Remanso tranquilo – Stanley Abbott

Barwell indicó que no tenía mucha importancia, pero ella no se detuvo. No pude evitar la sensación de que había cierta satisfacción en su comentario.

—¿Y a que no sabes qué le hizo Harry a Peter Endrik? —preguntó—. Pues sencillamente hizo como si no existiera. Yo creo que estuvo magnífico. ¿Usted no, señor Manson? —preguntó dirigiéndose a mí con la sonrisa de los Borgia pintada en su rostro rollizo.

Thornton se encogió de hombros y dijo:

—Estaba borracho.

Julia dejó el cuchillo y el tenedor en el plato y le miró furiosa, mientras se producía un silencio embarazoso. Suspiré aliviado cuando terminamos de cenar y regresamos al salón.

Los Barwell jugaban los dos al bridge, de manera que se decidió que ella jugaría la primera partida y después yo ocuparía su lugar. Julia sugirió que nos sentáramos en el porche, que circundaba la casa, y se dirigió hacia el extremo más apartado, desde donde se disfrutaba de una vista sobre la desembocadura del río. Me pareció que no estaba dispuesta a mantener ninguna conversación banal, de modo que le ofrecí un cigarrillo y nos sentamos en silencio contemplando las luciérnagas que revoloteaban entre los arbustos.

Me sorprendió su pregunta:

—¿Cree que encontraría trabajo si volviera a casa?

No respondí de inmediato, pues intuí que la pregunta significaba algo más de lo que parecía a primera vista.

—¿Tan mal van las cosas? —pregunté amablemente.

Me miró y asintió con la cabeza, como si no se atreviera a hablar. Aguardé mientras ella retorcía despacio el pañuelo entre los dedos.

Después empezó a explicarse.

—No me dirige la palabra desde hace seis meses. No se puede imaginar lo que es eso. Da mensajes a los criados o deja notas, pero no me habla. No sé qué hacer, se lo aseguro. A veces pienso que voy a volverme loca.

Suponía que había algo extraño en Thornton, pero aun así me sorprendió. Me costaba creer que utilizara un método tan cobarde de intimidación mental.

—¿Siempre ha sido así? —pregunté.

—Al principio no. Siempre ha sido muy celoso, pero ahora, cada vez que bailo con alguien o hablo más de una docena de palabras con un hombre, imagina lo peor. Antes solía romper cosas y me pegaba. Ahora no me dirige la palabra. Una vez estuvo así durante casi un año, pero ahora ya no puedo aguantarlo más.

Volvió la cabeza de manera que no pudiera verle la cara, pero bajo la luz mortecina logré ver el destello de las lágrimas. Puse mi mano entre las suyas: debía de ser el primer gesto de afecto que recibía en años. En el porche resonaron unas pisadas. Julia se levantó precipitadamente y se marchó, mientras Harry Thornton bajaba los escalones. Evidentemente no quería que notara que había llorado.

—¿Quiere tomar algo? —me preguntó, pero sus ojos perseguían a Julia. Le importaba poquísimo lo que yo quisiera.

—No gracias. Ya he bebido bastante —respondí.

Thornton se me quedó mirando fijamente unos momentos que me parecieron larguísimos. Me pregunté qué debía de estar pensando. De repente se me ocurrió que me daba lo mismo lo que pensase. Estaba dispuesto a levantarme y hacerlo saltar de su porche de un puñetazo. Por suerte dio media vuelta y se marchó sin decir una palabra.

Julia no volvió a aparecer, y cuando nos marchamos, Thornton dejó bien claro que no le importaría no volver a verme más. Jeff debió de imaginar algo, pero no hizo ningún comentario y llegamos hasta el bungalow en silencio.

Nos fuimos a acostar en seguida, pero me costó mucho dormirme. Era obvio que Julia necesitaba ayuda, o de lo contrario no me habría hablado como lo había hecho. Y también estaba claro que no estaba enamorada de Thornton. Pero entonces, ¿por qué no le abandonaba? Tal vez se tratara de un problema de dinero, pero en este caso, el asunto tenía fácil remedio. Yo podía prestarle el importe del pasaje y tenía muchos amigos en San Francisco que se ofrecerían a alojarla y la ayudarían a conseguir un trabajo. Intenté no mezclar ningún sentimiento que pudiera inspirarme Julia, pero no pude evitar pensar en lo que estaría sucediendo en su bungalow en aquel momento, y mi imaginación se desbordó. Había amanecido ya cuando por fin pude conciliar un sueño intranquilo.

Había decidido hablar con Jeff acerca de lo ocurrido, ya que necesitaba su consejo. Aquella tarde, mientras tomábamos una copa, le conté lo que me había dicho Julia.

—Nunca habría imaginado que fuese tan mezquino —comentó en voz baja.

—Lo que no comprendo es por qué no le ha abandonado o pedido el divorcio.

—Su situación sería aún peor —dijo Jeff—. En este país obtendría una miseria, apenas lo suficiente para vivir.

