Una casa para dos – Anne Marie Winston

Garrett atravesó la habitación hasta colocarse justo detrás de ella. Repitió entonces las palabras con más convicción.

—Estaba celoso, Ana.

—Pero, ¿por qué? —preguntó ella dándose la vuelta y mirándolo con ojos de sorpresa.

Garrett se aclaró la garganta, y estiró una mano para pasar suavemente su dedo pulgar por la mejilla de Ana mientras le secaba una lágrima.

—¿De verdad no lo sabes? Hay algo entre nosotros, Ana. Algo que se hace más fuerte cada minuto que estamos juntos. Yo sé que no debería desearte, pero estoy cansado de luchar conmigo mismo.

Mientras hablaba, Garrett sintió la fragilidad de sus mejillas bajo la presión de sus dedos. Colocó entonces el dedo pulgar sobre los labios de ella.

—Llevo mucho tiempo queriendo contarte algo —comenzó a decir Ana a duras penas.

—No. Sin explicaciones.

Garrett sintió un miedo inexplicable: las palabras destrozarían la intimidad de aquel momento. Con lentitud deliberada, inclinó la cabeza para sustituir el dedo pulgar por sus labios.

Deslizó sus brazos alrededor de ella y la atrajo hacia sí, gruñendo de satisfacción mientras su cuerpo, hambriento de deseo, se encontraba con la suavidad de sus formas femeninas.

Durante un instante, Ana permaneció dócilmente entre sus brazos, sin rechazar ni aceptar sus caricias. Pero cuando los labios de Garrett recorrieron con más fuerza los suyos y comenzó a besar con la lengua la parte superior de su boca, su postura se suavizó, fundiéndose con la de Garrett sin poder reprimir un gemido de satisfacción.

Ana abrió la boca para admitir a Garrett definitivamente en sus cálidas y dulces profundidades, y levantó los brazos, primero para que descansaran sobre sus hombros, y luego para abrazar con más seguridad su cuello.

Los besos se volvieron más profundos, convirtiendo las chispas que habían saltado entre ellos en auténticas llamaradas.

Garrett deslizó una mano sobre la elegante curva de su espalda y acarició con suavidad una de sus nalgas mientras apretaba su cuerpo encendido de pasión con más fuerza contra ella. Garrett emitió un profundo sonido de placer.

Entonces, ella levantó una pierna y la enredó con destreza alrededor de la cadera de Garrett, entregándose por completo. De pronto, él supo que aquel instante solo podía terminar de una manera. Aunque no estuviera planeado, aquel día iba a hacerle el amor a Ana Birch.

Recorrió los escasos metros que le separaban de la cama con Ana subida encima de él, y la colocó sobre el mullido edredón. Garrett exploró entonces con la lengua cada rincón, cada milímetro de su boca hasta que no quedó ningún espacio por recorrer.

Llevaba tanto tiempo deseándola… había fantaseado con su cuerpo de seda, las curvas de sus pechos, los rizos de oro entre sus piernas… Y por fin iba a ser suya. Buscó la salida de la camiseta de Ana a través de la cabeza mientras ella hacía lo mismo con la suya. Cuando la hubo sacado, Ana se acercó de nuevo a él, desabrochándose el sujetador y arrojándolo al suelo. Entonces apretó de nuevo su piel de satén contra él. Sentir sus pechos desnudos contra su torso era un placer irresistible, pero Garrett la apartó con suavidad para contemplar la belleza que acababa de descubrir. Ana tenía la piel de marfil, y el tono rosa pálido de sus pezones resaltaba sobre el conjunto. Garrett puso las dos manos sobre la tersa suavidad de aquellos montículos, concentrándose en el trabajo de sus pulgares sobre los pezones hasta que la vio cerrar los ojos de puro placer.

—Por favor… —susurró ella.

Las manos de Ana se deslizaron hacia la cremallera de sus pantalones, indicando sin palabras lo que quería. Pero en lugar de desabrocharla, sus delicados dedos se entretuvieron en explorar y acariciar la zona. Garrett se sentía morir de placer ante la intimidad de aquel tacto. A duras penas consiguió dejar los pechos de Ana para dedicarse a sus propios pantalones, consiguiendo bajarlos al mismo tiempo que su ropa interior. Los pantalones de Ana habían abandonado también su lugar de origen en algún momento.

Garrett la empujó hacia el cabecero de la cama, colocándose a su lado. Se concentró de nuevo en la dulzura de su boca, besándola hasta que ambos comenzaron a jadear. Cuando levantó finalmente la cabeza, Ana se hundió en su cuello mientras él exploraba su cuerpo, entreteniéndose en cada detalle de sus tesoros femeninos hasta que por fin dirigió sus dedos hacia el triángulo de seda que había entre sus piernas.

