La leyenda de Soledad Cruz – Gonzalo Abella

—Cuando se trata de asuntos importantes nuestros hombres mueven la lengua y las mujeres mandamos. Queridos hermanos Andrés y Melchora: el mensaje del tío Lencina es que los tiempos se acaban. Es el momento de actuar juntos. La Hermandad de los Hijos de Zumbí piensa que es necesario impulsar un levantamiento de los esclavos de Sâo Paulo, para que los portugueses sean atacados en su misma retaguardia. Así no podrán apoyar a los malos americanos del Río de la Plata.

—¿Por qué tanta prisa? No estaba previsto así. Pasar a una ofensiva continental en estos momentos…

— La Liga Federal está en peligro, y para nuestra Hermandad la Liga Federal es una conquista muy importante: nuestros abuelos dicen que sólo la Liga Federal garantiza el derecho a la libertad civil y religiosa para todos enfrentando a los proyectos de un Estado unitario exclusivo para criollos. Hoy la Liga Federal es la esperanza del continente para todo lo pynandí, para toda la gente de piel oscura. Para apoyarla, la Hermandad Hijos de Zumbí está de acuerdo en impulsar un alzamiento esclavo ahora mismo en Sâo Paulo de Piratininga y está enviando armas desde Haití. Dos chamanes poderosos, dos pa’i de santo, vienen hacia la bahía paulista. ¡Pero el apoyo guaraní es lo esencial! Ustedes, los guaraníes que abandonaron las Misiones, tienen una red secreta desde el Río de la Plata hasta el Río de Janeiro.

—Y la emplearemos a su debido tiempo, Soledad. Pero la Hermandad de ustedes no puede obligarnos a acelerar las cosas. Una cosa son las acciones militares de mi gente en armas, que apoya plenamente a Artigas. Otra cosa es la red guaraní entera. Tenemos nuestros tiempos, y sabés que nuestros hermanos Guaraní no cristianos, que son la mayoría entre nosotros los Guaraní, son muy celosos en respetar las señales y los ritmos de la naturaleza. Nunca entendieron nuestra posición en las Misiones, el acuerdo secreto que hicieron nuestros padres con algunos compañeros jesuitas, y piensan que hemos traicionado las tradiciones libertarias que sí mantuvieron ellos, los monteses. ¡Y vaya si tienen razones históricas para desconfiar, y cuentas históricas para cobrar! Nuestra nueva alianza con los Guaraní monteses se construye cuidadosamente cada día: grupo a grupo, tekohá a tekohá. No podemos imponerles ritmos políticos. ¿De qué sirve acordar ahora acciones con ustedes, si entre nosotros aún no hay plena unión?

—Pero no podemos seguir pensando y obrando por separado. El legado de Tupac Amaru es para ustedes, los pueblos originarios, el mismo que el legado de Zumbí para nosotros, los afroamericanos: estar juntos, muy juntos, con los gauchos y lo pynandí, para ser una fuerza; ¡que los patricios de la Independencia no puedan ignorarnos más! Por ahora sólo Artigas nos escucha, pero forzaremos el oído de los otros patriotas…

—Soledad, ¿qué estás diciendo? Hacernos escuchar por las buenas, ¿eh? ¡Abrir los oídos de los independentistas! ¿De cuáles? ¿De los porteños patricios? ¿De los españoles de Montevideo? ¿De los masones adinerados? ¿De los monárquicos? No, Soledad; o esto último es una interpretación tuya, errónea, de las palabras de Ansina o tu Hermandad se equivoca. Esos señoritos independentistas de las ciudades, militares de carrera, teólogos de Universidad, hijos de acaudalados comerciantes y hacendados… ¡nos desprecian! Ellos tienen su propio plan de independencia, y nosotros sólo entramos allí como peones. Aquí mismo, en Corrientes, donde todos han levantado la bandera de Artigas, los ricos apenas me soportan, porque no olvidan que soy indio. Soledad, has venido reí, has venido de balde. Definitivamente, para nosotros los Guaraní no son los tiempos todavía para una acción continental. Apenas tenemos fuerza para defender las fronteras actuales de la Liga Federal por acá en el Gran Entre Ríos, y ya es bastante.

—Ansina dice que no avanzar ahora será retroceder. Sólo se consolidará la Liga Federal extendiéndola, impulsando el renacimiento de los quilombos de libertad y la soberanía particular de los pueblos en todo el Continente. Vacilar sería dar tiempo a la alianza de Portugal y España con los independentistas ricos y su patrón, Inglaterra, pues somos una amenaza para todos ellos.

