Por los servicios prestados – Anne Marie Winston

Sam vaciló. No estaba preparado para hablarle de su pasado. Que dijeran de él que era un héroe lo sacaba de quicio. Sólo había hecho lo que estaba entrenado para hacer y sabía que tenía la obligación moral de detener a ese asesino.

Pero si iba a vivir con ella, Del se merecía una explicación.

Sam la abrazó, sintiendo un inmediato consuelo cuando la tuvo apretada contra su corazón.

—Es una pesadilla que he tenido muchas veces. Casi durante ocho años.

—Y tiene que ver con tus heridas, ¿verdad?

—Sí —contestó Sam, acariciando su espalda. En la oscuridad de la habitación, hablar de ello no le costaba tanto trabajo como había esperado—. Pero no fui herido en combate.

—Entonces, ¿quién te disparó? Porque esas son heridas de bala, ¿no?

Y ella lo sabía bien. Uno de los guardaespaldas de SPP había sido herido un par de años antes y, el año anterior, un miembro del equipo de detenciones ilegales recibió un balazo en la pierna cuando intentaba hacer su trabajo.

—Me disparó un loco en la calle. Fue una ironía, desde luego —suspiró Sam—. Nunca me habían herido en combate y me disparan cuando estoy de permiso…

Era la verdad. Aunque no toda la verdad.

—Ésta… —dijo Del, tocando la cicatriz que tenía sobre la cadera izquierda— debió hacerte mucho daño.

—Sí, ésta rozó la espina dorsal. Me pasé un par de meses en un centro de rehabilitación.

—¿Un centro de rehabilitación?

—Aprendiendo a caminar otra vez —contestó Sam—. Los médicos pensaron que iba a quedar parapléjico. No sentí las piernas durante tres semanas.

—Ahora entiendo que tengas pesadillas —murmuró Del, acariciando la cicatriz—. Debiste pasar mucho miedo.

—Sí. Afortunadamente, duró poco tiempo.

Sam no quería pensar en el pánico, en la desesperación que sintió durante aquellas tres semanas.

—No sabes cómo me alegro de que todo saliera bien —sonrió Del, dándole besitos en el cuello. Y más abajo, en el torso, buscando sus pezones con la lengua.

Sam olvidó sus sombríos pensamientos de inmediato. Del no parecía querer saber nada más, no parecía requerir mas explicaciones. Mejor, pensó.

Más que mejor. Del era tan suave, tan calentita, tan seductora… Cuando se puso encima de él, Sam cerró los ojos, deseando el olvido que ella prometía. Sonriendo, separó sus piernas con las manos y tomó un envoltorio brillante de la mesilla.

—Espera un momento —murmuró, mientras se ponía el preservativo. Luego se colocó en posición, entrando en ella despacio, muy despacio. Cuando Del empezó a gemir, intentando acelerar el ritmo, él sujetó sus caderas con las dos manos.

—Sam… Sam…

Con un rápido movimiento, se colocó encima. Del clavaba las uñas en su espalda, intentando en vano acercarlo más.

Sam empujaba con las caderas, clavándose en ella profundamente mientras Del se arqueaba para recibirlo mejor, sujetándolo con fuerza, como si no quisiera dejarlo ir nunca.

Sam la miró, su rostro estaba suavemente iluminado por la luz de la luna que entraba en la habitación, su pelo descansaba suelto sobre la almohada. Tenía los ojos cerrados y los labios entreabiertos, húmedos de sus besos.

Era preciosa. Y era suya.

Del y él estaban hechos el uno para el otro. Se complementaban en todos los sentidos. Sam no podía imaginar la vida sin ella, no podía ver un futuro en el que Del no tuviera un sitio.

Y estaba decidido a tenerla en su vida para siempre.

Ahora sólo tenía que convencerla.

Del no parecía dispuesta al compromiso, pero Sam la haría cambiar de opinión. Porque iba a casarse con ella.

Una semana después, Del asomaba la cabeza en su despacho al final de la jornada.

—Esta noche celebramos el cumpleaños de Beth, del departamento de contabilidad. ¿Quieres venir?

Sam vaciló. Iba a decir que no, pero quería pasar la noche con Del y seguramente ella le estaba lanzando una indirecta sobre cuáles eran sus planes.

—Como fui al tuyo, supongo que quedaría mal si no fuera al cumpleaños de los demás. ¿No crees?

