Un matrimonio platónico – Anne Marie Winston

Clarice solo se tomaba libres los domingos y, aún así, apenas salía un par de horas.

—La he mandado a comprar unas cosas —contestó su madre—. Quería que trajese algo para desayunar y…

—¿Cómo estás, te duele algo?

—No se mueva, señora Harrell. Voy a llamar a una ambulancia.

—No, no llames a una ambulancia. Estoy bien…

—Tengo que llamar al médico, Naomi. Tendrán que comprobar si se ha hecho daño.

Clarice volvió poco después y se llevó tal susto al verla en el suelo que tuvieron que consolarla entre los dos. Poco después llegaba una ambulancia privada y Clarice, Stone y Faith esperaron en el pasillo del hospital mientras el médico la examinaba.

Media hora más tarde, entró en la sala de espera.

—Su madre está sufriendo un incremento en los espasmos musculares y eso me preocupa. Es importante que empecemos con la terapia lo antes posible. Nadar, hacer ejercicios especiales… No puede estar sola ni un momento.

—¿Y qué podemos hacer nosotros?

—Pueden hacer dos cosas: contratar a un fisioterapeuta especializado en esclerosis múltiple o ingresarla en una residencia que cuente con los medios necesarios.

Faith había temido aquel momento durante años. Y el momento había llegado. Pero la idea de ingresar a su madre en una residencia de ancianos la aterrorizaba.

—Eso no será necesario —dijo Stone—. Si puede recomendarnos a algún fisioterapeuta especializado y algún enfermero que pueda estar con ella las veinticuatro horas…

Cuando el médico salió de la sala de espera, Clarice se levantó de la silla, suspirando.

—Creo que ya no me necesitan. Yo no sé cómo ayudar a la señora Harrell con esos ejercicios.

—No pienso dejar que se marche —sonrió Stone, apretando su mano—. A menos que quiera hacerlo, claro. Naomi depende de usted, y también Faith y yo. Si se queda, estará encargada del personal que contratemos. Sigue siendo muy necesaria, Clarice.

Faith se dio cuenta de que la mujer estaba al borde de las lágrimas.

—Gracias —dijo por fin—. Muchísimas gracias. No tengo familia y, la verdad, quiero mucho a la señora Harrell. No me gustaría nada tener que dejarla.

—Y a nosotros tampoco que te fueras —murmuró Faith, abrazándola—. Ahora somos una familia.

Clarice fue la primera en entrar en la habitación para visitar a Naomi y Faith se detuvo un momento en el pasillo para hablar con Stone.

—Agradezco mucho tu ayuda, pero sé que no contabas con esto cuando llegamos a… nuestro acuerdo. Son muchos gastos y…

—Por favor, Faith. Déjalo. Esos gastos no significan nada para mí.

—Pero es demasiado… No creo que tu padre quisiera cargarte con nosotras para el resto de tu vida.

Stone la abrazó entonces con ternura.

—Tu madre es importante para mí. Ella y Clarice han hecho que mi casa sea más… un hogar.

Faith se apartó para mirarlo a los ojos. Parecía completamente serio.

—Gracias.

No sabía qué decir, pero se tragaría su orgullo para que su madre pudiera vivir lo que le quedaba de vida con dignidad. Llevarla a una residencia le habría roto el corazón.

—No me des las gracias. De verdad. Tenerla en casa es, en realidad, un acto egoísta por mi parte.

—Sí, ya… Eres un buen hombre, Stone —murmuró Faith, acariciando su cara.

Estuvieron media hora con su madre. Se había roto un hueso de la muñeca, pero nada más. Solo había sido un buen susto. Al día siguiente le darían el alta.

Clarice decidió quedarse a dormir en el hospital y no hubo forma de convencerla. Insistía en que estaba acostumbrada y que Faith no podría dormir en el sillón, de modo que Stone y ella fueron al aparcamiento.

—Por cierto, no te he dicho cuánto me gusta el salón. Ha quedado precioso.

—Pero si apenas he cambiado los muebles… Los que eligió tu madre son una preciosidad.

