Una casa para dos – Anne Marie Winston

No, Robin no tenía descendencia, ni tampoco parientes cercanos vivos. Lo sabía porque habían hablado de ello cuando su padrastro redactó hacía muchos años un testamento en el que lo nombraba único heredero.

«Buen intento», se dijo. Estaba claro que la cabeza de Garrett trataba de encontrar la excusa perfecta para consumar sus deseos sin sentirse demasiado extraño por la situación.

Garrett movió la cabeza con disgusto. Entró en el estudio y encendió las luces, pensando para sí mismo que lo hacía para encontrar a la gata. En el mostrador que cubría la pared del fondo había siete conjuntos de sombreros con su bolso a juego. Garrett los estudió con atención. No entendía mucho de moda femenina, pero sí sabía que a las mujeres les gustaba estar elegantes, y aquellos accesorios podían ayudarlas. Eran muy buenos. Ella era muy buena.

Robin había estado seguro del talento de Ana, pero para Garrett había sido todo un descubrimiento.

Escuchó entonces el inconfundible maullido de la gata, y Garrett se adentró más en el estudio. En la mesa de trabajo de Ana, entre los lazos, abalorios, telas y otros materiales, estaba el cuaderno en el que esbozaba sus diseños. Y estaba abierto por una página en la que se podía contemplar el meticuloso retrato de un hombre. Garrett se acercó al cuaderno. ¡Era él! Se trataba de un dibujo de su perfil, de pie sobre el muelle con las manos en los bolsillos y la mirada perdida en dirección al lago. Él se ponía muchas veces en esa posición, y Ana se había fijado.

«Qué curioso», pensó Garrett mientras pasaba las páginas del cuaderno. Y entonces se quedó sin palabras.

Ana había dibujado al menos una docena de retratos suyos: de pie, sentado, durmiendo, riéndose… primeros planos y de cuerpo entero. El parecido con el original era tan extraordinario que parecía que iba a saltar de las páginas y ponerse a caminar.

¿Tenía algún significado el hecho de que lo hubiera dibujado? ¿O era simplemente el modelo más cercano que tenía?

El sonido de la puerta que daba al muelle le hizo dar un respingo. Ana había regresado por fin. Tras permitirse unos segundos de alivio, Garrett se dio cuenta de dónde estaba. Lo último que quería es que ella lo pillara fisgoneando en sus cosas, así que se dispuso a buscar a la gata. Estaba en lo alto del mostrador, limpiándose la cara con una pata. Garrett atravesó la habitación y la acomodó en sus brazos. Justo cuando salía del estudio y se disponía a cerrar la puerta, Ana apareció en lo alto de las escaleras. Tenía en los ojos una expresión dura y las facciones tensas.

—La puerta de tu estudio estaba abierta y la gata entró. Pensé que no te gustaría que anduviera por allí… —comenzó a decir Garrett.

—Gracias —contestó Ana sin mirarlo, centrando toda su atención en el animal—. No sabía que se hubiera acostumbrado tanto a ti como para permitirte tocarla.

Garrett se encogió de hombros.

—¿Por qué fuiste sola al lago? Ya sabes lo peligroso que puede ser por la noche.

—Pensé que tu cita y tú querríais algo de intimidad —dijo Ana sin asomo de burla.

La resignación que Garrett pareció ver en sus palabras le hizo sentirse incómodo.

—Pues te equivocaste —espetó él—. Ana, necesito hablar contigo.

—Ahora no —contestó ella mientras se dirigía a su habitación seguida por la gata—. Cuatro días más, y habremos cumplido con los términos del testamento. Cuando regresemos a Baltimore, volveremos a vernos en el despacho del abogado. Entonces podrás decirme lo que te parezca.

Ana le cerró en las narices la puerta de su habitación sin darle tiempo de responder. Garrett se quedó donde estaba mientras contaba despacio hasta veinte, y cuando acabó siguió necesitando toda su fuerza de voluntad para darse la vuelta y regresar a su propia habitación. Ella nunca sabría lo cerca que había estado de romper la puerta y obligarla a escuchar lo que él le tenía que decir.

Ana se levantó adrede más tarde de lo normal y se tomó su tiempo antes de bajar a la cocina. Tal como había esperado, Garrett ya estaba en su despacho. No tenía ningún deseo de hablar con él, así que después de desayunar se encerró en el estudio durante toda la mañana.

Pero las imágenes de los acontecimientos del día anterior le impedían concentrarse. No sabía qué pensar, ni qué sentir. Garrett había llevado a casa una cita. Y lo peor de todo, se había dado cuenta de la cálida bienvenida que ella le había dispensado hasta que se dio cuenta de que no estaba solo.

