Por los servicios prestados – Anne Marie Winston

Karen asomó la cabeza en ese momento y las tres mujeres se pusieron a hablar. Sam se quedó donde estaba, pensativo.

Él nunca le había enviado flores a Del. Ni siquiera la había invitado a cenar a menos que tuvieran que ver a algún cliente… o en la cena con Robert. Lo había pensado muchas veces, pero la cama siempre se ponía en medio.

De hecho, básicamente era lo único que hacían, pensó. Trabajaban, comían y hacían el amor. Casi quemaban las sábanas todas las noches y ninguno de los dos había dormido ocho horas seguidas desde su cumpleaños… aunque él no se quejaba.

Tampoco se había quejado Del, pero… ¿le importaría que nunca la hubiese invitado a cenar, que no le hubiera enviado flores?

—¿De quién son? —estaba preguntado Peggy.

En silencio, Karen le pasó la tarjeta.

—¡Será cerdo! —exclamó la secretaria, tan sincera como siempre.

—Al menos, se ha dado cuenta de que ha metido la pata —murmuró Del.

Karen no dijo nada. Se quedó mirando las flores con expresión seria. Sam tomó la tarjeta y leyó el sencillo mensaje: Lo siento. Walker.

—¿Estás bien, cariño? —preguntó Peggy.

Karen dejó escapar un suspiro.

—Tan bien como puedo estar teniendo que vivir en el mismo planeta con ese imbécil. Puedes quedarte con las flores, Peg. Ponlas en tu mesa, tíralas. Me da igual. Pero creo que me quedaré con esto —dijo entonces, tomando la tarjeta—. Sólo para recordar que no es una completa basura.

Sam se quedó impresionado al ver que, antes de salir del despacho, Karen Munson respondía con una sonrisa a las palabras de ánimo de las chicas.

Capítulo 8

Esa noche, en la cama, Del jugaba distraídamente con el vello de su torso después de hacer el amor. Sam pensó que le haría falta muy poca persuasión para volver a hacerlo… pero antes tenía que hacer otra cosa.

—¿Qué te parece salir a cenar y al cine el sábado por la noche?

Ella dejó de tocarlo.

—Supongo que es algo que hacen millones de personas.

—Lista —rió Sam, dándole un pellizco en el trasero.

—Ah, ¿querías decir nosotros, salir a cenar y al cine? —preguntó Del, con falsa inocencia.

—O podría invitar a otra chica.

—No si quieres volver a dormir en esta cama.

Rieron los dos, pero esas palabras de nuevo le hicieron albergar esperanzas. Era la primera vez que Del había aludido a un futuro del tipo que fuera. En general, era muy cuidadosa sobre no definir su relación, hasta el extremo de que, durante las últimas semanas, ése era un tema que no habían tocado en absoluto.

—¿Te gustaría que saliéramos a cenar?

—Me encantaría —dijo ella—. Pero, ¿cómo se te ha ocurrido?

—No sé… pensé que estaría bien.

—Si, estaría bien. La verdad es que nunca salimos de aquí, ¿no?

—¿De esta cama? Tienes razón. Ya es hora de empezar a conocernos fuera del dormitorio.

—Y fuera de la oficina.

—Sí.

—Eso estaría bien —murmuró Del—. Oye, tu corazón late muy deprisa.

—Mi corazón siempre late deprisa cuando estoy contigo —dijo Sam, sin pensar.

Del se quedó parada un momento.

—Mi corazón también late deprisa cuando estoy contigo.

Sam se sintió tan aliviado que, durante un minuto, no pudo decir palabra. Pero se quedó pensando… ¿qué había querido decir? ¿Se refería a algo físico o había entendido que él hablaba de otra emoción?

Durmieron hasta las diez. Al contrario que la mayoría de los sábados, Sam despertó antes que ella y aprovechó para poner la cafetera. Después de ducharse, sirvió dos tazas de café y entró con una bandeja en el dormitorio.

A Del no le gustaba madrugar. Hasta que tomaba una taza de café no tenía sentido empezar una conversación o esperar una respuesta coherente.

—Buenos días —murmuró, inclinándose para besarla en el escote y respirar aquel olor suyo, tan femenino. Cuando Del le echó los brazos al cuello, Sam sonrió—. Te he traído café.

—Soy tu esclava para siempre.

Para siempre. Le gustaba eso. Mucho. Ojala lo dijese de verdad, pero sospechaba que sólo era una frase hecha. No importaba, tenía tiempo para convencerla de que estaban hechos el uno para el otro.

