Por los servicios prestados – Anne Marie Winston

Sam sonrió, sin dejar de acariciarla, ahora usando dos dedos.

Del jadeaba, restregándose contra su mano. Sam sonrió para sí mismo mientras inclinaba la cabeza para besar sus pechos de nuevo. Al mismo tiempo, buscaba entre los rizos el capullo escondido… Ella emitió una especie de gemido ronco cuando lo tocó. Y cuando empezó a acariciarlo sabiamente, levantó las caderas sin darse cuenta.

—¡Sam!

—Tranquila, disfruta.

Para su sorpresa, ella respondía ante cada caricia, ante cada beso. Acariciaba su espalda con manos sudorosas, clavándole las uñas…

Sam empezaba a tener dificultades para controlarse. El roce de sus caderas desnudas era muy estimulante y pronto se encontró a sí mismo restregándose contra ella.

Por fin, cuando pensó que ya estaba preparada, se colocó encima. Del lo aceptó encantada, abriendo las piernas para que pudiera instalarse entre ellas. Tener aquel cuerpo tan suave bajo el suyo amenazaba con nacerle perder el control y rápidamente se colocó en posición.

—Puede que, al principio, no te sea cómodo.

—No me importa —dijo ella, apretando sus nalgas—. Me gusta.

Sam se obligó a sí mismo a ir despacio, a penetrarla milímetro a milímetro; entraba un poco y salía después para no hacerle daño. Una y otra vez, repitió el movimiento, los bíceps estaban hinchados por el esfuerzo de sujetar todo su peso, todos los músculos de su cuerpo se encontraban en tensión. Ella no parecía sentir dolor y, de repente, arqueó la espalda, levantando las caderas para ofrecérselo todo. Sam, a punto de perder la cabeza, empezó a mover las caderas, cada vez con más fuerza, más rápido, apretando los dientes.

—Del… no puedo esperar.

—Yo tampoco. Hazme el amor, Sam.

Era imposible resistirse. Sam dejó que su cuerpo encontrase el ritmo, obligándola a seguirlo, sintiendo un placer extremo con cada envite. La tensión se hacía insoportable, los escalofríos más profundos. Del se movía debajo de él, con la misma pasión.

Cada vez que entraba en ella, dejaba escapar un gemido, un suspiro de placer que iba aumentando de volumen hasta que empezó a convulsionarse, sus músculos interiores apretándolo cada vez más, sacándole todo. Sam no podía esperar, no podía aguantar más. Y completó el ritual sexual de la forma más primitiva, arqueando la espalda y enviando su semilla hacia delante con una explosión final que lo dejó sin aliento.

Cayó encima de ella, enterrando la cara en su cuello. Del lo abrazó con fuerza, apasionadamente, y eso despertó en él una sensación nueva, desconocida.

Y supo entonces que iba a hacer todo lo posible por pasar muchas noches en la cama de Del Smith, con su cuerpo delgado bien apretado contra el suyo.

Capítulo 4

—¿Por qué no hemos hecho esto antes? —preguntó Sam, besando su cuello.

Ella se encogió de hombros.

—Yo siempre había querido que te fijaras en mí.

—Y me había fijado en ti. Durante los últimos años he pasado muchas horas preguntándome qué habría exactamente bajo esas camisas tan anchas —sonrió Sam, acariciando sus pechos—. Ahora lo sé —añadió, satisfecho.

—¿Te habías fijado en mí? ¿Y por qué nunca dijiste nada?

Sam se encogió de hombros.

—Soy tímido.

A Del le dio la risa y Sam empezó a hacerle cosquillas hasta que tuvo que gritar para que la dejase en paz. Luego ella encontró sus cosquillas y fue Sam quien tuvo que gritar que parase.

—Se me ocurren muchos adjetivos para describirte, pero «tímido» no es uno de ellos.

—¿Ah, no? ¿Y cómo me describirías? —sonrió él, pasándole una pierna por encima.

—Antipático.

—¿Yo? —Sam estaba demasiado preocupado por su respuesta corporal como para sentirse ofendido. El juego lo había excitado de nuevo y su rodilla estaba rozando un territorio muy peligroso. Tenerla tan cerca, tan disponible, era una forma de tortura porque sabía que no estaba preparada para hacerlo otra vez esa noche.

—Todo el mundo en la oficina se echa a temblar cuando tú llegas.

—¿En serio?

—Sí, das miedo —rió Del—. Aunque eres muy sexy, debo reconocerlo.

