La danza de los deseos – Laura Abbot

La Danza de los Deseos

Laura Abbot

Título Original: The Wrong Man

Género: Contemporáneo

Protagonistas: Trent Baker y Libby Cameron

Argumento

Casarse con el hombre equivocado sólo podía llevar al divorcio…

Fue una dura lección, pero Libby Cameron la aprendió bien. Doce años después, su ex marido regresó a la ciudad, pero ella era lo bastante lista como para no volver a las andadas… aunque no resultara tan fácil después de descubrir que Trent estaba criando a una niña él solo.

Kylie Baker la necesitaba y Libby no podía darle la espalda. Igual que no podía dar la espalda a lo que sentía por Trent. Pero, ¿cómo podría olvidar todo lo ocurrido, todas las veces que él la había decepcionado? ¿Habría cambiado de verdad? ¿Podía el hombre equivocado convertirse en el adecuado?

Capítulo 1

Rápidos de espumeante agua, traicioneros terrenos escarpados, rodeos en calidad de amateur. Hasta hacía bien poco, Trent Baker había vivido corriendo riesgos y acostumbrado a salir airoso de todos los obstáculos. Sin embargo, nada lo había preparado para lo que significaba ser padre soltero.

—Kylie, tesoro, llegarás tarde al colegio.

—Tengo que encontrarlo, papá. Mamá decía que era bonito.

Haciendo un esfuerzo por controlar la impaciencia, Trent se apoyó en la pared de la habitación rosa y blanca mientras su hija de siete años vaciaba el joyero con música en busca de un escurridizo pasador que parecía ser el único que hacía juego con su ropa: leotardos rosas y jersey de cuello alto de flores en color morado y rosa. Ya habían buscado en todos los cajones de la cómoda, el suelo del armario y el armario del baño.

—¡Aquí está! —dijo la niña haciendo una pirueta, los ojos azules brillantes. A continuación, le entregó a su padre el cepillo y se sentó en la cama—. Ponme guapa.

Sus inocentes palabras fueron como un dardo. Arreglarle el pelo le parecía un reto demasiado importante.

Kylie esperaba pacientemente mientras él cepillaba el pelo largo y rubio, igual que el de su madre. Abriendo torpemente el pasador, Trent deseó con vehemencia que las niñas llegaran con un manual de instrucciones.

—¿Qué te parece? —preguntó al fin.

—Está torcido —dijo la niña, que corrió al espejo para mirarse.

Trent suspiró. Ashley lo habría hecho perfectamente.

—Ponte el abrigo, cariño.

La mirada de la niña le dejó claro que como peluquero era un desastre pero, para su alivio, se dirigió al armario y se dejó ayudar para ponerse la parka con sumo cuidado para no romper el precioso pasador.

A continuación se colocó la mochila a la espalda y lo siguió hasta el todoterreno pickup que Trent había dejado calentándose con el contacto encendido. Tras acomodar a Kylie en su asiento la parte trasera, Trent raspó los restos de hielo de la luna.

—¿Tienes frío?

Por toda respuesta, Kylie se encogió de hombros, cruzó los brazos y agachó la cabeza. Con ligeras variaciones, su actitud era la misma todos los días. Esa mañana, el retraso se había debido al pasador «perdido». Otros días, se quejaba de dolor de estómago, o se negaba a desayunar o se negaba a hablar, igual que estaba haciendo en ese momento. Trent tuvo que controlar la sensación de pánico ya familiar. No tenía ni idea de lo que hacer con ella.

Ashley siempre lo había sabido. Pero Ashley no estaba allí. Nunca lo haría y, mirándolo bien, Kylie era una niña modelo.

Su comportamiento era normal, el consejero del colegio se lo había dicho. No todos los niños manejaban la tristeza de la misma forma y la aversión al colegio era una de las reacciones. Pero también el rechazo. Un comportamiento controlado. La sobreactuación.

Trent miró por el retrovisor. Kylie tenía la mirada fija en sus manos sobre el regazo. Parecía muy frágil, indefensa y sola.

Trent clavó las manos en el volante. No era justo. Una voraz leucemia había acabado con la vida de su hermosa y vivaz Ashley sin que él pudiera hacer nada por evitarlo. Había pasado ya casi un año y en su casa aún hacía eco la presencia de mamá. La leucemia había dejado bien claro el mensaje. Trent Baker había dejado de ser dueño de su vida y ni siquiera sabía cómo ayudar a su hija. Menudo padre.

—No voy a ir —una voz llena de tristeza lo sacó de sus pensamientos.

—Ya lo hemos discutido, Kylie. Sí vas a ir. Es la ley —dijo él intentando que su voz sonara neutra.

—¡Te odio!

Trent no se atrevió a mirar por el retrovisor y ver la beligerancia que brillaba en los ojos de Kylie.

—Es una pena porque yo te quiero mucho —dijo él entrando en el colegio consciente de que la mayoría de los niños ya habían entrado. Le habló con ternura mientras le desabrochaba el cinturón—. Intenta pasarlo bien. El colegio merece que le des una oportunidad. Puede que te guste —sonrió pero sólo recibió una mueca de cinismo por parte de la niña.

Kylie salió del coche y, sin mirar atrás, se dirigió a la entrada. Por la tarde, su profesor le dijo que Kylie se pondría bien pero, con el fatalismo que nace de la experiencia, él sabía que la historia volvería a repetirse a la mañana siguiente.