La palabra «humillación» se quedaba corta para describir cómo se había sentido. Por eso había salido corriendo hacia la canoa sin pararse a pensar en los peligros de remar sola en la oscuridad.

¿Pero por qué la había seguido? ¿Solo porque pensaba que el lago no era muy seguro por la noche?

Cuando regresó, le había parecido leer en sus ojos una disculpa, pero Ana no sabía muy bien por qué debería Garrett pedir perdón. A no ser que fuera por pedirle salir a alguien cuando realmente con quién quería estar era con ella.

Pero eso no ocurriría nunca en esta vida. Tal vez la animadversión que había mostrado hacia ella al principio hubiera disminuido, pero no era tan estúpida como para imaginar una historia de cuento de hadas al lado de aquel hombre.

—¿Ana? —preguntó Garrett con una voz que parecía pegada a la puerta—. ¿Puedo entrar?

—Entra —contestó ella con el corazón a mil por hora.

—Bueno… yo… me estaba preguntando qué tal va tu trabajo. ¿Estás cumpliendo los plazos que te habías fijado? —preguntó Garrett mientras cerraba suavemente la puerta tras de sí.

Ana se encogió de hombros, tratando de que sus miradas no se cruzaran.

—La verdad es que no me he impuesto ningún objetivo concreto, pero he trabajado todos los días, y tengo pensados muchos diseños, así que no puedo decir que me vaya mal.

—Bien —dijo él—. ¿Puedo ver las piezas terminadas?

¿Cómo podría nadie negarle algo a aquella mirada de color azul intenso?

—Claro —dijo Ana señalando el armario—. Las guardo allí.

Garrett abrió las puertas y retrocedió unos pasos para tener una mejor perspectiva. Luego se acercó de nuevo y comenzó a tocar las texturas de los bolsos, a observar con detalle la hechura de los sombreros…

Ana contuvo la respiración. No pudo evitar reconocer que le importaba muchísimo su opinión.

—Son increíbles —dijo finalmente Garrett sonriendo—. Apuesto a que las mujeres matarían por ellos.

—¿Te gusta mi trabajo? —preguntó Ana mirándolo fijamente.

Garrett asintió con firmeza, y el corazón de Ana pareció recuperar el latido.

—Ahora entiendo por qué Robin quería que te dedicaras por completo a esto. Tu trabajo es extraordinario —dijo Garrett señalando el contenido del armario—. Deberías buscar un inversor. Así podrías montar tu propia empresa y producir a mayor escala.

—Por ahora prefiero no tener socios —contestó ella negando con la cabeza—. Ya sé que suena ridículo, pero soy muy celosa de mi trabajo.

—Si es una cuestión de dinero, yo podría… —comenzó a decir él.

—No, gracias —interrumpió Ana con voz firme—. No me sentiría cómoda aceptando dinero de ti, aunque fuera en forma de crédito.

Él no insistió, pero durante un instante, Ana pudo leer en sus ojos algo que le hizo daño. Garrett seguía creyendo que cuando Ana vendiera su parte de la cabana reuniría el dinero suficiente como para poner en marcha su propio negocio. Aunque Ana le hubiera dicho lo contrario, Garrett todavía esperaba verla sucumbir ante los encantos del dólar.

Estaba claro que no se fiaba de ella.

El sonido de un motor la sacó de sus pensamientos.

—¿Viene un coche? —preguntó en voz alta con el ceño fruncido por la sorpresa.

—Tal vez Eileen viene a devolverme mi todoterreno —dijo Garrett acercándose a la ventana que daba al sendero—. No, es un jeep negro.

—¿Un jeep negro? —dijo Ana poniéndose de pie y asomándose a la ventana.

El vehículo se había parado justo al lado de su coche. La puerta del conductor se abrió, y Ana lo reconoció al instante.

—¡Teddy!

Como si tuviera alas en los pies, bajó las escaleras y salió de la cabana en un tiempo record para encontrarse con su amigo.

—¿Qué ha pasado? —preguntó en cuando estuvo a su lado—. ¿Nola se encuentra bien?

—Está perfectamente —dijo Teddy riendo—. Tal vez un poco cansada. Tenemos dos gemelas exactas.

—¿Ya han nacido? ¡Felicidades! —gritó Ana con alegría mientras lo abrazaba.

—Sí, hace apenas cuatro horas. El parto se ha adelantado varias semanas, pero están las dos perfectamente. Los médicos dicen que en unos días podremos llevarlas a casa.

—¡Qué alegría más grande! —dijo Ana—. Pero tú deberías estar en el hospital.

—Nola insistió en que viniera personalmente a contártelo —contestó Teddy sin dejar de sonreír—. Mira, te he traído unas fotos.

