Una casa para dos – Anne Marie Winston

Garrett sujetó su cuello con una mano y la besó largamente mientras con la otra buscaba la firmeza de sus pechos, jugueteando con uno de sus pezones hasta que Ana se estremeció de placer.

—Me parece que el lago tendrá que esperar —murmuró Garrett con agitación.

Ana buscó a tientas sobre la encimera hasta que su mano topó con la bolsa de la compra. Sacando la caja de preservativos que habían comprado, consiguió sujetarla con una mano mientras él la tomaba en brazos y la subía por las escaleras, hasta depositarla con suavidad sobre la cama de su dormitorio.

Ana abrió los brazos para recibirlo, suspirando con alivio cuando él cayó encima de ella con todo su peso,

—¡Oh, Garrett! Te…

Se detuvo antes de que se le escaparan las palabras: «te quiero».

—¿Qué decías? —preguntó él sin dejar de besarla por el cuello.

—Te… te quiero decir que me encanta como besas.

No estaba muy segura, pero tenía la impresión de que Garrett no estaba preparado para algo más profundo que una atracción física. Pero cuando supiera lo de su padre… puede que entonces se diera cuenta de que lo que compartían podría durar para siempre.

Los tres días siguientes fueron idílicos, si no pensaba en que estaban a punto de acabar. La tarde anterior a su partida, habían estado haciendo las maletas y tapando los muebles con sábanas para el largo invierno durante el que la cabana del Edén permanecería sola en medio de la nieve.

Cuando acabaron de guardar los muebles exteriores en el cobertizo, Garrett la había levantado del suelo, colocándola a su espalda como si fuera un saco.

—¡Garrett! —protestó ella riendo mientras lo golpeaba con los puños en la espalda—. ¿Qué estás haciendo?

—Voy a llevar a mi hembra a la cama.

—¿Tu hembra? Vaya, parece que hoy te sientes un poco primitivo, ¿no?

—Me siento primitivo siempre —corrigió Garrett mientras subía las escaleras—. Tú me perteneces, y quiero asegurarme de que no se te olvide.

Una vez en la habitación, Ana colocó sus brazos sobre aquellos musculosos hombros y apretó con fuerza, ofreciéndole todo el amor del que era capaz sin palabras. Instantes después, estaban desnudos rodando sobre la ancha cama.

Una hora más tarde, el sonido de un trueno los distrajo del letargo de después del amor.

Garrett volvió la cabeza y miró a través de la ventana que daba al lago.

—Parece que va a haber tormenta. Voy a subir la canoa a tierra. Si las aguas se agitan, el lago podría arrojarla contra las rocas y romperla.

Ana emitió un leve sonido de queja, pero se sentó obedientemente en la cama y comenzó a vestirse.

—Yo cerraré todas las ventanas.

Bajaron juntos las escaleras. Cuando Garrett enfilaba el camino de baldosas, se dio la vuelta para decirle:

—La puerta de atrás está abierta. No debí cerrarla bien cuando entramos.

Ana no pudo evitar que una sonrisa se dibujara en su rostro mientras lo seguía con la mirada. Garrett llevaba puestos unos pantalones cortos, y todos los músculos de su pecho y de los brazos se le marcaban cuando gesticulaba.

—Supongo que tenía otras cosas en la cabeza —continuó él—. Mira a ver si está la gata. No creo que haya salido, pero vamos a comprobarlo.

La gata. Ana sintió cómo se desvanecía su buen humor. El animal necesitaba medicación dos veces al día para recuperarse de sus heridas. Si no aparecía pronto, era muy probable que no pudiera sobrevivir.

Ana revisó todas y cada una de las habitaciones, cada esquina, cada rincón en el que podría haberse escondido. Pero no estaba en ninguna parte.

Garrett llegó en el momento justo en el que se le habían acabado los sitios donde buscar.

—No la encuentro por ningún lado —dijo sin poder contener las lágrimas.

—Lo siento. Debí asegurarme de que la puerta estaba bien cerrada —contestó Garrett sacudiendo la cabeza.

El sonido de la lluvia golpeando las ventanas lo interrumpió. Un rayo poderoso iluminó durante un instante la cabana y los pinos que la flanqueaban. Casi simultáneamente, el estruendo de un trueno hizo que Ana saltara literalmente de la silla.

—Vamos a hacer una cosa —dijo Garrett abrazándola—. Súbete al coche y conduce por el sendero, llamándola por la ventanilla.

—¿Y tú qué vas a hacer? —preguntó ella mientras buscaba las llaves de su coche.

