Un matrimonio platónico – Anne Marie Winston

Cuando terminó el musical, entraron en la sala donde los actores celebraban una recepción privada para los amigos y benefactores del teatro.

—Es una función estupenda y creo que estará mucho tiempo en cartel —dijo Stone.

—Estoy de acuerdo —asintió Faith—. Ah, mira esa escultura de hielo…

Sobre la mesa del catering había una escultura de hielo representando a Abraham Lincoln, con su famoso perfil.

—La gente del teatro es muy original.

—¿Sabes que es la primera vez que vengo a un estreno?

—Yo suelo venir a menudo. Además, aporto una cantidad de dinero anual para la Asociación de actores.

—Qué buena idea.

—Mira, tengo que hablar con un par de personas. Volveré dentro de un minuto.

—Voy contigo.

—No, tengo que hablar de negocios. Pero no te preocupes, vuelvo enseguida.

Faith lo observó perderse entre la multitud. «Tengo que hablar de negocios», había dicho. Stone parecía decidido a mantenerla alejada de aquella parte de su vida.

Faith comió y esperó. Y esperó.

Empezaba a cansarse de esperar cuando se fijó en un grupo de gente que había a su izquierda. Estaban rodeando a uno de los protagonistas de la obra.

Muy bien. Si Stone no tenía interés por estar con ella, tendría que divertirse de otra forma, pensó. Nunca se habría atrevido a acercarse al actor si no estuviera rodeado de admiradores, pero se había quedado impresionada con su interpretación y quería decírselo.

Cuando se acercó, el joven actor tomó su mano.

—Quería decirle cuánto me ha gustado su trabajo.

—Muchísimas gracias —sonrió él, mostrando unos dientes blanquísimos—. Estoy muerto de hambre. ¿Me acompaña a tomar algo?

—Sí, claro.

—¿Puedo tutearte?

—Por supuesto —sonrió Faith.

—¿Y cómo te llamas? Estoy en desventaja porque tú sabes cómo me llamo.

—Faith… Faith Lachlan.

—Encantado de conocerte, Faith. Por favor, dime que no has venido con nadie.

Vagamente alarmada, ella soltó su mano.

—Lo siento. He venido con mi marido.

—Pues no parece estar cuidando muy bien de ti.

—Yo siempre cuido de mi mujer.

Faith se dio la vuelta. Stone estaba mirando al actor con cara de pocos amigos.

—Ah, el marido.

—Veo que ya conoce a mi esposa.

—Pues sí. Acabamos de presentarnos —dijo el actor—. Perdone. Pensé que no estaba con nadie. Ningún hombre sensato dejaría sola a una mujer así —añadió, antes de darse la vuelta.

Stone la tomó por la cintura.

—Baila conmigo.

—Muy bien —dijo Faith, un poco sorprendida por su actitud.

—¿Le has dicho que dentro de once meses podrás tontear con quien te dé la gana?

¿Qué? Ella lo miró, perpleja.

—No…

—Déjalo. Ya me lo contarás más tarde, cuando estemos solos —la interrumpió él.

—¡Un momento! —exclamó Faith entonces.

—No hagas una escena.

—¿Que no haga una escena? Eres tú quien la está haciendo —le espetó ella—. Quiero irme a casa ahora mismo.

—Muy bien. Nos iremos a casa.

—He dicho que quiero irme a casa. Sola —replicó Faith, furiosa—. Suéltame, me marcho.

—Faith…

—¡He dicho que me sueltes! —exclamó ella, con los ojos llenos de lágrimas.

—No llores, por favor.

—No estoy llorando, estoy furiosa. No tonteaba con ese hombre y si no quieres que hable con nadie, no deberías haberme dejado sola media hora.

Intentaba apartarse de él, pero Stone la tenía sujeta por la cintura.

—Lo siento, cariño…

—Más lo siento yo.

—Perdona, de verdad. Estaba celoso y… por favor, no llores.

Antes de que pudiera evitarlo, Stone inclinó la cabeza para buscar sus labios.

Faith intentó seguir furiosa, pero el calor de su boca la derretía por dentro. Dejando escapar un gemido, enredó los brazos alrededor de su cuello y sintió la mano masculina en la espalda, apretándola tanto que casi le hacía daño.

Cómo lo deseaba. Y él la deseaba también. Su pulso se aceleró al notar el franco deseo del hombre.