—No es el momento todavía. La situación en Paraguay está confusa y en la propia Liga Federal hay diferentes opiniones ¿Debemos anexar el Paraguay por la fuerza, como provincia federada? ¿O hay que aliarse con su junta separatista contra los porteños y los godos? Hay paraguayos que nos piden lo primero, pero creo que la inmensa mayoría de ese pueblo quiere la independencia. Tuvimos enfrentamientos, casi siempre por culpa de ellos, pero necesitamos la comprensión del Paraguay a nuestras espaldas ante la invasión portuguesa. Deberemos aliarnos, pero algunos criollos federales todavía quieren directamente invadir allá. ¡Demasiados problemas internos tenemos en la Liga, aunque de afuera no se vean! Lo siento, Soledad… Pero no fue totalmente en vano tu viaje. Nos trajiste a tu hijita, para que conozcamos el rostro de la profecía, para fortalecer nuestra Fe. ¿Viste qué linda está esta criatura, Melchora? ¿Viste qué ojazos? Decí algo, esposa mía.

—No se debe hablar de la profecía, Andrés; no se puede hablar ligeramente del misterio. Soledad no habla de eso. Las mujeres tenemos más instinto. Hablar es como tentar al destino. Nadie debe saber lo que esta niñita significa, lo que esta mitâkuñá representa. Yo no quiero saberlo; prefiero acariciar sus trencitas, mirar sus grandes ojazos negros con profundidades de sombra, con belleza de laguna y de… Lobizón.

—Mi mujer tiene razón, Soledad. Ayer, viniendo a tu encuentro, sabiendo que debía responder que no a tu pedido, soñé que volverías por aquí en pocos años y tus ojos estarían más tristes; que repasarías el Paraná sabe Dios en qué destinos, y que nuevamente lo desandarías mucho, pero mucho tiempo más tarde, con el gris y el blanco en tus motas hoy jóvenes… Para entonces, la red secreta guaraní y la Hermandad estarían trabajando juntas. Pero no es el tiempo todavía, Soledad, no confundas, ¡que el viejo tío Lencina no se confunda, no equivoque el preanuncio con el momento debido!

—Ojalá tengas razón, Andrés Guacurarí.

—¿Artigas sabe de esto? ¿Aprobó tu misión?

—Artigas sabe pero guarda silencio. Espera la reunión de jefes militares y espirituales de las diferentes culturas de la Liga. Después dará su opinión. En cambio, Melchora Cuenca sabe de mi visita y piensa como yo, a pesar de ser guaraní.

—Melchora Cuenca está demasiado en Purificación, oye más al viejo tío Lencina que a sus hermanos de sangre guaraní. Pero su trabajo allí es admirable. En fin… Cada cual cumple su deber, cada uno está en su puesto. Yo hablo por los ancianos y las viejas rezadoras de mi pueblo; ellos han dado el consejo. El Padre Azevedo, mi mayor apoyo, me da la razón. Los jóvenes están de acuerdo, por supuesto, en rara unanimidad. Hay que esperar.

—Que los antiguos espíritus nos iluminen, Andrés. ¿Viste? María de Zumbí se durmió. Quién pudiera dormir confiada como ella…

—¿Por qué cantás, hijita?

—Porque volvemos a Purificación, mamá. El tío Lencina tocará sus melodías más bellas en el arpa-miní que descansa en nuestra Escuela de la Patria, y Melchora Cuenca seguirá enseñando las letras a las niñas. Ya sé como cuatro o cinco letras: O-g-u-n.

IV

Como ya sabés, la derrota de 1820 fue terrible. Cuando más clara era la idea federal, cuando ya todo anunciaba el nuevo tiempo americano, se formó el pacto del odio entre el Reino de Portugal, los liberales independentistas, los conspiradores del Imperio Británico, la jerarquía del alto clero, los comerciantes franceses, los hacendados patriotas más acaudalados, la España conservadora que todavía gravitaba en los vacilantes y por último los traidores que son, esencialmente, en todos los tiempos, sólo eso.

Las derrotas prueban el brillo de la auténtica grandeza pero aumentan las fisuras y las grietas de los vacilantes. Muchos caudillos gauchos fueron seducidos por la ilusión de independencia local, halagados con promesas de poder, siempre con palabras que luego se traicionarían; todo era válido para debilitar la Liga Federal.

La Liga Federal era la alianza cultural y política de los pueblos originarios, de la sabiduría afroamericana, de los gauchos libérrimos, de «los más infelices» y también de los mejores intelectuales y militares de formación europea. Todos construían un arco iris sin igual. Un arco iris naciendo en la mano niña de un continente gozoso y esperanzado.

