Un matrimonio platónico – Anne Marie Winston

Ella asintió.

—Me parece estupendo. He leído un artículo sobre los esfuerzos de Tippi Hedren, la madre de Melanie Griffith, para salvar a los tigres de Asia. Las condiciones en las que viven algunos de esos animales son espantosas.

—Y también es horrible que algunas personas quieran tenerlos como mascotas.

Stone tomó su mano y se dirigieron hacia una especie de mostrador donde los invitados recibían folletos informativos sobre el proyecto.

—¿Mascotas?

—Un niño murió hace poco en Wyoming, atacado por un tigre que su vecino tenía como mascota… uy, cuidado —dijo él entonces, apretando su mano—. Se acerca la Inquisición.

Una mujer se acercó a ellos, toda sonrisas.

—¡Stone Lachlan! ¿Dónde te habías escondido?

—Señora Delatoure, encantado de volver a verla. No he estado escondido, he estado trabajando.

—¿Y no tienes ni un momento libre para nosotros?

—No, pero me alegro de haber venido esta noche. Si no, me habría perdido el placer de saludarla.

La mujer sonrió.

—Halagos, lo sé. Pero sigue, sigue…

Eunicia Delatoure era la viuda de uno de los hombres más ricos del país, propietario de grandes viñedos en California. Sus hijos se encargaban del negocio, pero la señora Delatoure era una fuerza de la naturaleza. Los rumores decían que nadie tomaba una sola decisión sin contar con ella y Stone estaba seguro de que era cierto.

Tomó a Faith por la cintura mientras hacía las presentaciones y el calor de su cuerpo lo puso nervioso. Aquella noche iba a ser un tormento… especialmente después de saber lo que ella estaba pensando.

¿Sabría lo que le había pedido? Lo dudaba. Estaba completamente seguro de que era virgen… Pero no quería ni pensar en ello.

—¡Tu esposa! Pero si acabo de enterarme del compromiso… —protestó la señora Delatoure—. Felicidades, querida. Supongo que os habéis casado hace poco.

—La semana pasada —contestó Stone—. Y estamos encantados de haberlo mantenido en secreto para la prensa.

—Encantada de conocerte, Faith. ¿Tu familia ha venido contigo?

Era un claro intento de saber cuál era su pedigrí.

—No —contestó él—. Hemos venido solos. Encantado de volver a verla, señora Delatoure. Dele recuerdos a Luc y a Henry.

Después de eso, se alejaron hacia las mesas.

—Sé hablar, Stone. Esa mujer va a pensar que te has casado con una muda.

—Lo siento. Es que no quería que nos diera la lata. Y ya no tenemos que preocuparnos por dar la noticia. En cinco minutos, lo sabrá todo el mundo.

—Eso es lo que querías, ¿no?

—Sí, eso es lo que quería —suspiró él.

La orquesta empezó a tocar entonces una balada y la pista de baile se llenó de parejas.

—¿Quieres bailar?

—Yo no sé bailar…

—¿En serio? ¿Qué te han enseñado en el internado?

—Latín, física, matemáticas… cositas así. Era un colegio de verdad, Stone, no una guardería para niñas ricas.

—Perdona, perdona —sonrió él—. Muy bien. Yo te enseñaré a bailar. Tú sigue mis pasos.

—¿Y si me subo sobre tus pies como solía hacer de pequeña?

Stone soltó una carcajada.

—Vamos a ver si aprendes los pasos antes de tener que llegar a eso.

Una vez en la pista, la envolvió en sus brazos. Su piel era cálida, suave. Y le habría gustado tocarla de tantas maneras…

Aquello era un tormento. Pero necesario. Tenían que parecer una pareja de recién casados. Las primeras semanas eran muy peligrosas, sobre todo por los buitres de la prensa, siempre dispuestos a buscar un escándalo.

—¿Lo estoy haciendo bien? —preguntó Faith. Pero seguía sus pasos de maravilla, como si llevaran años bailando juntos.

—Muy bien —murmuró Stone—. Pero tengo que apretarte más. Hay mucha gente mirando.

—De acuerdo —dijo ella, nerviosa.

El deseo que ambos sentían era tan claro, tan transparente que se estaba quemando.

