Un matrimonio platónico – Anne Marie Winston

Capítulo 7

El viaje a China había durado tres días más de lo que esperaba. Cuando volvió del aeropuerto, Stone estaba agotado. Las reuniones habían tenido éxito, pero el esfuerzo de comunicar sus ideas a gente de una cultura tan diferente lo había dejado exhausto.

Y no era solo eso. Por primera vez en su vida, estaba impaciente por volver a casa. No para volver al trabajo, sino para regresar a su hogar.

Impaciente. Desde luego. Y tan nervioso que apenas atinaba a meter la llave en la cerradura. Llevaba doce días fuera de casa y le habían parecido cien.

Odiaba viajar. No, odiaba viajar solo. Pero no podía aceptar que se sentía solo porque cierta persona no estaba a su lado. Nunca habría imaginado que podría sentir aquel deseo de volver a casa simplemente porque ella estaba allí.

Nunca había pensado tanto en una mujer como para destrozar su concentración en el trabajo.

Pero Faith le hacía eso. No podía dormir pensando en ella, no podía concentrarse en lo que decía porque no dejaba de imaginar su rostro.

Y por eso quería estar de vuelta en Nueva York, porque así estaría cerca de ella.

Debía estar loco cuando se le ocurrió casarse con Faith Harrell, pensaba mientras subía las escaleras de dos en dos.

¿Cómo podía ignorar la tentación de su dulce y joven cuerpo? Era lógico que la deseara, era una reacción natural.

La puerta del dormitorio de Faith estaba cerrada. ¿Saldría para saludarlo cuando lo oyera moviéndose por la casa? Probablemente no. Tendría que esperar hasta el día siguiente.

Una noche entera sin verla. Echaba de menos los desayunos en casa… Era el único momento del día en que se veían. Casi todas las mañanas desayunaba con Faith, Naomi y Clarice.

Siempre había pensado que lo molestaría encontrarse con gente por la mañana temprano, pero no era así. Todo lo contrario.

Después de cómo había dejado las cosas con Faith podría no ser tan agradable, pero esperaba que se le hubiera pasado. Echaba de menos tenerla cerca, echaba de menos su sonrisa y oírla canturrear por lo bajo mientras iba por la casa haciendo cualquier cosa.

Pero no había habido mucho canturreo durante los últimos días, antes de irse a China. Debería haberse disculpado por lo que le dijo.

Faith tenía un buen corazón y solo quería suavizar las relaciones con su madre. Seguramente le resultaba imposible entender lo que ocurría entre ellos.

Stone entró en su dormitorio y, de repente, un grito lo hizo volverse, sobresaltado…

Y allí estaba Faith. En su habitación. Pero la puerta que la comunicaba con la suya estaba abierta.

Parecía recién salida de la ducha porque estaba envuelta en una toalla y todavía tenía la piel mojada.

Inmediatamente sintió un golpe de deseo. Llevaba tanto tiempo pensando en ella, soñando con ella… Y allí estaba, medio desnuda.

Stone temió que se diera cuenta de la reacción que eso había provocado en él.

—No quería asustarte —dijo con voz ronca.

—No pasa nada —sonrió Faith—. Me alegro de que estés de vuelta. Te he echado de menos.

—Pues… yo también, la verdad.

No podía dejar de mirarla. Estaba preciosa. Y parecía haber olvidado su enfado. Quizá lo había perdonado… No. Faith no lo perdonaría tan fácilmente.

Entonces, sin decir nada, ella se puso la mano en el nudo de la toalla y respiró profundamente. Pareció vacilar un momento, pero por fin desató el nudo y dejó caer la toalla al suelo.

Stone se quedó con la boca seca, atónito.

Era más hermosa de lo que había imaginado. Tenía los pechos altos y redondos, con unos pezones rosados que se endurecían bajo su ardiente mirada. Las piernas largas, las caderas suaves… y el triángulo de rizos rubios que escondía su más preciado secreto.

Mientras la devoraba con la mirada, ella libraba una batalla contra el pudor y la timidez.

—Hazme el amor, Stone.

Él estuvo a punto de tirarla al suelo allí mismo. La deseaba con todas sus fuerzas. Se odiaba por ello, pero así era. Sin embargo, Faith era demasiado niña.

«No es demasiado niña. Tiene veinte años», le decía una vocecita.

Pero era demasiado niña para él.

«Diez años de diferencia no es tanto», insistió la perversa voz.

—¿Stone? —murmuró Faith, dando un paso hacia él—. Se supone que tú tienes que reaccionar.

Evidentemente, no había notado su «reacción». Stone estaba sudando.

—Faith, no te muevas —dijo, dando un paso atrás, como buscando refugio detrás de la cama—. No podemos hacerlo.

—Yo creo que sí —dijo ella en voz baja—. He estado pensando mucho desde que te fuiste. Quiero que… mi primera vez sea con alguien en quien confío. Quiero que sea contigo.

—No puede ser.

Pero no podía dejar de mirar sus pechos, no podía dejar de comérsela con los ojos. Y la idea de que fuera otro hombre el primero lo ponía enfermo.

—Sí puede ser —insistió Faith, quitándose la horquilla con la que se había sujetado el pelo, que cayó como una cascada sobre sus hombros.

Stone alargó un brazo para protegerse, pero ella lo esquivó y se apretó contra su pecho.

¿Cómo iba a apartarse? Tenerla desnuda entre sus brazos, oliendo a gloria…

Sin poder evitarlo, empezó a acariciar su espalda, deslizando la mano peligrosamente hasta su trasero. Necesitaba que lo sintiera, necesitaba que sintiera su excitación para que supiera que aquello había dejado de ser un juego.

—No podremos conseguir una anulación —dijo con una voz que ni él mismo reconoció.