—Claro que soy sexy. ¿Qué más soy?

—Listo, seductor, sorprendentemente generoso…

—Por favor, voy a ponerme colorado.

Del tuvo que disimular un bostezo.

—Tengo sueño.

—Pues duérmete.

—¿Vas a quedarte a dormir?

—Sí —contestó Sam.

«Intenta librarte de mí, cariño».

Por alguna razón, pensó en la pregunta que le había hecho antes: «¿Te habías fijado en mí? ¿Por qué no dijiste nada?».

¿Por qué nunca se le había ocurrido pedirle que saliera con él? Y enseguida supo la respuesta.

—¿Quieres saber por qué nunca te he pedido que salieras conmigo?

—Sí —murmuró ella, medio dormida.

—Porque tenía miedo de lo que pudiera pasar cuando todo terminase. Habrías querido irte de la empresa y yo no podría soportarlo. Te necesito, Del.

Ella le dio un beso en la mejilla.

—Yo también te necesito.

Pero no era verdad. Del podía seguir adelante sin él. Pero si lo dejaba y no volvía a verla…

—No me imagino llevando la empresa sin ti —era una frase inadecuada, pero no podía expresar lo que sentía de otra forma.

¿Había sido cosa de su imaginación o Del se apartó un poco? Sam no se movió, pensativo. ¿No se sentiría bien pagada por su trabajo? Él pensaba que sí, pero quizá deberían hablarlo.

O quizá era más que eso. A veces se había preguntado si debería hacerla socia de la empresa… No sabía si Del lo había pensado y tampoco sabía si tenía dinero para invertir, pero se lo merecía. SPP no existiría si no fuera por ella, eso seguro.

—Afortunadamente, no tendrás que hacerlo —dijo Del entonces—. Buenas noches.

Sam conocía lo suficiente a las mujeres como para saber cuándo una no quería seguir hablando, de modo que se mantuvo en silencio. En lugar de decir nada la besó despacito y ella le devolvió el beso.

—Mmmmm… ¿qué es eso que noto ahí abajo?

—Soy yo, mostrándote mi aprecio.

Del soltó una carcajada. Y, para su sorpresa, empezó a tocarlo.

—No sabía que los hombres pudieran…

—Algunos hombres pueden —dijo él, apretándose descaradamente contra su mano—. Y nos encanta —añadió, abriendo las piernas para dejar que hiciera lo que quisiera—. ¿Quieres jugar?

Ella levantó la cabeza, sonriendo.

—Me encantaría.

A la mañana siguiente, Sam despertó en una cama vacía. El reloj marcaba más de las nueve y la luz del sol entraba en la ordenada habitación de Del, pintada de azul y blanco.

Después de desperezarse, se dio una ducha y siguió el olor a café y beicon hasta la cocina.

Del estaba sentada frente a la mesa, con una taza de café en la mano, leyendo el periódico. Con el pelo suelto sobre los hombros, deliciosamente despeinada, llevaba un pantalón de pijama y una camisola que revelaba la forma redondeada de sus pechos como nunca lo habían hecho las camisas que llevaba a la oficina.

Cuando sus ojos se encontraron, Sam sintió algo por dentro.

—Buenos días. ¿Has dormido bien?

Lo había preguntado sin sonreír y eso lo sorprendió. Pero entonces descubrió el porqué: se sentía avergonzada por lo de la noche anterior, por las cosas que había dicho y hecho. Y quería que se marchase.

Sam esperaba que no fuera eso lo que de verdad quería porque no tenía intención de que su relación volviera a ser la de antes.

Se alegraba mucho de haberse acostado con Del. Habían pasado más de ocho años desde la última vez que una mujer fue algo más que un simple alivio y, hasta aquel momento, no se había dado cuenta de cómo echaba de menos la intimidad. No había querido darse cuenta, seguramente.

Sam la sentó sobre sus rodillas y tomó un sorbo de su taza de café.

—Buenos días —dijo, acariciando su pelo—. He dormido muy bien, pero me he despertado sólito.

—Lo siento —se disculpó Del—. Pensé que querrías levantarte tarde.

—Prefiero estar contigo.

Inmediatamente, sintió que ella se relajaba. De modo que no estaba equivocado…

—¿Qué quieres hacer hoy?

—No lo sé.

—¿Qué sueles hacer los fines de semana?

—La colada —rió Del.

