Por los servicios prestados – Anne Marie Winston

Después de ponerse la camisa, salió del dormitorio dando un portazo y fue al salón a buscar las llaves del coche.

La madre de Del se levantó del sofá.

—Sam…

El no se molestó en contestar.

No sabía dónde ir, de modo que fue a la oficina. Era patético, pensó, que un hombre no tuviera un solo amigo al que llamar en un momento como aquél. Pero así era. Se había concentrado en el trabajo tan profundamente que incluso había ido excluyendo a su familia poco a poco. Y mientras estaba recuperándose en el centro de rehabilitación le dolía demasiado oír las anécdotas que contaban sus compañeros, de modo que dejó de contestar a sus llamadas.

Del era la única persona con la que mantenía contacto. En circunstancias normales, podría haber llamado a Robert, pero aquella situación no era normal y, además, Robert no podría ser objetivo. No estaba emparentado con Del, pero había sido su padrastro y, seguramente, lo más parecido a una figura paterna.

Y había estado casado con Aurelia Parker.

Aurelia Parker. No podía haber estado más equivocado sobre la madre de Del.

«¿Tu madre no quería tener hijos?»

«Tenía miedo de que arruinaran su imagen».

Qué idiota había sido. Casi había temido que su madre fuera una prostituta cuando lo que quería decir era que Aurelia Parker temía que ser madre arruinase su imagen de diva.

Sam se dejó caer sobre el sillón y giró hasta quedar frente a la ventana. ¿Qué iba a hacer ahora?

¿Qué más daba? Seguramente, Del no le escondería su verdadera identidad a su madre y aunque lo hiciese, ¿cómo iba a salir con la hija de Aurelia Parker sin que se enterase todo el mundo? Alguien lo reconocería y volvería a ser perseguido por los periodistas como ocho años atrás. Por periodistas y por mujeres decididas a enganchar a un héroe. Prácticamente se había convertido en el soltero más cotizado del país, como si hubiera participado en uno de esos concursos en los que la gente buscaba pareja.

El pitido del sistema de seguridad interrumpió sus pensamientos y Sam volvió a girar en el sillón para mirar la pantalla del ordenador. El sofisticado sistema había identificado la entrada de Walker en el edificio y, un momento después, oyó el ruido del ascensor y unos pasos que se dirigían a su despacho.

Justo aquel día, cuando menos le apetecía hablar con nadie.

—Hola, jefe. Pensé que no habría nadie en la oficina.

—¿Qué haces aquí un sábado?

—Quería comprobar los planes para el rescate del niño la semana que viene —contestó Walker, sin mirarlo—. No quiero que haya ninguna contingencia.

De repente, Sam descubrió que estaba preocupado. Karen Munson estaba en ese caso…

—No te preocupes, no pasará nada. Tiene muy buenas referencias. No la enviaría a Río si no confiara en ella.

—Ya lo sé —dijo Walker—. Sólo quiero comprobar el plan para estar seguro de que todo va a ir bien. La verdad es que… no sé si poner a Karen en casos de secuestro infantil es buena idea. Si algo va mal, se lo tomará como algo personal.

Sam asintió, pensativo. Podría tener razón.

—Pero no puedo elegir qué casos puede llevar y cuáles no.

—Sí, lo sé —suspiro Walker—. Cuando vino a pedir trabajo, sabía a lo que nos dedicábamos.

—Así es.

—Y yo no tendría por qué preocuparme de cómo se tome las cosas. Pero es que… sé que lo está pasando mal. Sé que le he hecho daño y no quiero que vuelva a sufrir.

—Yo tampoco, pero no puedo apartarla de todos los casos en los que haya un niño involucrado. Los demás pensarían que está recibiendo un trato especial —dijo Sam—. La mayoría de los empleados no conoce su pasado. O, más bien, no lo conocían antes de la otra noche.

Walker bajó la mirada, avergonzado.

—Me porté como un idiota —reconoció entonces—. Seguramente, deberías despedirme.

—Lo he pensado —dijo Sam, con sinceridad.

