Un matrimonio platónico – Anne Marie Winston

Faith no parecía tener muchas ganas de salir y él sintió un absurdo pánico. ¿Iba a decirle que no, que había cambiado de opinión? Tuvo que hacer un esfuerzo para no tomarla en brazos y meterla así en el ascensor.

Con desgana, Faith sacó una capa negra del armario y poco después salían del apartamento, con las bendiciones de Gretchen.

Mientras bajaban en el ascensor, Stone tuvo que disimular su alivio.

Pero solo la había invitado a cenar porque le parecía su obligación. Faith no debería vivir en un apartamento diminuto ni trabajar detrás de un mostrador.

Su padre hubiese querido que tuviera una buena educación y un trabajo adecuado. O, más bien, que se casara con un hombre rico y tuviera hijos muy guapos y muy bien educados. Después de todo, en los colegios privados se aprende las, a veces, ridículas reglas que acompañan a la buena sociedad.

Ojalá la idea no lo pusiera de los nervios. Stone quería lo mejor para ella y tendría que encargarse de que sus pretendientes fueran adecuados.

Mientras bajaban, la observó por el rabillo del ojo. Llevaba el pelo sujeto en un moño bajo y las luces del ascensor le daban un brillo de plata. Estaba mordiéndose el labio inferior y, sin pensar, alargó un dedo para impedírselo. Al hacerlo, sintió una especie de corriente eléctrica. Y eso lo alarmó.

Faith estaba mirando al suelo y Stone tuvo que hacer un esfuerzo para no levantar su barbilla y buscar su boca.

Un pensamiento totalmente inapropiado. Al fin y al cabo, Faith era como su hermana pequeña.

¿Hermana pequeña? ¿Desde cuándo se preguntaba cómo sería sentir las curvas de su hermana pequeña aplastadas contra su torso?

Casi lanzó un rugido ante aquel pensamiento y Faith lo miró, sorprendida.

—¿Pasa algo?

—No, nada.

—¿Por qué haces esto? —preguntó ella entonces.

—¿Te refieres a la cena?

—Sí.

—Soy tu tutor. Y se me ha ocurrido que, hasta ahora, no he hecho el papel demasiado bien. Lo mejor será pasar algún tiempo juntos… para que me hables de tus planes.

Ella asintió, como si aquella explicación tuviera sentido.

Pero no lo tenía. Ni siquiera para él.

Veinte minutos después entraban en un pequeño restaurante italiano. Cuando el maitre los acompañaba a la mesa Faith lo miró, extrañada.

—Parece un restaurante de mañosos.

Stone tuvo que contener una carcajada. Llevaba años yendo a aquel sitio porque servían la mejor comida italiana de Nueva York. Pero tanto camareros como clientes tenían un aire de seguridad que era casi amenazador, muy parecido a los mañosos de las películas.

—Seguramente es el sitio más seguro de Manhattan.

Mientras cenaban le preguntó si estaba interesada en la informática.

—Por supuesto —contestó Faith—. Hoy en día es muy importante. El último año incluso dirigía la página web del campus.

—¿Y qué piensas hacer cuando termines los estudios?

—Abrir mi propia empresa.

—¿Piensas que es fácil?

—Fácil no. Pero me gustan los retos. Seguramente empezaré trabajando para otros, pero algún día tendré mi propia empresa.

—Tendrás que estudiar mucho para eso.

—Lo mismo que tú, supongo —replicó ella, irónica—. Tú tuviste que hacerte cargo de Lachlan cuando murió tu padre y has tenido mucho éxito. Podrías darme algún consejo.

Stone se encogió de hombros. Hablar de negocios con Faith no era algo que le apeteciese mucho.

—Si te lo propones, seguro que podrás conseguir lo que quieras.

Llegó la cena y Stone le preguntó por la salud de su madre.

—La pobre tiene que ir en silla de ruedas a todas partes —suspiró Faith—. Tiene sesenta años y el proceso de la enfermedad ha empezado a acelerarse. Recientemente ha tenido problemas de visión. Algunos días está mejor que otros, pero solo es una cuestión de tiempo que termine en la cama. Tampoco a ella le hace gracia que trabaje, pero dentro de nada tendremos que enfrentarnos con unos gastos que…

—Tu madre quiere que vivas la vida como cualquier joven de tu edad. Que termines la carrera, que te diviertas y…

Faith se excusó entonces para ir al cuarto de baño. Qué testaruda era esa chica.