—Muchas gracias. ¡Qué monas son! —dijo Ana mirando las fotos con ternura—. Iré esta tarde sin falta a conocerlas.

Ana le tomó la cara entre las manos y lo besó con fuerza en la mejilla. En respuesta, Teddy le dio un abrazo de oso que consiguió levantarla del suelo durante unos segundos.

Cuando subió al jeep y encendió el motor del coche, Ana lo saludó con la mano mientras gritaba:

—¡Te veré esta tarde!

Capítulo 7

Garrett parecía haberse quedado congelado al lado de la ventana. Cuando Ana se arrojó en brazos de aquel hombre rubio, un sonido gutural surgió de su garganta sin que pudiera contenerlo.

¿Era este el hombre con el que se había estado viendo? Garrett no había perdido detalle de cómo se reían y bromeaban juntos. Y cuando Ana le sujetó la cara para besarlo y él la abrazó, pensó que ya había visto demasiado.

Decidido, comenzó a bajar las escaleras para acabar con aquel espectáculo. Pero cuando llegó a la puerta principal, esta se abrió, dando paso a una Ana exultante.

—Adivina lo qué ha pasado —dijo con euforia apenas contenida.

—¿Es este el hombre para el que has estado preparando comida las últimas dos semanas? —inquirió Garrett—. Me habías dicho que no conocías a nadie en el pueblo, pero en cuanto me doy la vuelta ya estás cocinando para un hombre.

La expresión de felicidad desapareció por completo del rostro de Ana. En un tono lo suficientemente frío como para congelar la temperatura de la habitación, comenzó a hablar.

—Sí, he estado cocinando para él. Lo conocí la primera vez que estuve en el pueblo.

Garrett pudo distinguir cómo la furia se iba apoderando de ella mientras lo miraba sin apartar la vista.

—¿Cómo te atreves? —continuó ella—. Has estado sacando conclusiones erróneas desde el primer día que me conociste. Crees que en cuanto conozco a un hombre me meto en su cama, ¿verdad? Eso es lo que realmente piensas.

Ana se acercó hasta él y levantó una mano en gesto de desprecio.

—Espera un momento —dijo Garrett sujetándola instintivamente por la muñeca—. Solo un momento.

—Ni lo sueñes —replicó Ana con determinación mientras echaba para atrás la melena de rizos.

Garrett se dio cuenta de que apretaba unas fotografías entre los dedos de la mano que él tenía prisionera. Entonces la soltó, sintiéndose un tanto estúpido.

—Ana, lo siento, yo…

Casi temblando de rabia, ella blandió las fotos delante de sus narices. Le temblaba tanto la mano que Garrett apenas pudo distinguir las imágenes, así que las tomó de sus manos para contemplarlas mejor.

—Te presento a las gemelas de mis amigos Teddy y Nola —dijo Ana apretando los dientes—. Nola no ha tenido un embarazo fácil, y yo me he ofrecido a ayudarlos, preparándoles de vez en cuando la comida.

Ana se calló de pronto.

—¿Por qué te estoy dando explicaciones? —se preguntó en voz alta mientras le arrebataba las fotos de la mano y se dirigía a las escaleras.

—¡Espera! —suplicó Garrett mientras la sujetaba del brazo.

—¡No! —respondió ella soltándose con fuerza—. Estoy harta de que me juzgues. No veo el momento de que pasen los cuatro días que faltan para no volver a verte nunca más.

Garrett se quedó parado en medio del salón mientras ella desaparecía por las escaleras. Nunca la había visto enfadada de veras hasta aquel momento, pero debió haberse imaginado que con aquel color de pelo, tenía todo el potencial para hacer saltar chispas.

Garrett se puso la mano en la nuca y echó la cabeza para atrás. «Maldita sea», se dijo. Ana tenía toda la razón. No había hecho otra cosa que juzgarla.

Subió las escaleras lentamente. La puerta de Ana estaba cerrada, y su gata estaba sentada fuera.

—¿A ti tampoco te deja entrar? —preguntó Garrett mientras llamaba a la puerta con los nudillos.

—Vete —contestó Ana al otro lado.

Tenía la voz espesa, y Garrett supo que estaba llorando. Y una vez más era por su culpa.

—Tu gata quiere entrar —dijo.

La puerta se abrió entonces solo lo justo como para que entrara el animal. Pero antes de que se cerrara de nuevo, Garrett colocó el pie. Cuando Ana se dio cuenta de la maniobra, dejó de hacer fuerza y la abrió del todo.

Estaba en el centro de la habitación, dándole la espalda.

—Estaba celoso.

Aquella confesión quedó suspendida en el aire.