Por los servicios prestados – Anne Marie Winston

Había pensado llamar desde abajo para decirle que estaba allí, pero temió que volviera a desaparecer. Nervioso, llamó a la puerta.

—¿Quién es? Aurelia no está aquí en este momento.

—Soy Sam —dijo él, aclarándose la garganta. Había llegado el momento de la verdad—. Por favor, Del, déjame entrar.

Silencio. Al otro lado de la puerta no oía nada.

—¿Del?

—Vete. No tengo nada que decirte.

—No tienes que decir nada si no quieres. Pero yo tengo que hablar contigo.

De nuevo, silencio.

—¡Déjame entrar o me pondré a gritar hasta que no tengas más remedio que abrir!

Acababa de terminar la frase cuando la puerta se abrió.

—¡No grites! Seguramente habrá paparazzi escondidos en todas las habitaciones.

—Si me hubieses dejado entrar no habría tenido que…

Del dio un paso atrás, haciéndole gestos para que se callase. Llevaba vaqueros y camiseta, pero no los anchos que solía llevar a trabajar. Era ropa que había comprado desde que empezaron a estar juntos, ropa que le quedaba bien, que destacaba su figura. Llevaba el pelo suelto y Sam tuvo que cerrar los ojos un momento, destrozado por la idea de no poder volver a acariciar esa maravillosa melena.

Entonces se percató de que le temblaban las manos e intentó calmarse mirando alrededor. A la derecha estaban las habitaciones, a la izquierda un comedor y un baño. Era un apartamento, más que una suite. No le sorprendería que hubiese una cocina en alguna parte.

Por un momento, la diferencia entre el sencillo rancho de sus padres y la vida lujosa que había llevado Del desde su infancia le pareció un obstáculo entre los dos. Nunca había pensado en esas cosas, pero el estilo de vida de Aurelia Parker daba un poco de miedo.

Entonces recordó que Del había dejado todo eso atrás. Vivía en una casa normal, bonita, pero sin lujos, tenía un trabajo normal y hacía ella misma las tareas domésticas. Vivía como él. Nadie podría haber adivinado que su madre era una millonada. Del no necesitaba dinero para ser feliz.

¿Qué necesitaba para ser feliz?, se preguntó, rezando para que ese algo fuese él.

Del se había sentado en el sofá, cerca de una enorme chimenea de mármol negro, y Sam se sentó a su lado. No sabía cómo empezar, de modo que dijo lo que llevaba en el corazón:

—Lo siento.

Del arrugó la frente y, por primera vez, lo miró a los ojos.

—¿Lo sientes? Pero te mentí…

—Yo también te mentí, cariño. No entendí lo que pasaba… ¿Quieres hablarme de ello, de tu infancia?

Del no dijo nada y Sam se dio cuenta de que intentaba no llorar.

—Por las cosas que me contaste de tu madre, casi pensé que era… una prostituta.

Del levantó una ceja.

—¿Una prostituta? Por favor… No, lo que pasa es que estaba más preocupada por su carrera, su imagen y su vida amorosa que por su hija. ¿Sabes que ha estado casada cuatro veces?

Sam negó con la cabeza. Él no seguía mucho los cotilleos de Hollywood. Tenía sus propios problemas.

—Supongo que no fue fácil para ti.

—Y hubo muchos novios entre marido y marido. Mi padre, Pietro Caminito, fue el primero. Cuando murió, mi madre se casó y se divorció tres veces más. Pero no fue una mala madre, no me pegaba ni nada de eso.

—Pero dijiste que organizaba fiestas… que un hombre intentó propasarse contigo.

Del se encogió de hombros.

—Mi madre había organizado una fiesta después de un rodaje. Todo el mundo debía estar en el jardín, pero ese tipo entró en casa… Yo había salido de mi habitación para ver la fiesta desde la galería y ese hombre me agarró por detrás.

Sam apretó los dientes.

—Pero si eras una niña…

—Robert apareció enseguida. Entonces era mi padrastro y creo que fue la primera vez que lo vi realmente furioso. Le pegó un puñetazo y llamó a la policía. Mi madre juró que ese canalla no volvería a trabajar en la industria del cine y no volvió a hacer una fiesta sin contratar guardaespaldas.

—Pero no dejó de hacer fiestas.

Del sonrió.

—No. Mi madre es una estrella de cine, Sam.

—Pero te has cambiado el apellido. ¿Por qué Smith?