Estaba haciendo huevos revueltos cuando oyó que ella cerraba el grifo de la ducha. Perfecto. Justo a tiempo. Entonces sonó el timbre.

Sam arrugó el ceño, sorprendido. ¿Quién podía llamar a la puerta a las diez de la mañana? Del no tenía amigos y su única ocupación era el trabajo…

Cuando miró por la mirilla, sólo pudo ver un pelo rubio muy bien peinado y el perfil de una mujer. Relativamente satisfecho de que el visitante no representase una amenaza, Sam abrió la puerta.

—¡Cariño! —exclamó la mujer, deteniéndose inmediatamente—. Vaya, vaya… no eres quien esperaba, pero me vales —sonrió, mirando su torso desnudo con coquetería—. Tú debes de ser Sam. Me alegro de conocerte —dijo entonces, dejando el numerito de vampiresa para ofrecerle su mano.

Sam no pudo contestar. La había reconocido en cuanto abrió la puerta.

Aurelia Parker. ¡Aurelia Parker!

La mujer que estaba delante de él era una estrella de Hollywood, una actriz que hacía babear a los hombres desde los dieciséis años. Poseedora de un Oscar y nominada varias veces, era una de las grandes del cine.

Aurelia Parker debía tener edad suficiente para ser su madre, pero era mucho más atractiva que muchas chicas de su edad. Llevaba un conjunto negro de escote sorprendentemente decoroso.

Sam alargó la mano y Aurelia la apretó con fuerza.

—Yo soy Sam —consiguió decir—. En fin… perdone, qué tonto soy. Entre, por favor.

«Y dígame qué demonios hace usted aquí y por qué sabe mi nombre».

—Ahora entiendo que Del te haya tenido escondido. Había empezado a desesperar, ¿sabes? —sonrió Aurelia, levantando una bien perfilada ceja—. Sé que no debería preguntar, pero Del no me lo contaría nunca. ¿Hay alguna posibilidad, por pequeña que sea, de que vayáis a ser papas pronto?

¿Eh?

—Sam, no abras… —Del no terminó la frase. Había aparecido en el pasillo envuelta en una toalla azul y con otra blanca a modo de turbante en el pelo. Y estaba pálida—. Hola, madre.

¿Madre? ¿Aurelia Parker era la madre de Del?

Ahora entendía lo que significaba la palabra estupefacto porque era así como se sentía. Era como si lo hubiera golpeado un rayo.

Seguramente, el gesto de arquear la ceja debería haberle dado una pista. ¿Qué le había contado Del a su madre? ¿De verdad Aurelia Parker era su madre? Sam estaba convencido de que apenas se hablaban pero, aparentemente, Del le había confiado que mantenía una relación con él.

—Hola, cariño —sonrió Aurelia, abrazándola—. ¡Feliz cumpleaños!

—Fue hace semanas, mamá.

—Ya, bueno… Hace siglos que no te veía y he pensado darte una sorpresa.

—Pero te dije que este fin de semana no me venía bien —replicó Del, con un tono que habría helado a un oso polar.

Aurelia Parker intentó sonreír, pero evidentemente ésa no era la respuesta que había esperado.

—Si espero hasta que a ti te venga bien, nos veremos cuando esté en una residencia.

Por un momento, madre e hija se miraron, en silencio.

El parecido entre las dos mujeres era increíble, aunque sus estilos, tan diferentes, hacía que pasara desapercibido. Para alguien que no estuviera buscándolo, no sería fácil encontrarlo, pero para Sam estaba claro. Del tenía la barbilla más marcada y no se pintaba nunca, mientras su madre iba maquillada a la perfección. Las dos eran delgadas, pero Aurelia tenía más pecho. Seguramente, resultado de una operación quirúrgica.

—Bueno, estás en tu casa —dijo Del por fin, resignada. Intentaba disimularlo, pero la visita no le hacía ninguna gracia—. Pero te pedí que no vinieras sin avisar, ¿recuerdas, mamá?

—Pero cariño, si te hubiera llamado por teléfono no sería una sorpresa. Además, así he conocido a Sam, por fin. Las otras veces que he venido estaba fuera de la ciudad.

¿Fuera de la ciudad? ¿Qué otras veces? Sam miró a Del, que estaba más pálida que antes.

—Mamá…

—En serio, Del —la interrumpió Aurelia—. Pensé que nunca iba a conocer a tu marido.

¿Marido? Afortunadamente, Aurelia no lo estaba mirando porque Sam se había quedado boquiabierto.