—Sí, y han durado más que ella.

—No sé si esa fue su decisión —murmuró Faith.

No sabía cómo se lo tomaría, pero debía compartir la versión de Eliza sobre su pasado.

—¿Qué más da? Eso ya no importa.

—Sí importa, Stone. A ella le importa. No quería dejarte, pero tu padre pidió la custodia y Eliza no quería que te vieras envuelto en una demanda. Siempre quiso formar parte de tu vida, pero no la dejaron.

—Y supongo que te contó eso durante el almuerzo.

—Exactamente.

Esperaba que Stone dijera algo más, pero evidentemente se negaba a hablar del pasado.

—Estábamos hablando del salón.

—Me alegro de que te guste cómo ha quedado —suspiró Faith—. Y ahora que está terminado, no tengo nada que hacer. Pero seguro que hay algo en tu oficina que yo podría…

—No hay nada, Faith. Pero quería pedirte otra cosa —la interrumpió Stone—. He recibido varios regalos de boda en el despacho y hay muchos más en casa. ¿Te importaría enviar una nota a todo el mundo dando las gracias? Yo te daré las direcciones.

—No hace falta. Las tengo en el ordenador —replicó ella, irritada—. Pero pensé que podríamos hacer algo juntos.

—No tengo tiempo, lo siento. El sábado me marcho a China para un viaje de nueve días.

—¡A China!

Era increíble que no se lo hubiera dicho antes. ¿Cuándo pensaba contárselo, el último día?

—Quiero comprobar si es posible abrir una factoría de las industrias Lachlan en Pekín.

—¿Las industrias Lachlan en Pekín?

—Eso es. El mundo se ha convertido en un mercado global, Faith. Y quiero que Lachlan esté en todos los países importantes. Nuestra factoría en Alemania produce acero para el mercado europeo y una en Pekín serviría para vender en Japón y el resto de Asia.

—Ahora entiendo por qué la gente dice que tienes el toque de Midas. No dejas de buscar formas de mejorar el negocio.

—Eso es lo que hay que hacer si quieres seguir estando arriba. Siempre hay que buscar nuevas oportunidades.

—Cuando heredes la empresa de tu madre, ¿cómo vas a llevar las dos?

Inmediatamente la expresión de Stone se volvió helada. Ocurría cada vez que mencionaba a su madre.

—Pienso fusionarlas para no tener que mover muchas pelotas al mismo tiempo.

La explicación sonaba ensayada, pero Faith se dio cuenta de que aquello no era solo un negocio para él.

Algunas de las piezas del rompecabezas que era su marido empezaban a encajar. No quería la empresa Smythe porque fuera un buen negocio ni porque fuera una tradición familiar.

La quería para controlar lo que no pudo controlar de niño, la quería para controlar la desintegración de su familia y, de una forma simbólica, volver a unir lo que se había roto.

Se preguntó entonces si sabría que algunas cosas ya no tenían arreglo.

—Fusionar las dos empresas es una idea interesante, pero no te ayudará a resolver tus diferencias con tu madre. Tienes que sentarte a hablar con ella —dijo Faith.

Pero sabía que sus palabras caían en saco roto. Cuando la miró, sus ojos eran tan fríos como la noche.

—No recuerdo haber pedido tu opinión sobre lo que debo hacer con mi madre. Solo te he pedido que hagas un papel durante estos doce meses.

Aquello fue como una bofetada. Faith no volvió a decir nada y cuando llegaron a casa salió del coche sin esperarlo.

Y en cuanto subió a la habitación, marcó el número de Eliza.

—¡Esta casa es increíble! —exclamó Gretchen, su antigua compañera de piso—. Sigo sin poder creer que te has casado con él.

—Yo tampoco —suspiró Faith—. La verdad, a veces es un poco abrumador.

—Pero se está portando muy bien con tu madre. A Tim le daría un infarto si le digo que mi madre tendría que irse a vivir con nosotros.

—Es una situación muy diferente, Gretchen. En esta casa hay sitio de sobra.