«Estaba celoso…»

Esas palabras se repetían en su cabeza una y otra vez. Estaba celoso. Llevaba semanas intentando evitarla a toda costa y, sin embargo, la estaba besando, apretándola contra su pecho como si no quisiera soltarla nunca.

—Mi mujer —murmuró Stone sobre sus labios—. Eres mi mujer.

Su mujer… de cara a los demás. ¿Solo era eso para él? Las esperanzas de Faith se hundieron en el abismo de nuevo. ¿Solo la había besado para reclamarla como suya delante de la gente?

No quería creerlo, pero…

Un minuto después estaban en el coche.

—¿Stone?

—¿Sí?

—¿Qué vamos a hacer?

—Nos vamos a casa.

—No me refiero a eso. Me refiero a nosotros, a nuestra relación.

—Faith… ya hemos hablado de eso.

—Sí, pero…

—La respuesta es no. Da igual lo que tú quieras o lo que yo quiera. Acostarnos juntos sería un error y…

—¿Estás intentando convencer a mí o convencerte a ti mismo? —lo interrumpió ella.

—Seguramente las dos cosas —suspiró Stone.

Capítulo 6

—Hola, Faith. Gracias por invitarme a comer —sonrió Eliza.

Habían pasado dos semanas desde el episodio del teatro y, por fin, su suegra y ella encontraron un momento para verse.

—Gracias a ti por venir.

—La verdad, me apetece que nos conozcamos un poco mejor.

—A mí también —dijo Faith, acompañándola al comedor—. Lamento que Stone no haya podido venir, pero es que tenía una reunión importante.

—Seguro que descubrió su importancia al enterarse de que yo venía a comer —sonrió Eliza.

Faith no lo negó. ¿Para qué?

—Espero que esta invitación no haya sido causa de discusiones entre los dos.

—No, claro que no.

Eso era cierto. Porque para discutir primero tendrían que hablar. La reacción de Stone cuando le dijo que había invitado a su madre a comer fue: «Tengo reuniones todo el día, así que no podré venir».

Qué sorpresa.

—Cuéntame qué tal va todo. ¿La prensa os da mucho la lata?

—No tanto como temía, la verdad.

—Ahora que Stone se ha casado supongo que a los periodistas les interesa menos. A menos que sigáis dándoles momentos como en la recepción de Broadway…

Faith se puso colorada. Habían aparecido fotografías en todas las revistas. Fotos de ella hablando con el actor, de Stone tomándola del brazo y… del beso. La situación estaba clarísima para todo el mundo. Stone Lachlan se había puesto celoso.

Y era cierto. Desgraciadamente, reaccionó así porque no quería que nadie tontease con su «esposa», no había nada personal en ello. Faith estaba muy segura de que la veía como una propiedad más.

—Tendremos que ser más cuidadosos en el futuro.

Su suegra estaba sonriendo y pensó que las fotos habrían ayudado a convencerla de que el suyo era un matrimonio real. Qué engaño.

Mientras comían, charlaron de diferentes cosas. Eliza le preguntó por su madre y Faith le confesó sus miedos sobre el futuro. Sorprendentemente, no le resultaba difícil hablar con ella.

—Al final no me has contado nada sobre tu vida de casada. ¿Te ha resultado difícil acostumbrarte? —preguntó su suegra mientras tomaban café.

—En cierto sentido —murmuró Faith—. La verdad, me aburro muchísimo. Paso casi todo el tiempo con mi madre, pero como está tan delicada tiene que descansar muchas horas.

—Pensé que estabas en la universidad. ¿Qué ha pasado con los estudios?

—Me he tomado el trimestre libre, pero pienso terminar la carrera.

No podía explicarle por qué se había tomado libre el trimestre. No sabía si ella estaría al tanto de que Stone había pagado todas sus facturas durante ocho años.

—Me parece muy bien. Los estudios son lo más importante.

—El problema es que me aburro. Le pregunté a Stone si podía ayudarlo en la oficina, pero él me dijo que decorase el salón. ¿Qué te parece?

—Muy típico de los hombres.

—Elegí las telas, contraté a un decorador y ya está. Ya no tengo nada más que hacer.

—Puede que yo tenga un trabajo para ti. ¿Te interesaría?

¿Trabajar con Eliza Smythe? Debía ser cautelosa, se dijo Faith.

—¿Qué clase de trabajo?

—Uno de nuestros contables se ha marchado dejando el departamento hecho un desastre. Ha dejado un montón de datos sin comprobar, archivos sin revisar… en fin, sería solo algo temporal, pero quizá así alivies tu aburrimiento.