Aquello era imposible. Saber que Faith lo deseaba era el peor afrodisíaco del mundo. Si ella tuviera más experiencia tomaría lo que le ofrecía, pero…

Algún día le daría las gracias. O, al menos, eso esperaba. Porque si no apreciaba el trabajo que le estaba costando controlarse, era capaz de estrangularla.

Afortunadamente, Faith llevaba una falda llena de capas de tela que hacía difícil el roce. Seguramente se llevaría un susto si se diera cuenta de cuál era su estado en aquel momento.

Stone sabía que su experiencia con los hombres era muy limitada. Pero aprendía rápido y… pensar en el apasionado beso que habían compartido una semana antes era muy mala idea.

Intentó concentrarse en la música y en las parejas que los rodeaban, pero le resultaba imposible.

Faith lo sorprendió entonces apoyando la cabeza en su hombro. Y, sin pensar, Stone empezó a acariciar su cuello.

Ella sintió un escalofrío.

—Lo siento. ¿Te he hecho cosquillas?

—No.

—Relájate.

—Estoy relajada.

¿Estaba besándolo en el cuello? No, no podía ser. Solo era su imaginación.

—La gente está mirándonos. Supongo que sabrás que mañana saldremos en todas las revistas.

—Espero que no —murmuró Faith.

—Pues así es. Nos hemos convertido en la comidilla de todo el mundo. Pero enseguida se les pasará. Siempre hay algo nuevo de qué hablar.

—Mejor.

Siguieron bailando en silencio durante largo rato. Stone podría haberla tenido en sus brazos durante toda la noche. A pesar de la tortura de su cuerpo, era un placer increíble tenerla entre sus brazos. La idea de hacer aquello semana tras semana era tremendamente atractiva.

Pero tenía que poner cierta distancia entre ellos o acabaría haciendo que lamentaría más tarde.

—¿Faith?

—¿Sí?

—Cuando termine esta canción, nos vamos.

Ella levantó la cara.

—Pero si solo son las once… ¿No es muy temprano para marcharnos?

—No para unos recién casados. La gente pensará que… bueno, ya sabes.

—Ah, sí, claro.

Faith se apartó entonces. Se había alejado de él. Y Stone se dio cuenta de que eso no le gustaba un pelo.

—¿Faith?

—¿Sí?

No podía alejarse, no podía separarse de ella un centímetro más.

—Tengo que besarte.

—¿Qué? Pero si has dicho… has dicho que no…

—Apariencias —la interrumpió él—. Voy a besarte para que nadie dude de por qué nos marchamos.

Mentiroso. Iba a quemarse en el infierno.

—Ah.

Solo dijo eso: «Ah». Era tan frágil, tan vulnerable. Le había dolido que dijera eso. ¿Cómo era posible que una mujer como Faith no supiera lo atractiva que era? La respuesta era sencilla: nunca había estado rodeada de hombres babeando por ella.

—Eres la mujer más deseable que conozco —suspiró Stone—. Y si quieres saber la verdad, me está costando un mundo no hacer algo… que pudiera lamentar más tarde.

Faith se quedó en silencio durante unos segundos.

—¿De verdad? —preguntó por fin, dudosa.

—De verdad.

—Sí, bueno… no tendríamos por qué lamentarlo —dijo ella entonces, mirándolo a los ojos.

Su cuerpo le pedía que la llevara a algún sitio oscuro, pero se resistió. No pensaba cometer ese error. Tenía que besarla, pero solo sería un besito. Solo un beso para saciar aquel absurdo deseo adolescente.

—Sería un acto egoísta. Tú tienes toda la vida por delante y necesitas tiempo para experimentar, para conocer gente…

Ella no dijo nada, solo bajó los ojos. Y eso tampoco le gustó.

Stone tomó su barbilla con un dedo y buscó su boca. Y entonces el mundo se detuvo.

Había querido darle un beso que pareciera romántico a todos los que estaban mirando, pero en cuanto sintió la inocencia de sus labios, el deseo explotó en sus entrañas.

Debía recordar que era una niña y que él era su tutor, le gustase o no. No quería asustarla, pero realmente era difícil no dejarse llevar por la pasión.

Sin embargo, Faith no parecía asustada. Todo lo contrario. Dejó escapar un gemido y Stone tuvo que contenerse más que nunca. No podían seguir o acabaría pasando algo terrible.