—Sí, claro, el dinero lo arregla todo. Dinero… Ojalá no existiera —suspiró su amiga.

—Amén —sonrió Faith. Entonces se dio cuenta de que Gretchen parecía inusualmente triste—. ¿Qué te pasa?

—Nada. Tim me ha pedido que me case con él…

—¿En serio? ¿Por qué no me lo habías dicho?

—No es tan fácil. Primero tenemos que ahorrar dinero porque a Tim le gustaría comprar una casa en Nueva Jersey.

—¿Y tú no quieres?

—Me encanta la idea. Una casita rodeada de árboles, con chimenea, persianas de madera… Incluso hemos hablado de los niños, pero quiere esperar hasta que tengamos dinero suficiente. ¡Y yo estoy enamorada de ese idiota y quiero casarme con él ahora mismo!

—¿Por qué quiere esperar?

Faith pensaba que si dos personas estaban enamoradas debían casarse. ¿Qué tenía que ver el dinero?

—No lo sé.

—No lo entiendo. A veces los hombres son incomprensibles.

—Desde luego que sí —sonrió Gretchen—. Pero me parece que te estás refiriendo a un hombre en concreto.

Faith sonrió.

—Desde luego.

—¿Problemas con el magnate?

—Unos cuantos.

Si ella supiera…

—Sexo —dijo Gretchen.

—¿Qué?

—Los hombres son fáciles de manipular si usas el sexo.

—Yo no pienso usar nada para manipular a nadie —protestó Faith.

—Se supone que debes encandilarlos con una noche de éxtasis y después contarles tus problemas. Es entonces cuando están más maleables.

—Eres terrible —rió Faith—. Pero de todas formas, eso no me valdría de nada. Nosotros no…

No terminó la frase. ¿Qué estaba haciendo? No podía contarle a nadie que su matrimonio era una charada.

Su amiga se quedó mirándola con los ojos muy abiertos.

—Lo dirás de broma. ¿Tienes una relación platónica con uno de los hombres más guapos del país?

—Pues… sí, más o menos —suspiró Faith.

—¿No estás enamorada de él?

—Sí lo estoy. Pero me temo que el sentimiento no es mutuo.

—Pero si no te quiere y tú no le das unas noches inolvidables, ¿por qué se ha casado contigo?

No podía echarse atrás. Tenía que contárselo. Además, si había alguien persistente en el planeta, esa era Gretchen.

—Se casó conmigo porque se siente responsable por mí —contestó Faith. No era toda la verdad, pero sí parte—. Nuestros padres eran muy amigos y murieron juntos en un accidente. A partir de entonces, Stone se convirtió en mi tutor.

—¿Tu tutor? ¡Qué Victoriano! ¿Y por eso se ha casado contigo? No me lo creo.

—Es verdad. Por eso no tenemos… ya sabes.

—No me lo puedo creer —suspiro Gretchen, paseando por la cocina—. Mírame a los ojos y dime que si fueras feísima también se habría casado contigo.

—No sé…

—Claro que no. Ningún hombre se sacrificaría de esa forma. Te desea, Faith.

—No, no es verdad —murmuró ella, aunque no del todo convencida.

—Le gustas y está loco por acostarse contigo. Está intentando ser noble o algo así. Pero si le gustas hay esperanzas. Solo tendrás que seducirlo.

—¿Seducirlo? Estás loca.

—No, lo digo en serio. Faith, si estás enamorada de él tienes que conquistarlo.

—Eso es imposible —murmuró ella, recordando cómo la había rechazado—. Stone ha dejado muy clara cuál es su postura al respecto.

—¿No eres tú la que vino a Nueva York sin trabajo y sin dinero y los encontró el primer día? Si lo quieres de verdad, tendrás que arriesgarte.

—Esta conversación es ridícula —dijo Faith—. Venga, voy a presentarte a mi madre.

Pero las palabras de Gretchen daban vueltas en su cabeza mucho después de que su compañera de piso se hubiera marchado.

«Si le gustas, hay esperanzas». «Solo tendrás que seducirlo».