—Probablemente —sonrió ella.

Por eso, media hora después, se encontró entre Del y la nueva empleada, Karen, en un restaurante italiano, cantándole el cumpleaños feliz a Beth, de contabilidad. Acababan de terminar la canción cuando la puerta del restaurante se abrió y Walker entró… con la pelirroja.

—Siento llegar tarde. Feliz cumpleaños, Beth.

Sam se percató de que tanto Karen como Del se ponían tensas. Las mujeres, pensó, tenían un radar interno para los problemas sentimentales. Y eso era lo que acababa de entrar por la puerta del restaurante.

Walker llevaba la corbata torcida y la marca de los labios de la pelirroja en la cara y el cuello de la camisa. Iba despeinado, además. Evidentemente, habían estado dándose un revolcón.

Y los dos parecían haber tomado más de una copa.

Aunque Karen y él se hubieran divorciado muchos años atrás, seguramente no sería agradable para ella ver que su ex marido estaba haciendo el ridículo con una mujer que podría ser su hija.

—Gracias —dijo Beth—. Siéntate, Walker.

Él se dejó caer en una silla y tiró de la pelirroja para sentarla sobre sus rodillas.

—Chicos, os presento a Jennifer. Aunque algunos ya la conocéis.

—Hola —dijo la aspirante a modelo, saludando como una miss en un concurso de belleza—. ¿Quién es Karen?

—Soy yo —dijo Karen, aparentando tranquilidad.

Jennifer la examinó durante unos segundos antes de volverse hacia Walker.

—Dijiste que era vieja. Pero es guapa.

Walker se puso colorado.

—Lo siento —murmuró, incómodo. Y Sam se preguntó si se lo decía a Jennifer o a Karen.

Todo el mundo en la mesa observaba el intercambio con curiosidad. Nadie más que Del y él sabían que Walker y Karen habían estado casados.

—¿Me dejáis pasar? Tengo que irme —dijo Karen entonces.

Sam se levantó automáticamente.

—Feliz cumpleaños, Beth. Gracias por invitarme.

—Celebramos todos los cumpleaños —le explicó Peggy—. Pronto te hartarás de que te invitemos. Y los pasteles de chocolate se te quedarán pegados a los muslos, como a mí.

Karen intentó sonreír.

—Nos vemos mañana.

Estaba dándose la vuelta cuando Jennifer soltó la bomba:

—¿Por qué se va? ¿No habías dicho que ya no tenía familia?

Aunque estaba hablando con Walker, todo el mundo lo oyó.

Karen se detuvo abruptamente.

—¿Perdona?

—Pues… es que Walker me dijo que habías perdido a tu familia y…

—Jennifer, cállate —la interrumpió él.

Karen tenía la expresión de alguien que ha recibido un puñetazo en el estómago. Parecía a punto de llorar, pero se volvió hacia Beth intentando sonreír.

—Espero que lo pases bien el resto de la noche.

Cuando se volvió, Sam pudo ver una lágrima rodando por su mejilla.

—Bueno… —empezó a decir Peggy, nerviosa—. Yo creo que ya es hora de que empecemos a irnos, ¿no?

Hubo murmullos de asentimiento y, de repente, todo el mundo se levantó.

—Maldita sea, Walker, ¿cómo puedes meter la pata así? —le preguntó Sam en voz baja.

—Lo siento —se disculpó la pelirroja, con su ridícula voz de niña—. No quería molestarla.

—No, claro que no —replicó Del, con un tono que no dejaba lugar a dudas sobre cuál era su opinión.

—Si no puede soportar el calor, no debería meterse en la cocina —dijo Walker entonces.

Acababa de meter la pata hasta el fondo. Sam conocía bien a Del y sabía que ésa era la gota que colmaba el vaso. No ocurría a menudo, pero cuando ocurría…

Ella se inclinó hacia delante, con expresión helada.

—No tienes por qué contarle a todo el mundo la vida de Karen, imbécil. Tu vida es asunto tuyo, pero cuando nos obligas a soportar a una persona tan ofensiva que con una sola frase estropea toda una noche, se convierte en asunto nuestro —le espetó, sin mirar siquiera a Jennifer. Luego tocó a la pelirroja en el hombro—. Si vuelvo a verte en una de nuestras fiestas de cumpleaños, te arranco todos esos pelos teñidos que llevas. Y tú, Walker, no te molestes en venir a una fiesta a menos que estés sobrio… y solo.