—Voy a mirar por los alrededores de la cabana —contestó mientras se colocaba un impermeable—. Ana, prométeme que no te bajarás del coche. Estas tormentas son muy peligrosas.

—Pero tú vas a meterte literalmente dentro de ella —protestó Ana.

—Uno de nosotros tiene que hacerlo. No hay necesidad de que los dos corramos riesgos.

—De acuerdo —admitió ella mientras lo besaba fugazmente—. Por favor, ten cuidado.

Capítulo 8

Garrett esperó a que la lluvia borrara el reflejo de las luces del coche de Ana. Entonces tomó una lata de comida de gato de la cocina y salió al porche dando un gran suspiro. La lluvia continuaba cayendo con inusitada fuerza. Hubo otro relámpago, pero en esta ocasión el sonido del trueno se demoró unos segundos. Parecía que la tormenta comenzaba a alejarse.

¿Dónde podía haberse metido aquella gata? Supuestamente no estaría lloviendo cuando el animal salió, así que pudo haber recorrido varios metros y alejarse de la cabana. Pero Garrett apostaba por que hubiera buscado refugio cuando se desató la fuerza de la tormenta.

Rodeó toda la casa bajo la intensa lluvia, y después siguió mirando por el porche. Nada. Entonces se encaminó hacia el lago. Pero cuando pasó al lado de la canoa, oyó un sonido en el preciso instante en que la ausencia de truenos hacía más fácil escuchar. Era un maullido.

Garrett se detuvo y apuntó con su linterna a los bajos de la embarcación. Un par de ojos semicerrados lo miraron con miedo. Ojos de gato. Se puso de rodillas y le ofreció la lata de comida al animal.

—Tienes a tu dueña muy preocupada —dijo Garrett con dulzura.

Pero la gata no salía, se limitaba a maullar con desesperación. Garrett colocó la lata cerca de la canoa y esperó. Minutos más tarde, el animal comenzó a recorrer centímetro a centímetro la distancia que lo separaba de la comida. Cuando estuvo cerca, Garrett se aproximó y la agarró por la piel del cuello. La gata pareció darse cuenta de que sus días de libertad habían llegado a su fin, y se acurrucó sobre el pecho de Garrett mientras lamía con fruición la lata que él sujetaba con la otra mano.

—¡La has encontrado! —gritó Ana desde el camino de baldosas.

Ella entró primero en la cocina, acariciando y mimando a la pequeña ingrata, que desapareció escaleras arriba en cuanto tuvo la primera oportunidad. Ana se dio la vuelta mirando a Garrett con expresión resplandeciente.

—¡Gracias, gracias, gracias! —dijo lanzándose a sus brazos.

Garrett seguía teniendo la lata de la comida y la linterna en las manos, pero ella rodeó su cuello con los brazos y lo atrajo hacia sí, cubriéndole el pecho de besos. Incapaz de resistir la invitación, él dejó las cosas sobre la encimera y colocó las manos en las nalgas de Ana para subirla a horcajadas mientras sus bocas se buscaban, y se encontraban.

Ana era salvaje en el amor, lo volvía loco de deseo con su boca, que en aquel momento recorría su pecho con lujuria hasta encontrar sus pezones, besándolos con la lengua hasta arrancarle un gruñido de placer de la garganta. Garrett hundió sus manos en aquella melena roja, atrayéndola hacia sí mientras ella se entretenía en desabrocharle los pantalones.

El cerró los ojos y se apoyó contra la pared mientras los sentía caer. La frescura del aire sobre su cuerpo excitado contrastaba con la calidez de la mano de Ana jugueteando con su carne.

—Dios mío… —murmuró Garrett con voz gutural—. Ana, por favor, no sigas.

Pero la sonrisa abierta que iluminaba su rostro desmentía sus palabras.

La mano de Ana se movió lentamente sobre él mientras le devolvía la sonrisa con una feminidad tan explícita que el cuerpo de Garrett se endureció todavía más en otra oleada de placer. Había leído en sus ojos lo que iba a hacer un segundo antes de que ella se inclinara hacia delante, buscando su cuerpo con la boca.

La respiración de Garrett se convirtió en un sonido agonizante de placer mientras retorcía el cabello de su amante. Ana lo estaba amando con cálidos embistes de la boca y las manos, utilizando la lengua para hacerlo volver rápidamente al punto sin retorno. Una tormenta de placer estalló poco después en su interior, conduciéndolo a un clímax que lo dejó con las rodillas temblando mientras miraba sin ver hacia el techo, jadeando sin respiración.

Ana se incorporó con naturalidad del suelo y lo tomó de la mano mientras Garrett todavía estaba tratando de recuperar el aliento.