Mientras la observaba caminar por el restaurante, Stone tuvo que admirar su elegancia y distinción. Y también observó que todos los hombres la miraban.

Eso lo molestó. Era ridículo… él no era su guardián.

Bueno, sí lo era en cierto modo. Pero no estaban en la Edad Media y Faith no necesitaba permiso para salir con quien le diera la gana. Ni para encontrar marido.

Aunque no le gustaba esa idea. En absoluto.

Faith Harrell era demasiado joven e inocente. Cualquiera podría aprovecharse de ella y era su obligación protegerla. Nunca se lo perdonaría si le ocurriese algo, pero no sabía qué hacer para mantenerla a salvo de los buitres que seguramente la rondarían día y noche.

Entonces se le ocurrió la solución perfecta. ¡Casarse con ella!

¿Casarse con ella? ¿Estaba loco? Le llevaba diez años y tenía mucha más experiencia de la vida. Pero la clase de experiencia en la que estaba pensando no tendría sitio en su matrimonio. Sería un acuerdo absolutamente platónico. Solo para protegerla. En un año, Faith habría aprendido mucho y sabría defenderse mejor.

Además, tenía que casarse para cumplir las condiciones que le había impuesto su madre. Y si se casaban lo antes posible, conseguiría el objetivo con el que había soñado durante años: unir Lachlan y Smythe.

Pero cuando Faith apareció, Stone se olvidó del asunto. Se acercaba sonriendo y él sonrió a su vez, sabiendo que todos los hombres lo envidiarían.

Alta y esbelta, tenía una forma de caminar que, combinada con aquella carita de ángel, era un pecado. Pero seguramente ella ni siquiera se daba cuenta.

Uno de los camareros le sonrió y Faith le devolvió la sonrisa. Pero no vio que él miraba su trasero mientras seguía su camino hacia la mesa.

Y por eso precisamente necesitaba protección, pensó Stone. Faith seguía sonriendo con aquella cara de ángel y se le hizo un nudo en la garganta. Era demasiado guapa, demasiado atractiva, demasiado… todo.

—Mientras estabas en el lavabo he pensado… —empezó a decir, después de tomar un sorbo de agua—. Tengo que hacerte una proposición.

—¿Una proposición? ¿Estamos hablando de trabajo?

—En cierto sentido. ¿Insistes en devolverme el dinero?

—Sí —contestó Faith.

Genial. No había estado tan nervioso desde que habló en público por primera vez. En el instituto.

—Me vendría muy bien tu ayuda… para cierto asunto.

—¿Necesitas mi ayuda? —preguntó ella, sorprendida.

—Necesito una esposa —contestó Stone.

Faith lo miró, como si creyera no haber oído bien. Y no podía culparla. Nada más decirlo, el propio Stone se preguntó si se habría vuelto loco.

—¿Necesitas qué?

—Una esposa —repitió él, intentando calmar los latidos de su corazón.

—¿Y cómo puedo ayudarte a encontrarla? —preguntó Faith, arrugando el ceño—. No conozco a nadie que…

—Quiero que tú seas mi esposa.

Ella lo miró, literalmente boquiabierta, señalándose con el dedo, como si necesitara esa confirmación.

—¿Yo?

—Sí, tú —contestó Stone.

Capítulo 2

Stone no podría haberla sorprendido más si le hubiera pedido que se quitara la ropa. Faith lo miraba, convencida de que había perdido la cabeza.

—No una esposa de verdad —se apresuró a explicar él, apartando la mirada. Y le sorprendió ver que se ponía colorado—. Mi madre está empezando a pensar en retirarse y me ha ofrecido la empresa. Pero ha puesto como condición que debo casarme.

—¿Por qué? —preguntó Faith, sorprendida.

—Cree que debo sentar la cabeza y darle un montón de nietos —suspiró Stone—. Aunque no sé por qué. No es exactamente la persona más maternal del mundo.

Faith creyó percibir una nota de resentimiento en su voz. O quizá de anhelo por algo que no había tenido.

—Obligarte a que te cases parece un poco… exagerado, ¿no?

—A mi madre le gusta controlarlo todo y esto solo es un truco más para que mi vida sea lo que ella quiere —dijo él entonces—. Pero esta vez pienso engañarla.

—¿Y si te niegas a casarte?

Stone se encogió de hombros.

—Supongo que venderá la empresa. No le he preguntado —murmuró, inclinándose para mirarla, sus ojos azules brillantes a la luz de las velas—. Es muy importante para mí, Faith. Quiero fusionar mi empresa con la de mi madre.