—Ella decía que me amaba —murmuro Walker, como si hablara consigo mismo—. Pero no veíamos las cosas de la misma manera y decidió marcharse. Me dejó de repente y… supongo que siempre había querido vengarme.

—¿Y ahora?

El hombre dejó escapar un largo suspiro.

—Ahora tengo que asumir que he destrozado cualquier posibilidad de relación con la única mujer a la que he amado en mi vida —contestó, dejando caer los brazos—. Bueno, voy a echar un vistazo al informe.

Luego desapareció, caminando pesadamente por el pasillo.

Capítulo 9

«Ahora tengo que asumir que he destrozado cualquier posibilidad de relación con la única mujer a la que he amado en mi vida».

Sam se quedó helado.

¿No había hecho él lo mismo? Del no le había hablado de su madre porque no quería perderlo. Seguramente tenía miedo, y con razón dada su experiencia, de que él estuviera más interesado en una relación con la estrella de cine que con su hija. ¿Cómo iba a saber ella de qué modo iba a afectarle la noticia?

Sam se sintió avergonzado. Del no era la única que había escondido secretos. ¿Por qué pensaba que debería haber confiado en él si él no había confiado en ella?

Pero… confiaba en ella. Con total claridad, Sam se dio cuenta de que en los últimos siete años había confiado en Del por completo. Ella conocía todos los secretos de la empresa, estaba al corriente de todo.

Sam siempre había sabido en su corazón que ella nunca lo traicionaría… Mucho tiempo atrás, supo instintivamente que Del lo amaba, aunque siempre se había portado con total corrección.

¡Lo amaba! Saber eso debería convertirlo en el hombre más feliz de la tierra. Pero lo había estropeado todo marchándose de esa forma. Del lo necesitaba. Necesitaba un amortiguador entre su madre y ella. Inventándose un marido había creado uno artificial durante los últimos seis años… pero ahora, cuando más necesitaba su protección, no estaba allí para ayudarla.

Sam se levantó con tal fuerza que el sillón fue rodando hasta dar contra la ventana. Tenía que pedirle disculpas. Él no quería ser Walker, no quería destrozar su vida ni quería destrozar sus posibilidades con la única mujer a la que había amado nunca.

Mientras bajaba al aparcamiento, pensó en Del y recuperó la confianza. Ella lo amaba. Tenía que amarlo o no sería tan tierna, tan entregada. No podría terminar sus frases o saber de qué humor estaba antes de que hubiese abierto la boca si no estuviera enamorada de él. Ya él le pasaba lo mismo.

Lo amaba. Y Sam la amaba a ella. No había estado preparado para reconocerlo, pero no sabía por qué. Del no tenía nada que ver con Usa. No era una persona egoísta, todo lo contrario.

Se le encogió el corazón al recordar su cara. La amaba y cuanto antes se lo dijera, mejor.

Pero… ¿qué iba a decirle?

«Cásate conmigo». La respuesta apareció en su mente con total claridad y era tan sencilla que lo dejó asombrado.

Le contarían la verdad a su madre y la invitarían a la boda. Así de fácil.

Sam sonrió. Del era muy cautelosa en cuanto a su relación, pero él había conseguido borrar casi todos sus miedos. Simplemente le diría que no tenía alternativa.

Una vez pensó que después de Usa jamás pondría una alianza en el dedo de una mujer. Pero el dolor por su traición había desaparecido por completo y sólo podía darle las gracias al cielo por haber escapado de una relación tan frívola. No era el matrimonio lo que había intentado evitar, era poner su corazón en manos de otra persona.

Pero estaba dispuesto a entregarle a Del su corazón en bandeja de plata.

Llegó a la casa quince minutos después. Si su madre seguía allí, le pediría disculpas, pensó. De rodillas, si así conseguía que Del lo perdonase.

Pero cuando abrió la puerta no oyó voces. La casa estaba vacía.

Quizá había acompañado a su madre al hotel, pensó. A lo mejor se habían ido de compras… Sam buscaba alternativas que le pareciesen aceptables.

Entonces oyó que alguien metía la llave en la cerradura y se volvió, esperanzado. Pero no era Del, era Robert.