Ana gemía de placer en su oído mientras Garrett se adentraba con exquisita suavidad en el calor de aquel territorio, explorándolo lentamente con cada dedo de la mano. Mientras lo hacía, recorría con la boca su cuerpo, deleitándose en sus pechos. La espalda de Ana se arqueó de deseo mientras sujetaba la cabeza de Garrett con manos temblorosas. Las caderas de Ana subían y bajaban rítmicamente al compás de sus dedos. Durante uno de aquellos movimientos, Garrett introdujo el dedo corazón más profundamente, empujándolo hacia arriba. Ana emitió un sonido corto y profundo, casi un chillido, y su cuerpo entero se sacudió entre los brazos de su amante.

Sin darle tiempo a dejar de temblar, Garrett retiró su dedo y se colocó encima. Ana estaba caliente, y muy húmeda. Él sabía que tenía que ir despacio, pero la ternura de su piel lo impulsó a entrar en ella en un gran espasmo de placer mientras Ana continuaba sumida en la emoción de su propio éxtasis.

Ana gritó de nuevo y arqueó su cuerpo, empujando el cuerpo de Garrett hacia el suyo con firmeza, cada vez más profundamente mientras sus músculos más íntimos se combaban para darle paso.

Garrett estaba sumido en un marasmo irresistible. Sintió cómo perdía el control, y decidió renunciar a cualquier intento de contenerse para alargar aquel instante. Un minuto más tarde, Garrett apretó las caderas contra el cuerpo de Ana, arqueando la espalda con la cabeza hacia atrás mientras se vaciaba dentro de ella.

¡Dentro de ella! Instintivamente, trató de retirarse, pero su cuerpo no respondía a las órdenes de su cerebro. Incapaz de reaccionar, Garrett se dejó llevar por la deliciosa sensación de no oponer resistencia a su cuerpo.

Cuando terminó el último espasmo y ambos se dejaban caer sobre la almohada, agotados, Garrett levantó la cabeza de la almohada.

—¿Estás tomando la píldora?

La expresión del rostro de Ana le dio la respuesta antes de que abriera la boca.

—No —contestó ella cerrando los ojos—. Lo siento, no me paré a pensar.

Garrett se incorporó hacia ella y la besó en los párpados.

—Yo soy el que tenía que haber pensado —dijo con sinceridad—, pero estaba demasiado ocupado. No te preocupes. Afrontaremos las consecuencias, si las hay.

Ana abrió los ojos y lo miró fijamente.

—No puedo creer que no tengas aquí ninguna protección.

—Supongo que pensé que si carecía de los medios, tendría el sentido común de no caer.

Garrett se dio cuenta de inmediato de lo mal que habían sonado sus palabras.

—No quise decir que no te encuentre deseable —dijo mientras la besaba repetidamente hasta que consiguió que volviera a mirarlo—. Además, ya no recuerdo por qué era tan importante no dejarse llevar.

Ana pareció relajarse de nuevo y Garrett buscó su boca para besarla una y otra vez, hasta que la atrajo hacia sí, acomodando su cabeza en su hombro. Ambos permanecieron callados mientras observaban caer las hojas de los árboles a través de la ventana. Garrett no recordaba haberse sentido nunca tan a gusto.

El cuerpo cálido de Ana se arrebujaba contra el suyo. La larga melena de rizos que descansaba sobre su hombro parecía convertida en fuego bajo la luz del rayo de sol que entraba por la ventana, iluminando sus cuerpos. Garrett se sentía protector. Y también posesivo. Ahora, Ana era suya.

—¿Garrett? —susurró ella mientras recorría con suavidad la densa mata de pelo oscuro que poblaba su pecho.

—¿Mmh?

—¿Qué quisiste decir con que afrontaríamos las consecuencias si me quedara embarazada?

—No lo sé —contestó él, alertado por el tono de su voz—. Solo quería que supieras que no dejaría que te las apañaras tú sola.

—Es que yo nunca… no podría…

—Si viene un niño, será bien recibido —dijo Garrett besándola en la frente para calmar su agitación—. ¿Te parece bien?

—Siempre he dicho que si alguna vez tuviera un hijo no permitiría que creciera sin un padre, como yo.

—Al contrario que tu padre, yo no estoy casado y no voy a huir de mis responsabilidades —contestó Garrett tratando de ser delicado.

Un hijo de Ana. Un vago sentimiento de anticipación le tensó los músculos del estómago. Podía imaginar cosas mucho peores. De hecho, no podía imaginar en aquel momento algo que le apeteciera más.

Garrett acarició con dulzura su espalda de arriba abajo y luego la besó en los labios. Se suponía que había sido un beso para tranquilizarla, pero Ana había respondido a la caricia con tanta intensidad que el cuerpo de Garrett revivió sin su permiso.