—Me da igual —dijo Faith, besándolo en el cuello—. ¿Cómo puede esto ser malo si los dos lo deseamos?

—No he cambiado de opinión, Faith. Sigo pensando que es un error.

Pero no era verdad. Sus caricias, su forma de mirarlo, lo que había dicho…

Stone empezó a acariciarla por todas partes, hambriento de ella. No podía evitarlo. Iba a ocurrir.

Nervioso, buscó su boca y la besó con toda la pasión que tenía escondida. Ella emitió un gemido de sorpresa ante la invasión de su lengua y Stone recordó lo inocente que era. Por fin, haciendo un esfuerzo, se apartó, respirando con dificultad. Pero no podía soltarla, le resultaba imposible.

—No puedo seguir así. No puedo seguir aparentando que no quiero hacer el amor contigo porque es en lo único que pienso. Esto es en lo único que pienso —murmuró, acariciando sus pechos.

Faith cerró los ojos y él inclinó la cabeza para chupar uno de sus pezones.

—Stone…

—Y en esto —murmuró él, deslizando la mano para buscar el triángulo de rizos entre sus piernas. Estaba húmeda, sorprendentemente preparada.

Stone introdujo un dedo en la húmeda cueva mientras con el pulgar acariciaba el suave capullo escondido entre los rizos. Faith se arqueó hacia él para disfrutar de la caricia pero después, por instinto, intentó empujarlo, quizá asustada de tan nuevas sensaciones, de su fuerza y determinación masculinas.

—No te resistas, cariño —murmuró Stone, buscando de nuevo su boca.

A pesar de haber tomado la iniciativa, Faith era una cría y el acto de entregarse a un hombre la hacía sentir vulnerable. Él siguió besándola despacio, dándole tiempo a acostumbrarse, y después volvió a acariciarla, aquella vez con más ternura, con más cuidado.

—Así, cariño. Va a ser precioso, ya lo verás…

Stone la tomó en brazos para llevarla a la cama y siguió acariciándola allí. Estaba deseando enterrarse en ella, pero era un placer descubrirla entera, encontrar sus sitios secretos y ver la reacción que eso provocaba. Pero entonces Faith se apretó contra él y supo que no iba a poder esperar mucho más.

Con manos inexpertas, ella empezó a desabrochar su camisa. Rápidamente, Stone se incorporó y se quitó camisa y chaqueta al mismo tiempo. Después se quitó zapatos y calcetines, sin dejar de mirarla.

Ella también lo miraba. Y cuando alargó la mano para ponerla entre sus piernas, Stone se quitó pantalones y calzoncillos de un tirón.

Faith abrió los ojos como platos cuando su pasión por ella quedó en evidencia.

—¿Puedo tocarte?

Stone apretó los dientes.

—Lo siento, cariño. Ahora mismo no sería buena idea. Todo terminaría antes de haber empezado.

—Entonces, esperaré.

Se tumbó a su lado, rezando para aguantar todo lo que fuera posible, pero le iba a resultar difícil.

De nuevo, deslizó las manos entre sus piernas para volver a acariciarla. Faith lo miraba con cierta aprensión y Stone le dio un beso en el cuello.

—Tranquila. No voy a hacerte daño.

Entonces se inclinó para chupar con fuerza uno de sus pezones y cuando Faith se apretó contra él, la abrió con los dedos. Tuvo que hacer un esfuerzo para no colocarse entre sus piernas y enterrarse en ella hasta explotar. Pero Faith era virgen y debía recordarlo.

Además, era muy especial. Y quería que disfrutase tanto como él.

Con cuidado, la abrió con los dedos mientras se colocaba encima. Empujó un poquito y la cabeza de su miembro entró en su cueva.

Faith dejó escapar un gemido y Stone dejó escapar una especie de gruñido desesperado.

Ella levantó una mano para secar el sudor de su frente.

—¿Esto es difícil para ti?

—No, es difícil para ti —rió él—. No quiero hacerte daño, pero la primera vez no será muy divertido.

Entonces deslizó la mano entre sus piernas y empezó a acariciar el tierno capullo escondido. Cuando ella cerró los ojos, Stone empujó un poco más.

—Espera… No puedo… no puedo…

—Sí puedes. Tranquila, cariño.

Sin darse cuenta, Faith levantaba las caderas para recibirlo y él tenía que hacer un esfuerzo sobrehumano para controlarse.

—Stone… —murmuró entonces—. Abrázame.

—Venga, déjate llevar, déjate llevar…

Y Faith lo hizo. Vio la sorpresa en sus ojos mientras su cuerpo se convulsionaba y cuando la oyó gemir de placer empujó con fuerza para enterrarse en ella.

Siguió empujando mientras la oía gemir, sintiendo el terciopelo húmedo a su alrededor, y pronto no pudo esperar más. Se dejó ir, cayendo en sus brazos mientras se vaciaba dentro de ella. El placer lo cegó por un momento, lo dejó temblando.

—¿Te encuentras bien? —le preguntó, cuando pudo encontrar su voz.

—Sí.

—¿Te he hecho daño?

—Un poquito al principio —sonrió Faith—. Pero te has equivocado. La primera vez ha sido divertida.

Stone intentó apartarse, pero ella no se lo permitió.

—¿Stone?

—¿Sí?

—¿Cuándo vamos a hacerlo otra vez?

Él soltó una carcajada.

—Dentro de un ratito —contestó, dándole un beso en la frente—. Estoy un poco cansado del viaje.

Pero al apartarse se miró y… lanzó una maldición.

—¿Qué ocurre?

Stone se puso de rodillas sobre la cama, señalando su… miembro viril todavía erecto.

—Que no hemos usado preservativo. ¿Cómo he podido ser tan idiota?

Pero no había podido evitarlo. Estaba completamente enloquecido.