—Es el apellido de mi abuela… aunque el de ella acababa con una «e». No quería que nadie me tratase de forma especial sólo por ser hija de una actriz famosa, así que me lo cambié legalmente —suspiró Del—. Mi madre siempre ha pensado que no podría ser feliz sin un marido y no te imaginas la cantidad de candidatos que me ha presentado… Como que yo iba a querer casarme después de ver cómo le había ido a ella.

Seguramente, habiendo crecido en un ambiente tan falso como el de Hollywood, Del tenía buenas razones para no creer en el matrimonio.

—No es que no la quiera, es que… no me ha entendido durante muchos años. Por eso me inventé un marido —siguió ella, mirándolo a los ojos—. Sam, yo nunca te habría metido en esto a propósito. No sabía que mi madre venía a verme. Y si hubiera sabido lo del tiroteo de San Diego…

—Los dos hemos guardado secretos —la interrumpió él—. Y supongo que ambos teníamos buenas razones para ello.

Del asintió, pero su expresión era remota.

—En cualquier caso, lo siento.

—Entonces, ¿volverás conmigo?

Ella negó con la cabeza.

—No.

—No tienes que volver a la oficina si no te apetece, pero quiero que vuelvas conmigo —insistió Sam, con el corazón en la garganta—. Cásate conmigo, Del. Te necesito. Te necesito desde hace años, aunque he tardado mucho tiempo en darme cuenta. Desde tu cumpleaños, mi vida ha sido perfecta. Bueno, casi. Si te casaras conmigo, sería perfecta de verdad.

Del lo miraba con los ojos muy abiertos. Pero no decía nada.

—Di algo, por favor —le rogó Sam—. Si no puedes soportar la idea de casarte conmigo…

—No puedo, Sam. Te agradezco la oferta, pero no podría hacerte eso. ¿Sabes cómo cambiaría tu vida si la gente supiera…?

—Lo he pensado —la interrumpió él—. Si estamos casados, la historia ya no será tan interesante para la prensa. Además, ser un héroe no es algo de lo que uno deba avergonzarse.

Del negó con la cabeza.

—Desde luego que no, pero el héroe de San Diego y la hija de Aurelia Parker darían mucho que hablar. No te engañes.

—Seremos noticia durante unos días, pero en cuanto una estrella de cine pida el divorcio se olvidarán de nosotros.

Del no dijo nada. Su expresión era triste y escéptica.

Sam empezaba a desesperarse. Estaba tan cerca y, sin embargo, podría haber estado en la luna.

—Te quiero, Del —suspiró, derrotado—. Nunca he querido a nadie así en toda mi vida.

—No tienes que decir eso —murmuró ella, con los ojos llenos de lágrimas.

—Lo digo de verdad. Si puedes mirarme a los ojos y decir que tú no sientes lo mismo, me iré —dijo Sam, tomando su mano—. Puede que me muera, pero prometo dejarte en paz.

Una solitaria lágrima empezó a deslizarse por la mejilla de Del.

—¿Estás seguro?

—¿Seguro de que me moriré si me dices que no? Sí. He visto a Walker y Karen mirándose cuando creen que el otro no se da cuenta. Yo no quiero estar así el resto de mi vida, amargado por haber destrozado una relación con la única mujer a la que he querido nunca. Quiero ver mi anillo en tu dedo. Quiero una casa, un perro, incluso un par de niños si a ti te parece bien.

—Niños…

—Pero en eso soy flexible. Lo que me importa eres tú. Te quiero —repitió Sam—. Te quiero con toda mi alma.

De repente, Del se sentó sobre sus rodillas.

—Yo también te quiero —exclamó, echándole los brazos al cuello—. Oh, Sam, te quiero tanto.

Él dejó escapar un suspiro de alivio, tan fuerte que se habría caído al suelo si no hubiera estado sentado en el sofá. Emocionado, la estrechó entre sus brazos, enterrando la cara en su pelo.

—Pensé que te había perdido para siempre —le confesó, sabiendo que le temblaba la voz.

—Y yo pensé que no querías estar conmigo al descubrir quien era mi madre —sonrió Del, acariciando su cara—. Me alegro tanto de haberme equivocado…

—¿Eso es un sí?

—Sí —contestó ella, mirándolo a los ojos—. Sí al matrimonio, a la casa, al perro, a los niños, a todo.

—Gracias a Dios —suspiró Sam.