Él la miraba con los dientes apretados.

—¿Sam? —lo llamó, como buscando ayuda.

—Lo siento, pero Del tiene razón —contestó Sam—. Apareces tú y se va todo el mundo. Eso debería decirte algo, ¿no?

Después, tomó a Del por la cintura y salió del restaurante a toda prisa. Era lo mejor, se dijo. No quería tener que sacarla de la comisaría a causa de una denuncia por agresión.

—¿Todos esos pelos teñidos que llevas? —murmuró, cuando entraban en el jeep.

Del soltó una carcajada.

—A mí me ha parecido hasta poético.

—¿Poético? Yo no elegiría precisamente esa palabra.

—¿Ah, no?

—No. Fue más bien sincero. Parecía que lo decías de verdad. Si yo fuera Jennifer, no querría volver a cruzarme en tu camino.

Del dejó escapar un suspiro.

—No me puedo creer que haya soltado esa barbaridad… De verdad no me creo que Walker haya sido tan idiota como para contarle que estuvo casado con Karen. ¿Crees que ella se irá de la empresa?

—Espero que no. Francamente, despediría a Walker antes que a Karen. Es mil veces más diplomática que él.

—Espero que no perdamos a ninguno de los dos —suspiró Del—. ¿Por qué crees que Karen se casó con él?

—No lo sé. Supongo que tendrá muchas cualidades.

—Sí, seguro.

—Aunque la química a veces engaña —murmuró Sam, pensando en Usa. Nada más decirlo, vio por el rabillo del ojo que Del había vuelto la cabeza bruscamente.

—¿Lo dices por experiencia?

—Pues… sí. Estuve comprometido una vez.

—¿Pero no te casaste?

—No —suspiró Sam. Se alegraba de haber sacado el tema y se alegraba también de que estuvieran en el coche, sin poder verse las caras—. Ella cambió de opinión cuando creyó que iba a tener que soportar a un parapléjico el resto de su vida.

—Lo siento —murmuró Del, cariacontecida.

—Así es la vida. Prefiero haber descubierto qué clase de persona era antes de casarme —dijo Sam, pensativo—. La verdad es que ya casi no me acuerdo de su cara.

Era cierto. Desde que empezó a vivir con Del, el pasado se había convertido en algo sin importancia.

—Pero debió dolerte mucho —insistió ella.

—Sí, bueno… Mira, siento no habértelo contado antes, pero…

—¿Sabes una cosa? Me gustaría sacarle los ojos a esa bruja.

Sam soltó una carcajada. Usa había dejado de ser importante y saber eso era como quitarse un peso de encima.

—Esta noche estás muy violenta —sonrió, tomando su mano—. Afortunadamente para ti, a mí me gustan las mujeres violentas.

De repente, Del puso la mano en su entrepierna y Sam sintió como una descarga eléctrica en la espina dorsal.

—Afortunadamente para ti —sonrió ella, explorando el bulto bajo los pantalones— a esta mujer violenta le gustas mucho. De hecho, está deseando llegar a casa.

Sam rió, pero la risa se convirtió en un gemido cuando Del le bajó la cremallera del pantalón y metió la mano.

—Si sigues así, no llegaremos a casa, querida.

A la mañana siguiente, en la oficina, había cotilleos por los pasillos. Todo el mundo hablaba de lo que había pasado la noche anterior en el restaurante. Sam había oído la frase: «Yo no tenía ni idea de que hubieran estado casados», unas doscientas veces.

Karen tenía ojeras, pero trabajó con su acostumbrada eficiencia, presentándole un estudio sobre la cantidad de agentes que necesitaban para vigilar una casa en Río de Janeiro, en un caso de secuestro infantil.

A las tres, Sam estaba frente al escritorio de Del, echando un vistazo a las reservas de avión para volver a Alemania a revisar el proyecto de perros guardianes, cuando Peggy apareció con un ramo de flores.

—Mira esto. Son para Karen.

—¿De quién? —preguntó Del.

—No lo sé, el sobre está cerrado. Pero la he llamado para que venga a buscarlo y no pienso dejarla ir hasta que me diga de quién son —sonrió Peggy.

Sam soltó una risita.

—¿Qué pasa?

—Nada. Es que no entiendo por qué os parece tan importante.

—Recibir flores siempre es importante —replicó Peggy.