—¿Y cómo sabes que soy capaz de hacer ese tipo de trabajo?

Eliza se encogió de hombros.

—Confieso que he investigado un poco. Y he descubierto que estudiabas dirección de empresas, de modo que sabrás hacerlo.

Faith no sabía si sentirse halagada o insultada.

—Estoy empezando a entender de dónde sale el carácter autoritario de Stone.

—Lamento haberte ofendido —se disculpó su suegra—. No era mi intención.

—No pasa nada. Además, me gustaría mucho hacer ese trabajo… pero tendré que preguntarle a tu hijo.

—Muy bien. Aceptes el trabajo o no, espero que podamos vernos de vez en cuando.

—Por supuesto. Y espero que la próxima vez Stone nos acompañe.

—No lo creo —suspiró Eliza.

Sus ojos estaban llenos de dolor. Sabía que Stone no le daría las gracias por meterse en la problemática relación con su madre, pero no podía ignorarla.

—Quizá con el tiempo, se suavice.

Su suegra suspiró de nuevo.

—Mi hijo piensa que lo abandoné y tiene razón. Cuando mi padre murió, yo tenía solo veinticinco años. De repente, me convertí en la propietaria de una empresa muy importante… que estaba luchando para mantenerse a flote, algo que mi padre nunca me había contado. Pero yo estaba decidida a conservar Smythe para mi hijo. Quizá debería haber contratado a alguien, pero en aquel momento pensé… no sé, pensé que era mi destino, que era mi obligación —intentó sonreír Eliza, aunque sus ojos tenían un brillo sospechoso—. O quizá me digo eso para sentirme mejor, no estoy segura.

—Yo creo que fue una buena decisión. La empresa funciona a las mil maravillas.

La presidenta de Smythe se encogió de hombros.

—Pero mira lo que he sacrificado. Mi matrimonio se rompió por culpa de eso… Debería haberme llevado a Stone después del divorcio, pero el niño no quería separarse de su padre… y no me pareció justo hacerlo pasar por una brutal demanda de custodia. Por supuesto, tampoco se me ocurrió que mi marido haría todo lo posible para que no pudiera verlo. Y cuando me fui de esta casa, el juez lo vio como una dejación de mis deberes de madre.

Faith se quedó atónita. Stone pensaba que su madre no lo quería. Durante todos aquellos años pensó que lo había abandonado porque no le importaba.

—¿Tú querías verlo más a menudo?

—Por supuesto, pero cuando mi marido consiguió la custodia sin batalla por mi parte puso muchos límites para que lo viera. No solo eso. A veces tenía que venir a buscarlo y, sorprendentemente, el niño no estaba en casa. Con el paso del tiempo, para Stone mis visitas eran un estorbo, así que dejé de venir —murmuró Eliza, sacudiendo la cabeza—. Siento mucho no haber sido una presencia importante en la vida de mi hijo, pero la vida no me lo puso fácil.

Después de decir eso miró su reloj, temblorosa.

—Gracias por contármelo —murmuró Faith.

—Muchas gracias a ti. Gracias por invitarme a comer, de verdad. Pero tengo que volver a la oficina.

—Espero que podamos comer juntas alguna otra vez.

—Yo también. Y hazme saber si estás interesada en el trabajo. No es solo para que estés ocupada. De verdad necesito que alguien eche un vistazo a todos esos papeles.

—Te llamaré a finales de semana —prometió Faith—. Y no sabes cómo te agradezco la oferta.

Dos días más tarde, estaba bajando a desayunar cuando oyó que Stone la llamaba. Parecía alarmado, algo inusual en él, y Faith salió corriendo.

Lo encontró en la cocina, con su madre. Pero Naomi estaba tumbada en el suelo. Parecía consciente, pero no podía levantarse.

—¡Mamá! —exclamó, poniéndose de rodillas—. ¿Qué ha pasado?

—Por lo visto, iba a levantarse de la silla para tomar un vaso y sufrió un espasmo muscular —dijo Stone.

—Dios mío…

—No te muevas, voy a buscar el teléfono —la interrumpió él. Unos segundos más tarde volvía con el teléfono inalámbrico y una manta—. Menos mal que estábamos en casa. Podría haber estado tirada en el suelo durante horas…

—¿Dónde está Clarice? ¿Y por qué has querido levantarte sin pedir ayuda, mamá? —preguntó Faith, intentando controlar los nervios.