—¿Por qué?

—¿Por qué? —repitió él, sorprendido—. Porque es una buena decisión comercial.

—Pero supongo que habrá otras empresas, ¿no? ¿Por qué precisamente la de tu madre?

—Porque es mi herencia. Mi bisabuelo fundó la empresa Smythe y sería una pena que pasara a manos de otro.

Había algo más y Faith se dio cuenta. Pero también se daba cuenta de que no debía preguntar porque era un tema espinoso.

—Ya, claro.

—¿Qué me dices?

—No lo sé —murmuró ella, mordiéndose los labios—. Me parece tan deshonesto…

—¿Más deshonesto que obligarme a contraer matrimonio a toda prisa? —la interrumpió Stone. Por primera vez, Faith reconoció cierta desesperación escondida tras la estoica fachada—. Solo sería durante un año. Estrictamente temporal y estrictamente platónico. Aunque tendríamos que convencer a mi madre de que es un matrimonio real.

—No me gusta la idea…

—Piensa en esa empresa, Faith. Lleva generaciones en mi familia y si mi madre se la vende a otro, ¿quién sabe los cambios que querría hacer? Cientos de personas podrían perder su trabajo.

Ella arrugó el ceño.

—Eso es un chantaje emocional.

—¿Ha funcionado? —sonrió Stone.

Faith se quedó un rato pensativa.

—¿Tendríamos que vivir juntos?

—Tendrías que vivir en mi casa durante un año, pero anularemos el matrimonio cuando llegue el momento. Y pienso pagarte por ayudarme.

«Pienso pagarte».

Faith se avergonzó por los mercenarios pensamientos que aparecieron en su mente. Era práctica, se dijo a sí misma, no mercenaria. No demasiado. No podía aceptar más dinero después de lo que había hecho por ella y sería una buena forma de devolverle el favor.

Además, si vivía en su casa no tendría que pagar alquiler. Y si no tenía gastos podría volver a la universidad. Solo le quedaban dos años para terminar la carrera y cuando tuviera el título encontraría un buen trabajo. Así podría pagar el dinero que le debía. Porque, dijera lo que dijera, pensaba devolverle todo lo que había pagado durante aquellos años. Y, de repente, ese objetivo no le parecía tan lejano.

Se sentía tan aliviada que cerró los ojos un momento.

—¿Te encuentras bien? —preguntó él, levantando su barbilla con un dedo.

Faith tragó saliva al sentir el calor de la mano del hombre. El roce la había hecho sentir una especie de calambre.

—Sí —murmuró. Después, se aclaró la garganta—. Pero no vas a pagarme nada.

—Claro que…

—No. Ya te debo más que suficiente.

—Muy bien —suspiró él—. Te propongo una cosa: si te casas conmigo, consideraremos saldada esa deuda imaginaria.

Faith no podía aceptar eso. No sería justo para él. Estaba a punto de negar con la cabeza cuando Stone levantó una mano.

—Escúchame. El matrimonio será un sacrificio para ti. Perderás un año de libertad, tendrás que asistir conmigo a cenas, estrenos… además, tendremos que convencer a mi madre de que es un matrimonio auténtico.

Ella no preguntó qué significaba eso, pero se puso colorada.

—No sé…

—Es un trato justo. Un intercambio de favores —insistió Stone.

Faith no estaba tan segura. Cuidar de ella y de su madre durante ocho años era mucho más que doce meses de matrimonio. Pero cuando lo miró a los ojos vio en ellos una firme determinación. Si no aceptaba, Stone insistiría en pagarle por sus «servicios».

Y había otro factor importante. Unos segundos antes había visto pánico en sus ojos ante la idea de perder la empresa. No era solo por el dinero, estaba segura. Smythe era una compañía muy importante para él.

—Muy bien —dijo por fin—. Pero con condiciones.

Él levantó una ceja.

—Dime.

—Me gustaría terminar la carrera…

—No tienes que terminar la carrera si no quieres —la interrumpió Stone—. Me harás un tremendo favor con este matrimonio. Lo mínimo que puedo hacer es poner una cantidad a tu nombre a final del año. Así no tendrás que trabajar…

—Pero es que yo quiero trabajar. Y quiero terminar la carrera —lo interrumpió Faith, irritada.

—No podrás trabajar durante ese año. ¿Te imaginas lo que diría la prensa?