—Mamá, tengo que vestirme —dijo Del a toda prisa—. Sam, ven un momento…

Él obedeció. Estaba deseando que le explicara por qué Aurelia Parker pensaba que estaban casados.

Del se volvió en cuanto entraron en el dormitorio.

—Supongo que esperas una explicación.

—Sí, por ejemplo, me gustaría saber por qué tu madre… que, por cierto, es una estrella de Hollywood, cree que estamos casados —dijo Sam, enfadado.

Aquello era desastroso para él. Tantos años protegiendo su intimidad y la primera vez que decidía vivir con una chica resultaba ser la hija de una estrella de cine que aparecía diariamente en las revistas. ¿Cómo iba a seguir siendo una persona anónima?

—Porque necesitaba un marido —contestó Del. Ya no estaba pálida, todo lo contrario, se había puesto como un tomate—. No uno de verdad, claro, uno de mentira.

—Ah, ya entiendo.

—No lo entiendes, Sam. Mi madre lleva años intentando emparejarme con alguien.

—Y me has usado a mí.

—Sí, me temo que sí —asintió ella—. Era más fácil hablar de ti que… de un marido de mentira. Al fin y al cabo, a ti te conocía bien y…

—¿Desde cuándo cree que soy tu marido?

—Desde hace seis años —le confesó Del—. Mi madre cree que nuestro aniversario es dentro de dos semanas.

—¡Maldita sea! —exclamó Sam, pasándose una mano por el pelo.

Aurelia Parker era la madre de Del. Tendría suerte si algún paparazzi no le había hecho una foto cuando abría la puerta.

—Pensé que no os conoceríais nunca —intentó explicar Del—. Entonces no éramos…

—No éramos amantes, claro. ¿Y no se te ocurrió contarme quién era tu madre cuando empezamos a vivir juntos?

Los ojos de Del se llenaron de lágrimas.

—Sí. No. No lo sé. Me he pasado la vida intentando no ser la hija de Aurelia Parker y temía que si te lo contaba… me verías de forma diferente o algo así. O no querrías estar conmigo.

Sam estaba demasiado furioso como para tener cuidado con sus palabras.

—Tienes toda la razón. Lo último que deseo es estar con alguien cuyo nombre aparece en los periódicos.

Del se llevó una mano al corazón, angustiada, pero su voz era más firme cuando volvió a hablar:

—¿Tienes algo específico contra la gente famosa o es sólo mi madre?

Sam dejó escapar un suspiro. Ya todo daba igual.

—Hace ocho años detuve a un asesino en una calle de San Diego. Me pasé el año siguiente intentando librarme de la prensa… mientras intentaba volver a caminar.

—El asesino de San Diego —repitió Del, sorprendida—. Mató a siete personas antes de que… de que un Navy Seal lo detuviera. ¿Eres tú? ¿Sam Pender?

—Lo era —dijo él—. Incluso tuve que cambiarme de nombre.

—¿Por qué? Deberías sentirte orgulloso de haber salvado tantas vidas.

—Y lo estoy. Pero no te puedes imaginar la que se organizó. Sólo hice lo que estaba entrenado para hacer, lo que tenía que hacer para detener a ese loco —suspiró Sam, sacudiendo la cabeza—. Los periodistas hacían cola en el hospital y me habrían seguido al centro de rehabilitación si no me hubiese cambiado el nombre…

—Dijeron que no volverías a caminar. Pero se equivocaron —murmuró Del.

—Sí. Y lo último que deseo es volver a tener que soportar la atención de los medios.

—Sam, lo siento —suspiró ella, dejándose caer sobre la cama—. Le diré a mi madre que he estado mintiéndole durante todos estos años… Puedes marcharte si quieres. Lo entenderé.

Él empezó a pasear por la habitación.

—¿Por qué me has mentido?

—¿Y por qué tú no me contaste tu secreto? —replicó ella.

—Pensaba hacerlo. Si me hubieras dicho la verdad desde el principio…

—No pensé que fuera asunto tuyo. Nos acostábamos juntos, pero eso no significa que tuviera que contarte la historia de mi vida.

Esas palabras fueron como una bofetada. Sam se volvió, incrédulo. Claramente, Del no veía su relación como algo serio. Para ella, sólo estaban acostándose juntos. No podía haberlo dejado más claro.

—Tienes razón —dijo por fin, con voz ronca, sacando una camisa del armario—. Tu vida no es asunto mío.

—Sam…

—Me marcho. Puedes contarle a tu madre lo que quieras.