—Vamos arriba —dijo ella en un susurro.

Pero él la retuvo un instante, el tiempo suficiente para darse cuenta de que solo iba vestida con la camiseta que se había puesto antes. Garrett la levantó entera y apretó sus curvas desnudas con suavidad, besándola mientras aquel cuerpo de mujer encendía en él una pasión que nunca hubiera creído poder sentir de nuevo con tanta rapidez.

—Ana… —murmuró junto a su boca mientras sus manos la recorrían con aire posesivo—. ¿Qué me estás haciendo?

Y tomando su cara, la besó largamente en la boca con tanta profundidad como lo había amado ella unos minutos atrás.

Cuando Garrett levantó la cabeza, los ojos de Ana estaban inundados de un placer infinito.

—Garrett —murmuró—. Te quiero.

Aquellas palabras fueron la confirmación de algo que él estaba tratando de ignorar. Una oleada de satisfacción masculina invadió su cerebro. No podía señalar el instante preciso en que su vida había cambiado, pero lo había hecho. Y para siempre. Ya no podía imaginarse el futuro sin Ana. No veía la vida sin ella.

Al mismo tiempo, una voz interior le pedía prudencia. Pero ahora no podía pensar en eso. Por ahora bastaba con no pensar en nada, simplemente sentir.

Ana se agitó entre sus brazos, y Garrett se dio cuenta de que las palabras que acababa de pronunciar seguían flotando en el ambiente.

—Vamos —dijo él mientras la tomaba en brazos, besándola.

Ana le echó los brazos al cuello mientras se dejaba llevar escaleras arriba hasta la cama que habían compartido durante las largas horas de la madrugada.

«Te quiero».

Horas más tarde, Garrett permanecía despierto sobre la cama. Le hubiera gustado decirle también aquellas palabras a Ana. Había estado de punto de soltar aquella frase corta y certera que cambia irrevocablemente la vida de las personas. Su vida, en este caso.

Y aunque todo su ser le decía a gritos que tirara la precaución por la ventana, se había sujetado la lengua. Ana le importaba, le importaba más de lo que lo había hecho nunca ninguna mujer. Ni siquiera Kammy. Había creído que su antigua prometida era especial, y que estaba enamorado de ella. Pero ahora veía la diferencia, y aquella certeza había hecho más difícil todavía contenerse en responder a la declaración de Ana.

Pero no podía. No podía porque sabía que sus sentimientos no eran reales. Daba gracias a Dios porque su anterior relación hubiera acabado de aquella manera: ahora era mucho más sabio, y aunque en su momento hubiera odiado a Kammy, ahora se alegraba de haber sabido la verdad antes de casarse.

¿Pero cuál era la verdad de Ana? Quería creer con todas sus fuerzas que ella quería pasar el resto de su vida con él, pero al mismo tiempo sabía que no podía ser tan fácil.

Él tenía dinero. Ana necesitaba dinero. Aunque le comprara la mitad de la cabana, sería solo una suma apenas suficiente para emprender su pequeño negocio.

Lo lógico sería que después de lo que había pasado entre ellos, se fueran a vivir juntos. ¿Era eso lo que ella había estado buscando?

Ana se movió ligeramente entre sus brazos, y Garrett se dio cuenta de que había estrechado su abrazo alrededor de ella. Relajó los músculos de los hombros, y ella se arrebujó más cerca de él. Una ráfaga de deseo recorrió su espina dorsal al escuchar su respiración tan cerca de su cuello. El cuerpo de Ana era suave y apetecible, y cuando dormía parecía un ángel. A Garrett le gustaba tenerla entre sus brazos, le encantaba la perfección con la que se acoplaba a su cuerpo y su manera de gritar cuando él la poseía. Podría pasar el resto de su vida en la cama con ella.

No, ella no lo quería, decidió Garrett. Creía que lo quería, pero no era cierto. Unas semanas atrás, habría pensado que utilizaba aquellas palabras como lo había hecho Kammy, simplemente para cazarlo. Pero si Ana le había dicho «te quiero», es porque lo pensaba de veras.

Pero decir «te quiero» formaba parte del sexo. Por eso había estado a punto de responder. Era fácil confundir pasión con amor, sobre todo cuando el sexo es una experiencia tan satisfactoria. Probablemente, Ana había confundido una cosa con la otra.

Además, había otra cuestión. ¿Le habría dicho Ana que lo quería si no hubiese tenido ni un céntimo? No podía responder a aquella pregunta. Pero no había razón para no disfrutar de ella mientras estuvieran juntos, eso sí, teniendo las cosas muy claras.