—Nada de sexo hasta que hayamos ido a la tienda —dijo Garrett con supuesta firmeza.

—¿Nada… de nada? —preguntó Ana con picardía.

—No seas mala —dijo él incorporándose—. No pienso arriesgarme otra vez.

Mientras la ayudaba a levantarse, Garrett no tuvo más remedio que reconocer que los preservativos eran un artículo de primera necesidad. Hacer el amor con Ana era una adicción: Ya quería poseerla de nuevo, pero tenían que tener cuidado.

Garrett le pasó la ropa, pero Ana negó con la cabeza.

—Necesito una ducha.

—¿Para qué? —preguntó él con un gruñido—. Vamos a volver a la cama en cuanto regresemos de la tienda.

—He prometido ir a visitar a Nola y a las gemelas, ¿no te acuerdas?

Ana pasó delante de él con toda naturalidad. Resultaba adorable en su desnudez. Garrett la sujetó por la muñeca, mirándola fijamente para absorber todos los detalles que se había perdido durante la batalla. Ya sabía que tenía las piernas largas y delgadas y los pechos redondos. Lo que no había advertido antes era la belleza de sus pezones, ni la manera en que su cuerpo se encajaba sobre su cintura antes de aposentarse sobre la elegante redondez de sus caderas.

Ana lo miraba fijamente.

—¿Qué pasa? —preguntó.

—Eres preciosa —contestó Garrett con una sonrisa.

La expresión de Ana se suavizó. Pero, ante su asombro, los ojos se le llenaron de lágrimas.

—Gracias —dijo limpiándose con el dorso de la mano—. Me ducho en un instante.

Garrett no habló mucho en el camino hacia el pueblo. Cuando Ana se había sentado en el asiento del copiloto, había enlazado sus dedos entre los suyos, inclinándose sobre ella para besarla suavemente. Ana también permanecía callada, como si tuviera miedo de estropear la nueva y frágil relación que ahora compartían.

Tenía que contarle lo de su padre. Ese día sin falta. Lo había intentado hacía unas horas, pero él la había interrumpido, y cuando comenzó a besarla, se le olvidó por completo. Pero Ana sabía que no podía callarlo más tiempo. Aquella tarde se lo contaría.

Pensar en su padre la llevó a pensar en su madre. Sintió una ola de nostalgia anegándole el alma. ¿Qué pensaría de Garrett? Ana lo miró de soslayo. Garrett también la estaba mirando.

—¿En qué estás pensando? —preguntó él.

—No en lo mismo que tú —dijo ella riendo—. En serio, me estaba preguntando qué pensaría mi madre de ti.

—Háblame de ella.

Ana se sintió halagada por el interés.

—Era una pintora excelente. Su nombre es muy conocido en los círculos de arte internacionales —dijo con un hilo de voz mientras Garrett le apretaba la mano con más fuerza—. Háblame tú de la tuya, ¿quería mucho a Robin?

—Lo adoraba —dijo Garrett con gravedad—. Creo que ella estaba más enamorada de él de lo que Robin estuvo nunca de ella.

—¿Qué te hace pensar eso?

—Se portaba muy bien con ella, pero… a veces había algo así como una tristeza en sus ojos —continuó Garrett mientras se llevaba su mano a la boca para besarla—. Era un hombre maravilloso. Todavía no puedo creerme que se haya ido para siempre.

Ana tenía un nudo en la garganta. Lo único que podía hacer era estrechar su mano con más fuerza para expresarle su simpatía sin palabras. No volvieron a hablar hasta que llegaron al pueblo. Ana se sentía feliz de viajar a su lado, con su mano entre la suya. Se sentía bien con él, y suponía que el plan de Robin había funcionado en ese sentido. Vivir en el mismo espacio reducido los había hecho acostumbrarse a las pequeñas manías de cada uno, conduciéndolos hasta un grado de entendimiento que no se hubiera producido bajo otras circunstancias.

De vuelta a casa, tras haber parado en el hospital y recogido el coche de Garrett, la pareja dejó las compras en la cocina y se echaron uno en brazos del otro. Ana sintió el ya casi familiar calor de su cuerpo y la perfección con la que se acoplaba su cabeza sobre el hueco de su cuello.

—¿Quieres ir a dar un paseo en canoa? —susurró él en su oído.

Ana se estremeció con el contacto de aquellos labios sobre el lóbulo de su oreja.

—Claro.

Pero ninguno de los dos se movió. Apoyada contra su ombligo, Ana sintió crecer la intensidad del deseo de Garrett, y su propia respiración se volvió entrecortada mientras cimbreaba su cintura con suavidad alrededor de él.