—¿Qué haces aquí?

—Recoge tus cosas y dame la llave —dijo el hombre, con una expresión nada amistosa.

—¿Dónde está Del? —preguntó Sam, sorprendido.

—Me ha pedido que viniera, por si volvías —contestó Robert, dándole un sobre.

Con una sensación premonitoria, Sam abrió el sobre y sacó dos cuartillas escritas con la letra de Del:

Sam,
Adjunto mi carta de dimisión, efectiva inmediatamente. Estoy segura de que encontrarás un sustituto enseguida. Siento dejarte así, pero no podría volver a trabajar contigo. Supongo que estarás de acuerdo.
De nuevo, te pido disculpas por no haberte contado la verdad.
Gracias por hacer que mi primera historia de amor haya sido tan especial. Conservaré los recuerdos como un tesoro.
Del

El corazón de Sam se detuvo por un momento. Del estaba convencida de que no iba a volver con ella. Porque en su mundo, cuando una relación terminaba, se terminaba para siempre. Y cada uno tomaba su propio camino.

Y ella había tomado el suyo.

«Por favor, que no sea demasiado tarde». Su relación apenas había empezado. No podía terminar así.

Sam volvió a leer la nota, sin prestar atención a la mirada fría de Robert. «Mi primera historia de amor». Sam se agarró a esa frase como si fuera un salvavidas. No la había llamado «encuentro sexual» o «aventura». La llamaba «historia de amor».

—No —murmuró, rompiendo ambas cuartillas en pedazos—. No va a dejar el trabajo y no va a dejarme a mí. ¿Dónde está?

Robert sacudió la cabeza.

—No me preguntes eso.

—¡Te lo estoy preguntando, maldita sea! Quiero que vuelva.

—¿Por qué?

—Porque… —Sam no se atrevía a contarle la verdad. Aquello era entre los dos—. Porque sí.

Robert negó con la cabeza.

—No es suficiente. Puedes encontrar otro subdirector para tu empresa…

—Eso me da igual. Quiero a Del.

—¿Por qué?

Al infierno con sus estúpidas contemplaciones. Si tenía que gritar sus sentimientos a todo pulmón para conseguir que Del volviese, lo haría.

—Estoy enamorado de ella. Eso es lo que quieres oír, ¿no? Pues ya lo sabes. Estoy enamorado de Del.

Robert pareció relajarse.

—No es a mí a quien tienes que convencer.

—Entonces dime dónde está y se lo diré. Por favor, Robert, tengo que encontrarla. Le he hecho daño sin pensar y… quiero pedirle perdón —suplicó Sam, tragando saliva. Por primera vez, se percató de que podría no haber un futuro con Del—. Aunque ella me diga que no quiere volver conmigo, tengo que pedirle perdón.

Robert vaciló, pero al final…

—Se ha ido al hotel con Aurelia. Piensan marcharse mañana.

—¿Marcharse dónde?

—A California.

Sam tuvo que hacer un esfuerzo para llevar aire a sus pulmones.

—Pero ella no quiere vivir con su madre. ¿Por qué va a irse a California?

—¿Y qué la retiene aquí? —preguntó Robert a su vez.

—Yo…

—Aurelia tiene una gran personalidad, Sam. Yo creo que no sabe cómo intimidaba a Del cuando era pequeña. Es la primera vez que entiende cómo odia que intente emparejarla con nadie. Pero Aurelia quería que su hija fuera más feliz de lo que lo había sido ella… Puede que te parezca absurdo, pero de verdad pensaba estar ayudándola.

—Y lo que ha conseguido es alejarla de ella —murmuró Sam. Acababa de percatarse de algo: Del había tardado años en salir de su concha antes de atreverse a mantener una relación con alguien. Y ese alguien era él. Sólo él—. ¿En qué hotel están?

Media hora después, llegaba al exclusivo hotel en el centro de la ciudad, donde Aurelia había reservado la más lujosa suite.

Robert le había dado el número de habitación y Sam subió en el ascensor, pensando en lo que iba a decirle a Del. Pero le latía el corazón como si hubiera ido corriendo.