Estaban en una pista de baile rodeados por cientos de personas de la alta sociedad neoyorquina. Aunque quisiera ir más allá, aquel no era el sitio más adecuado.

Ni aquel sitio ni ningún otro, se recordó a sí mismo.

Haciendo un esfuerzo sobrehumano, por fin consiguió apartarse.

—¿Stone?

—Eso los habrá convencido —murmuró él, con voz ronca—. Gracias.

No podía seguir bailando con ella, no podía seguir teniéndola en sus brazos. Iban a vivir juntos durante doce meses y era su tutor, se recordó a sí mismo por enésima vez, desesperado.

La respetaba demasiado como para acostarse con ella solo por capricho. No amaba a Faith y no quería engañarla.

Ella era tan inocente que seguramente confundiría el sexo con el amor.

Y el amor era una emoción que no le resultaba familiar. De hecho, estaba seguro de que no existía realmente. Solo era una palabra bonita para adornar el deseo, la atracción física. No había visto nunca a dos personas enamoradas que no se sintieran atraídas físicamente la una por la otra. Y cuando esa atracción desaparecía, en general no había suficientes cosas para mantener unida a una pareja. Sus padres eran buen ejemplo de eso.

Volvieron a casa en silencio.

Stone le dio las buenas noches al pie de la escalera y la vio subir con su precioso vestido de capas azules mientras él iba al despacho, con la excusa de comprobar el correo electrónico.

No quería estar en el piso de arriba mientras ella se desnudaba, no quería oír cómo la tela del vestido caía al suelo.

Era demasiado joven, demasiado guapa, demasiado inocente. Y estaba demasiado cerca.

Tenía que alejarse de Faith como fuera.

Pasaron dos semanas. Les quedaban cuarenta y nueve para terminar el año, se dijo Faith un miércoles por la mañana.

Aunque daba igual, porque Stone y ella nunca estaban a solas. Se marchaba a trabajar muy temprano y volvía lo más tarde posible. Casi nunca cenaban juntos y sus días eran largos y aburridos.

Lo único bueno era el tiempo que pasaba con su madre. Iban al parque o de compras por la Quinta Avenida… Siempre estaba sonriendo y nunca la había visto tan feliz.

—¿Estás cansada? —le preguntó una mañana.

—¿Cansada? Lo único que hago es mover la cabeza para ver las cosas. En la silla de ruedas voy muy cómoda —sonrió Naomi Harrell.

Pero Faith sabía que, aunque no quería reconocerlo, la enfermedad avanzaba a pasos agigantados. El lunes la había llevado al oftalmólogo para cambiar sus gafas y el médico la llevó aparte para decirle que empezaba a tener un problema de visión doble, algo muy común en los pacientes de esclerosis múltiple.

La preocupación por su madre hacía que el tiempo que pasaba con ella fuera muy especial.

Entonces pensó en Stone y lo que había dicho de Eliza: «¿Tan difícil era hacer que un crío de seis años se sintiera especial para su madre?».

Su resentimiento era evidente. Pero Faith había visto el dolor en los ojos de Eliza en más de una ocasión. Hubiera hecho lo que hubiera hecho en el pasado, su hijo le importaba.

Y una mujer que quiere a su hijo debía tener una muy buena razón para dejarlo cuando solo tenía seis años.

¿Cuál sería esa razón?

Por impulso, tomó la agenda y buscó un número de teléfono. Unos minutos después estaba hablando con su suegra.

—¡Faith, qué sorpresa! ¿Qué tal va tu nueva vida de casada?

—Muy bien, gracias —contestó ella. Terreno peligroso. Sería mejor alejarse de allí cuanto antes—. He llamado para invitarte a comer un día que tengas tiempo.

Al otro lado del hilo hubo un silencio.

—Me encantaría —dijo Eliza por fin—. ¿Cuándo y a qué hora?

El sábado por la noche, Faith y Stone fueron a un estreno en Broadway. Era un musical basado en la vida de Abraham Lincoln, que terminaba con el asesinato del presidente en un teatro. El público contuvo el aliento antes de prorrumpir en aplausos.

Faith se puso uno de los vestidos que Stone le había regalado y, de nuevo, el collar de zafiros y diamantes.

Desde la cena benéfica apenas se habían visto, pero no tenía razones para quejarse. Aquel era el acuerdo. Se casarían y se portarían como amigos. Y eso era lo que estaban haciendo.