—Yo también —suspiró Sam, metiendo la mano bajo la camisola para acariciar su espalda. Ella dejó escapar algo así como un ronroneo, apoyando la cabeza en su pecho—. Yo tengo un par de ideas sobre cómo pasar el día.

Inmediatamente, Del se puso tensa.

—No creo que pueda… al menos hasta esta noche —dijo, levantándose para llevar la taza al fregadero—. Seguro que tú tienes planes y la verdad es que yo tengo que hacer un montón de tareas…

—Vaya —la interrumpió Sam, incrédulo. ¿De verdad lo estaba echando porque pensaba que sólo quería sexo? Mujeres, pensó—. Del, me apetece estar contigo. Aunque no hagamos el amor.

—¿De verdad? —preguntó ella, incrédula.

—De verdad.

—¿Por qué?

¿Cómo una mujer tan atractiva podía no conocer sus propios encantos? Era increíble.

—Aunque ha sido estupendo, no quiero sólo acostarme contigo. Quiero pasar tiempo contigo. Hablando, comiendo, haciendo lo que sea… juntos.

Ella lo miró, completamente atónita.

—Pero si no podemos…

Sam se levantó y le tapó la boca con la mano.

—Después del desayuno iremos a mi casa a buscar mi ropa sucia. Podemos hacer la colada juntos y luego quizá ir al cine o a algún otro sitio. ¿Te parece bien?

Del asintió solemnemente.

—Me parece bien.

—¿Te importaría si dejase algunas cosas mías aquí?

Ella lo miró como si le hubieran salido dos cabezas.

—¿Para qué?

—Para poder pasar contigo mi tiempo libre —contestó Sam pacientemente.

Del se lo pensó un momento y Sam descubrió que estaba sudando. ¿De verdad iba a decirle que no?

—Muy bien —contestó por fin—. Te dejaré un cajón libre.

—Estupendo.

Intentaba aparentar normalidad, aunque no dejaba de preguntarse por el misterio de Del Smith. Esperaba que, dejando allí algunas de sus cosas, entendería que quería una relación con ella, que no era sólo sexo. Pero Del no parecía en absoluto convencida. ¿Por qué no parecía querer dejarle un sitio en su casa, en su vida?

Entonces se percató de lo que acababa de pensar: una relación. Una relación seria. ¿De dónde había salido eso? El día anterior era un soltero feliz, hoy se estaba preguntando cómo convencer a Del Smith para que le permitiera dejar sus cosas…

Era una decisión importante y, seguramente, más premeditada de lo que querría admitir. Durante siete años había estado observando a Del sin esperar nada, pero su subconsciente sabía que era una mujer fantástica y en cuanto ella le había dado una oportunidad…

Y ahora, después de haberse acercado, no tenía intención de alejarse.

El lunes por la mañana llegó demasiado rápido, en su opinión. El fin de semana había sido increíble. Del respondía como nunca hubiera soñado… cuando consiguió olvidar todas sus inhibiciones. Le habría encantado pasar la semana entera haciendo el amor con ella. Y lo haría, cuando se hubiera acostumbrado y pudiese hacer el amor frecuentemente. Quizá, pensó, burlón, si se quedaban en la cama toda la semana descubriría algo más sobre ella.

No había vuelto a contarle nada sobre su vida después de aquella breve información sobre una infancia poco recomendable.

—¿Qué nombre es Del? —le preguntó, mientras se vestían para ir a trabajar.

—Ninguno —contestó ella, sin mirarlo.

—¿Sólo Del? —insistió Sam, escéptico. Aunque sabía que ése era el nombre que usaba en los documentos oficiales.

—Sólo Del. ¿Tú prefieres Sam o Samuel?

—Sam —contestó él. No tenía sentido explicar que, en realidad, su nombre no era Samuel. Le habían llamado Sam desde siempre y le gustaba. Y le seguía asombrando que ningún periodista hubiera descubierto su auténtico nombre después del incidente.

El incidente.

Así era como llevaba años llamándolo, como los medios de comunicación solían describir un suceso terrible.

—¿Estás listo? —la pregunta de Del, que lo miraba maletín en mano, interrumpió sus pensamientos.

—Detrás de ti.

Habían recogido su coche del aparcamiento de O’Flaherty el sábado, pero le parecía absurdo que fuesen a trabajar por separado… porque tenía toda la intención de dormir en su casa esa noche. Pero cuando llegaron a la oficina, Del insistió en que entrasen cada uno por su lado.

—¿Por qué? —preguntó él.