—No podría casarme con nadie más que contigo. He soñado con eso tantas veces… pero me decía a mí misma que era imposible. Supongo que tenía miedo de hacerme ilusiones.

—Pues ya no tienes que hacértelas.

Del sonrió, secándose las lágrimas con la mano.

—Prometo hacer todo lo que pueda para que no nos molesten los paparazzi.

Sam se encogió de hombros.

—Da igual. Durará poco, no somos tan interesantes para la prensa.

—Pero tú sí eres interesante para mí —murmuró Del con voz ronca.

Sam se levantó, llevándola en brazos.

—¿Alguno de esos dormitorios está libre? Tú no sabes lo interesante que eres para mí, cariño.

Del rió, señalando con la mano.

—Ése —contestó, mirándolo con una ternura que a Sam le partía el corazón—. Te quiero, amor mío. ¿Por qué no me demuestras lo interesantes que podemos ser juntos?

Epílogo

El vuelo a Las Vegas con la madre de Del había sido tan horrible como esperaban. Aurelia Parker Caminito Haller Lyon Bahnsen podía mantener una conversación con una mínima ayuda de la otra persona.

Les había contado todo sobre su última película, sobre las fiestas a las que había acudido recientemente, de quién se rumoreaba que tomaba sustancias prohibidas y quién estaba en una clínica de rehabilitación. Habló del padre de Del, un piloto de carreras italiano que había muerto en un circuito europeo frente a miles de horrorizados fans, y sobre los maridos dos y cuatro. El número tres, Robert Lyon, estaba frente a ellos, con un ordenador portátil sobre las rodillas, sin prestar atención a la conversación.

Casarse en Las Vegas había sido idea de Aurelia, naturalmente. Según ella, de ese modo despistarían a los paparazzi. Y Sam aceptó porque no quería esperar ni un día más.

No podía imaginar su vida sin Del. No despertar con ella en sus brazos por la mañana, no ver la televisión por las noches, no chocarse en la cocina mientras hacían la cena, no volver a acariciar su pelo, no volver a enterrarse en ella tan profundamente que se convertían en un solo ser…

Gracias a las promesas que estaban a punto de hacerse, eso no pasaría nunca.

Apretando su mano, la mano en la que había puesto su anillo de compromiso, en la capilla que Aurelia había elegido para la boda, Sam miró a su flamante esposa con toda la ternura y el amor que sentía en su corazón.

Del estaba radiante con un sencillo vestido de satén blanco que caía al suelo formando una larga cola. Una tiara de perlas coronaba su gloriosa melena, cubierta por un velo de encaje que llegaba hasta el suelo. Aurelia había llevado ese mismo vestido cuando se casó con el padre de Del; el único vestido de novia blanco que había llevado nunca, según ella.

Cuando decidieron casarse en Las Vegas, pidió que se lo enviaran urgentemente desde Beverly Hills. Estaba en el hotel cuando llegaron, junto con una modista para hacer los arreglos de última hora. Ésas eran algunas de las ventajas de ser millonario, pensó Sam. Afortunadamente, Del no parecía interesada en el dinero.

—Por aquí —dijo el sacerdote después de la ceremonia, interrumpiendo los pensamientos de Sam—. Tienen que firmar el certificado de matrimonio.

Su esposa firmó primero y luego le dio el bolígrafo, con una sonrisa en los labios. Sam se inclinó para firmar el contrato legal y soltó una carcajada al ver la firma.

—No tiene gracia —dijo ella, con los puños apretados.

—¿Cómo que no tiene gracia? —rió Sam, señalando el documento—. Mira esto.

Del miró y…

—¡Lo dirás de broma!

Sam negó con la cabeza.

—Mis padres bautizaron a todos sus hijos con nombres del Antiguo Testamento. Es mi nombre auténtico.

Del soltó tal carcajada que el sacerdote se volvió, asustado. Aurelia, Robert y Ewie, que se había encontrado con ellos en La Vegas, se acercaron, curiosos. Y, un segundo después, estaban todos riendo como si fueran una jauría de hienas.

—¿Pero cómo es posible…?

—Esto no podría haber pasado ni en un millón de años.

Cuando tomó la mano de su esposa para empezar una nueva vida juntos, Sam miró por última vez el certificado de matrimonio.

Dahla Aurelia Smith era el nombre de su esposa. Y debajo, el suyo: Sansón Edward Deering.

Fin