Le conté que había pensado ayudarla con el pasaje y con la colaboración de mis amigos de San Francisco. Me miró de hito en hito unos instantes antes de observar:

—Supongo que eres consciente de lo que haces.

Iba a replicarle cuando a través del aire quieto de la noche resonó algo parecido a un petardo. Probablemente era un tiro disparado a lo lejos. Nos quedamos un momento alerta, escuchando.

—Debe de ser Peter Endrik —explicó Jeff—. Se dedica a perseguir cocodrilos en los lodazales con una linterna sujeta al rifle.

—Parece muy emocionante.

—Demasiado, para mi gusto. Un paso en falso y se acabó.

Nos quedamos un buen rato contemplando el río. Jeff acababa de llenar otra vez las copas cuando oímos unos pasos apresurados que se acercaban por el padang. Casi inmediatamente apareció bajo el porche un sirviente malayo con chaqueta blanca y una linterna en la mano.

Tuan, ven rápido —jadeó—. Rápido.

Bajamos presurosos del porche y cruzamos corriendo el padang en dirección a las luces de un bungalow. El muchacho nos guió a través de un amplio porche y nos hizo entrar en el salón. En el suelo, junto al sofá, estaba Peter Endrik. Le habían disparado un tiro en el pecho. Jeff le rasgó la camisa y le examinó.

—Está muerto —musitó.

Peter estaba tendido de espaldas y un poco más allá había un revólver de seis balas. Jeff se arrodilló y lo observó sin tocarlo.

—Un treinta y ocho —dijo—. Por el momento será mejor dejarlo donde está.

Habló con el sirviente en un dialecto que me resultaba ininteligible y, cuando a través del jardín se dirigieron a la parte trasera de la casa y al sendero que rodeaba el padang, fui tras ellos. Estaba oscuro y Jeff examinaba el suelo con una linterna.

—El muchacho dice que la puerta principal estaba cerrada cuando ha llegado hace pocos minutos. De manera que quien haya disparado contra Endrik, tiene que haber entrado por esta otra puerta.

Pero no vimos nada especial y regresamos al interior. La primera cosa que advertí al entrar fue un ligero olor a almizcle, extraño y, sin embargo, familiar; la segunda, que el revólver que antes estaba en el suelo había desaparecido.

Salimos corriendo al porche y, aunque miramos atentamente y nos paramos a escuchar, no oímos nada. Habíamos estado ausentes diez minutos escasos, pero habían bastado para que alguien se deslizase en el interior y cogiera el revólver.

—Me daría de bofetadas por idiota—se lamentó Jeff.

Se quedó un buen rato observando el cuerpo de Peter Endrik, absorto en sus pensamientos. Luego se dirigió a mí:

—Voy a ir a casa de los Thornton. ¿Te importaría acompañarme?

Su bungalow estaba en la parte más alejada del padang. Cuando nos acercamos, vimos que tenían las luces encendidas. Jeff me murmuró al oído:

—Si no te importa, creo que preferiría hablar yo solo con ellos. Pero me gustaría que oyeras nuestra conversación.

Asentí y Jeff se dirigió a la puerta. Esperé a que hubiera entrado y luego me arrastré hacia el porche para ocupar un lugar desde el que pudiera observar a Harry Thornton y a Julia. Jeff ya les había contado lo ocurrido.

—Pero Jeff —decía en aquel momento Harry—, no creerás que hemos tenido algo que ver en el asunto, ¿verdad?

—Por supuesto que no, Harry. Sólo quería saber si habíais oído o visto algo, pero si habéis estado toda la tarde aquí, es imposible.

—Yo he llegado hace aproximadamente media hora, Jeff —explicó Julia—. He oído el disparo cuando salía de casa de los Barwell, pero he creído que era Peter Endrik que perseguía cocodrilos en el lodazal.

—¿Por qué camino has venido? —quiso saber Jeff.

—Por el del padang, como hago siempre; es más corto que el sendero y no está tan oscuro.

—Entonces el punto más cercano al bungalow de Endrik por el que has pasado está a un centenar de metros. ¿Has visto si estaban las luces encendidas?

—Que yo recuerde, no. Había luz en varios bungalows, pero no puedo asegurar que me haya fijado en el de Endrik.

Jeff se volvió hacia Harry Thornton.

—¿Dices que no has salido en toda la tarde?

—Exacto —asintió Thornton.

—Sin embargo un sirviente, no diré cuál, te ha visto cerca del bungalow de Endrik —aseguró Jeff.

Thornton se irguió en su asiento inmediatamente. Abrió la boca dispuesto a decir algo, pero antes de que pudiera hacerlo, Jeff le interrumpió.

—No te precipites, Harry. Será mejor que pienses detenidamente antes de hablar.

Harry observó con expresión dura a Jeff durante unos instantes. Luego bajó la mirada.

—Lo había olvidado —murmuró—. Es cierto que he salido, pero sólo algunos minutos. Estaba preocupado por Julia. He salido a ver si la veía venir.

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