Era el viejo sueño de Zumbí, la revancha de Tupac Katari y Tupac Amaru. Era la nueva libertad de las mujeres, en el sentido irrestricto que habían tenido en los tiempos de la infancia de la humanidad, y era la libertad civil y religiosa en toda su extensión imaginable, para escándalo tanto de inquisidores como de racionalistas liberales. Era por fin, tomar la pradera como madre y no como objeto de compraventa, era un pacto de amistad entre la gente, los ñandúes, los carpinchos, los surubíes y el monte nativo.

La Liga Federal. Perduró su recuerdo más allá de su tiempo y de su espacio geográfico. Quisieron falsear su sentido y su radicalismo, basándose en los documentos de compromiso de sus representantes con las minorías eurocultas vacilantes. Pero la Liga Federal fue por mucho tiempo la fuente de inspiración de los más gloriosos caudillos argentinos, como Felipe Varela y López Jordán. Y de algún modo sigue presente. La Liga Federal renace de sus cenizas cada vez que le pedimos a nuestras raíces fuerza para alcanzar las cumbres.

Pero en su primera vida la Liga Federal terminó siendo un sueño derrotado. Al Paraguay marcharon los sobrevivientes, a pedir humilde refugio, con Artigas al frente en la derrota como antes al frente del sueño. La Utopía se resistía a morir, pero momentáneamente debía pedir asilo a Don Gaspar Rodríguez de Francia, que combinaba un gobierno autoritario con la más pura dignidad americana.

Dejáme recordarte algo de lo que ocurría entonces, porque la historia oficial es mentirosa.

Gaspar Rodríguez de Francia era un gran estadista. Inició un proyecto de Patria solidaria que floreció hasta 1865, veinticinco años después de su propia muerte. Las modernas tecnologías que sustentaban ese proyecto de país las habían tomado inicialmente los Guaraní cristianos de los jesuitas de las misiones, las había desarrollado el Gobierno Revolucionario, y se combinaban con la ancestral sabiduría indígena y el sentido colectivista de los pueblos originarios. Por eso la propuesta paraguaya se basaba en una economía autosuficiente que se desarrollaba sin necesidad de aceros extranjeros ni telas británicas. Paraguay construía su industria y sus cañones, se aprestaba a tener su propio ferrocarril; allí había escuelas para todos y las Estancias de la Patria se fraccionaban para que cada nueva pareja tuviera acceso a la tierra, mientras que desaparecía lentamente, por arcaica, la esclavitud tradicional. Aunque (a diferencia de la difunta Liga Federal) no había en el Paraguay autonomías locales, aunque no había protagonismo multicultural, aunque se renunciaba por razones tácticas a impulsar un proyecto continental, la mayoría del pueblo vivía mejor que en las tierras vecinas. Primero vivió bajo la férrea mano de aquel hombre tan admirador de Robespierre que desde la modificación de su apellido original hasta los colores de su bandera eran de inspiración jacobina. Era una “dictadura provisoria” pero había tanto espacio para construir cosas nuevas, que la férrea mano del Dr. Francia sólo la sentían los poderosos que querían defender sus privilegios. Después, bajo el gobierno de los López, y con altibajos, el impulso esencial continuó triunfando.

En fin, el Paraguay, desde los primeros años del gobierno del Dr. Francia era todo un peligro para el orden mundial. O sea que para los “eurocultos” liberales y sus amos británicos Gaspar Rodríguez de Francia era un tirano malvado.

Pero estábamos en 1820. En la caravana que acompañó a Artigas marchaban los heroicos lanceros afroamericanos, hombres y mujeres jóvenes pero veteranos de la guerra de resistencia, y también algunas familias negras que no querían volver a la esclavitud.

La trágica mirada de Soledad anunciaba una decisión terrible que había adoptado definitivamente. La profecía debía cumplirse.

—Calma, señores y señoras. Habrá tierras para cada familia. Ya saben las condiciones. Para el Dr. Francia, nuestro Supremo Gobernante, ustedes son ciudadanos con iguales derechos que los paraguayos; eso fue lo que prometió a Artigas.

—Artigas no pudo verlo en persona.

—Artigas aceptó nuestras condiciones. Calma. Respetaremos su pedido de estar todos próximos entre sí. ¡Es la palabra de un oficial de la patria! En cuanto a vuestro jefe espiritual, el Ciudadano Lencina, pidió seguir con Artigas hasta Curuguaty y hemos respetado también su voluntad. Las condiciones de asilo para Artigas son más estrictas, y comprendan que esto es así porque al darle protección asumimos un compromiso muy riesgoso para la seguridad nacional. Artigas quedará confinado en Curuguaty, porque la situación internacional es muy peligrosa; Artigas debe alejarse de Asunción y así lo hemos hecho saber a nuestros vecinos, sus enemigos, que ya están bastante furiosos con nuestro ofrecimiento de asilo. Tratamos de evitar la guerra.

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