cómo me las iba a apañar?

Intentaba concentrarme y pensar en otra cosa, pero desde que sentía el bebé moverse dentro de mí, me resultaba imposible. Me sentía cada vez más pesada y lo único que deseaba era quedarme en casa, hundida hasta los codos en el sillón, con los pies en alto sobre la mesa y estudiando compulsivamente Espero un hijo, la obra maestra de Laurence Pernoud. Me había hecho con el ejemplar de mi madre, ya que Laurence Pernoud ya hacía estragos en su época; cualquiera diría que a falta de encontrar el secreto de la maternidad, había encontrado el de la eternidad.

Así que, en vez de dedicarme a la tesis, me lancé a hacer un estudio comparado del Laurence Pernoud de 1970 y la edición del 2000. En los dos había los mismos consejos útiles para las futuras mamas, así como palabras de aliento…: tiene un hijo, ¡es maravilloso! ¡Su vida va a cambiar! Su relación de pareja va a zozobrar pero todo va a salir a pedir de boca, puesto que hay un capítulo sobre “esperar un hijo sola”. La van a despedir, Léa el capítulo sobre sus derechos como mujer embarazada. Va a tener náuseas, no hay nada que hacer; va a tener unos dolores terribles pero existe la peridural y las que no la quieran ¡pueden consultar el capítulo sobre el parto natural! ¡Es tan maravilloso tener un hijo! ¡Su pequeño cielín va a salir pronto y lo va a querer muchísimo, puesto que es la cosa más bonita que le habrá sucedido jamás!

Disponía de muchísima información sobre las preguntas que asaltan a cualquier mujer embarazada: ¿cuándo tengo que ir a la clínica? ¿Qué me tengo que llevar? ¿Cuántas camisetitas, baberos, gorritos, sostenes y camisones? ¿Mi marido debe asistir al parto? ¿Tengo que recurrir a la peridural? Etc. El vademécum de la mujer embarazada que quiere sobrevivir en el medio urbano. Sin embargo, constaté que la Laurence Pernoud de 1967 era mucho más liberal que la de 2000. Primero, con el cigarrillo; en 1967 se podía fumar estando embarazada, no suponía un problema ético. En 2000 es un crimen contra la humanidad.

Hacía ya varias semanas que no pegaba ojo mientras que Nicolas dormía a pierna suelta. Me preguntaba cómo conseguía estar tan poco angustiado. Durante las noches en blanco, no hacía otra cosa que pensar en el hijo que iba a nacer, me hacía muchas preguntas, estaba asustada con ese cambio de vida. Parecía que Nicolas se tomaba las cosas con una despreocupación desconcertante.

Durante la última visita al ginecólogo, vi una pareja joven que salía del hospital con un cuco en el que descansaba un bebé minúsculo. Parecían felices con su preciosa carga. Eran delgados y guapos, iban vestidos con ropa chic de estilo Max Mara, y caminaban con elegancia hacia su Renault Espace. He ahí algo muy reconfortante. Era posible marcharse contentos en un coche sólido y flamante transportando un querubín con una sonrisa beatífica y plácidamente dormido.

En las noches de insomnio, dejaba que el ratón vagara por los foros para mamas en Internet. Había tantos que no sabía en cuál participar, www.bebe-zone.com, la página de mamas de msn, constaba de una parte de casting de bebés en el que pude ver bebés fotografiados por su mamá. Había bebés en camisón, bebés en traje de baño con gafas de Chanel, bebés en pijama, vestidos para la playa; en resumen, bebés maniquís cosificados por su mamá que intentaba sacar algo de dinero o tal vez cargarlos con el peso de una vocación fracasada. Algunos tenían ya rasgos de adulto, otros, con una cabeza calva y sobredimensionada, mostraban una sonrisa desdentada, como si fueran viejecitos o quincuagenarios con el pecho cayendo sobre el barrigón. Había que rendirse a la evidencia: los bebés no son guapos.

Después intenté en www.mamanaparis.com, una web para las madres que viven en la región parisina, puesto que necesitan consejos específicos… Al cabo de un rato, estaba demasiado angustiada por todos los problemas de canguros y salidas, así que decidí visitar el foro de www.maman.fr, pues abordaba con franqueza todo lo que se preguntan las e-mamás en el foro “Club de las ballenas”. Así me enteré de bastantes cosas acerca de la aventura que me esperaba.

Especialmente: los personajes clave en esta historia poseen apodos en los foros de Internet. Por más que cambien de cara, siempre son las mismas: la comadrona, llamada “CM”, el ginecólogo, llamado “gygy”, la suegra, llamada “SG”, el marido o incluso el “machote”.

Capítulo 10

Estoy en la sala de partos.

Está a punto de producirse el momento fatídico y Nicolas no ha llegado. La comadrona es joven, tiene los ojos de un azul descolorido y parece infinitamente cansada. Me instala en la mesa de partos. La sala es de color amarillo. Yo también estoy amarilla. Estoy aterrorizada con la idea de tener que dar a luz sola sin mi compañero. La comadrona coloca el monitor que recoge la frecuencia de las contracciones. Me quito la correa del artefacto. Me levanto de la mesa de partos. Bajo las escaleras de la clínica, con la bata blanca abierta por la espalda. De repente, miro a mi alrededor. Ahí, fuera, está el Patio de los Milagros. Hay una docena de mujeres con contracciones esperando una cama. Vuelvo a la sala de partos a toda prisa. Me retuerzo de dolor mientras la comadrona me mira exasperada como si yo fuera muy remilgada. Por fin llega la anestesista. Ella también parece estar agotada. Me dice que me esté muy quieta. Me muevo porque tengo un terror pánico a las inyecciones. Me agarro a la comadrona que me comunica que prefiere que no la toque. Pone cara de asco. Después la anestesista me da una pequeña bomba. Le pregunto sobre la naturaleza de ese objeto. Se ofende porque no he asistido al curso de la peridural. Y por consiguiente, se niega a explicarme nada de nada.

La bomba sirve para añadir anestésico después de la inyección de la dosis de prueba. Pero como lo no sé, no la aprieto, a pesar de que aúllo de forma salvaje. Dolor insoportable, increíble, feroz. Dolor lacerante, asolador, fulgurante. Dolor del alumbramiento, dolor de la infancia. Dolor pasajero y eterno, originario, atroz y noble. No soy nada. No soy más que espasmo y convulsión. No sé qué hora es, ni qué está pasando, ni por qué estoy aquí. Se me va la cabeza. No pienso dar a luz. La mujer es así, ¿y? Después de haber cargado con el hijo durante nueve meses, ¿aún tiene que sufrir más para dar a luz? Pienso en Eva en el paraíso y me pregunto por qué tuvo que cometer la falta de comer el fruto prohibido. Podría haber pensado en todas nosotras. ¿Y por qué recibió semejante castigo? ¿Acaso es razonable tener que sufrir tanto?