Tampoco ayudaba que tuviera que quedarse en el colegio haciendo actividades extraescolares y que luego fuera a recogerla su abuela hasta que él saliera del trabajo; ni que el frío invierno de Montana la obligara a quedarse encerrada en casa el resto del día; ni que el contrato de alquiler le prohibiera tener animales en casa.

Pero, aunque hubiera podido solucionar todas esas eventualidades, seguiría sin poder darle aquello que más necesitaba: a su madre.

* * * * *

Libby Cameron se puso el abrigo y tomó el maletín con los trabajos corregidos. Después cerró la puerta con llave y bajó con cuidado los escalones cubiertos de hielo de su casa para entrar en el coche que la esperaba aparcado junto a la acera.

—¡Qué frío! —murmuró mientras subía al asiento del copiloto—. Una fría mañana en Whitefish.

Doug Travers sonrió.

—¿Qué tiene de malo un poco del reconfortante aire de Montana? —tomó la mano enguantada de Libby—. Sobre todo, estando acompañado de tan bella mujer.

El aroma a loción de afeitado de marca y cuero de coche nuevo se mezcló con el agradable calor de la calefacción.

—Gracias por llevarme a trabajar. Uno de los profesores me llevará al taller a recoger mi coche.

—¿Estás segura de que no puedo ayudarte? —el tono solícito de Doug no dejaba lugar a dudas.

Libby estudió el perfil del hombre: barbilla firme, labios jugosos, nariz griega, frente alta y prematuras entradas. Guapo como un ejecutivo de éxito. Un buen hombre. Un hombre familiar del que poder depender.

Libby se había llevado una gran sorpresa cuando Mary Travers, la directora del colegio de primaria en el que daba clase, le había sugerido una cita a ciegas con su hijo. Al principio, se mostró reticente. No tenía muchas ganas de volver a salir con nadie después de varias relaciones fracasadas. Y menos ganas aún de pensar en algo tan ridículo como volver a enamorarse. De hecho, vivir sola era un lujo comparado con la sensación de estar pendiente del hombre equivocado. No era ninguna estúpida y la experiencia le había enseñado. Aun así, lento pero seguro, Doug se había ido haciendo un hueco. Se había comportado como un caballero durante los seis meses que llevaban saliendo y, por mucho que ella odiara admitirlo, le resultaba agradable tener a alguien con quien ir al cine, a las funciones del barrio y fiestas del colegio.

—Lib, he conseguido entradas para la sinfónica en Missoula este fin de semana. Pensé que podríamos ir cenar en un bonito restaurante, ir al concierto y pasar la noche en un pequeño hotel nuevo del que he oído hablar.

Libby notó que las manos empezaban a sudarle dentro de los guantes. ¿Era su imaginación o había dicho algo de pasar la noche en un hotel?

—Yo… el concierto… ¿Quién es el artista invitado? —tartamudeó.

—Un chelo de Praga —dijo él mirándola desconcertado.

—Oh —«di algo, rápido»—. ¿Qué noche?

—El sábado —dijo él con tranquilidad entrando en el colegio.

Libby se removió inquieta abrazando con celo la cartera de sus libros.

—Deja que lo piense.

—Lib, ¿te preocupa lo de pasar la noche en un hotel? —preguntó él sujetándola por el antebrazo. Libby notó la boca seca.

—No sabía qué pensar —dijo finalmente consciente de que sonaba ridículo. Cualquier mujer de treinta y tantos de Montana no lo dudaría ante la posibilidad de pasar el fin de semana con Doug Travers. Era un buen partido sin duda alguna. Un agente de seguros de éxito acostumbrado a las cosas buenas, generoso con su dinero, un hijo y un tío cariñoso. Libby desearía…

—Reservaré habitaciones separadas —dijo él aunque su tono delataba que había esperado algo distinto.

—Estará bien —dijo ella tragando con alivio y saliendo del coche a continuación—. Quedamos en eso. Estoy deseando ir.

De pie en el frío de la mañana lo vio alejarse con una sensación extraña en el estómago. Hasta el momento su relación había sido… cómoda y agradable.

El frío del aire de diciembre sacudía los extremos de su bufanda haciéndole burla. ¿Qué hombre normal se conformaría con una relación «cómoda y agradable»? ¿Y por qué no podía ella ofrecer nada más?

Sabía la respuesta pero se negaba a pensar en ello. Buscó el refugio que le daba su clase decorada con alegría donde los abrazos, las risas y el entusiasmo contagioso de sus niños de segundo le hacían revivir como nada lo había hecho desde que…

«¡Idiota! Déjalo estar ya».

* * * * *

Trent estaba en cuclillas comprobando las puertas cristaleras que había instalado en aquel enorme salón. A través del cristal se veía la ciudad de Billings y tras ella el río Yellowstone, más allá del cual se observaba una pradera cubierta por unas oscuras nubes. Tras él, en la cocina, su suegro hablaba con los exigentes dueños de la casa que querían un nuevo cambio en las especificaciones pactadas. Trent gimió. No comprendía por qué Gus lo soportaba pero su suegro a menudo le recordaba que construir una casa a medida significaba eso precisamente, tener que cumplir los deseos del cliente por muy frívolos o molestos que pudieran resultar.

Con la caja de herramientas en la mano, Trent se dirigió a la habitación de invitados donde nadie pudiera escucharla. Tomó la lijadora y se puso a trabajar con las estanterías de una librería. Ya antes de recibir la llamada de su amigo Chad. Trent se había estado preguntando cuánto tiempo aguantaría en ese trabajo. No era que no hubiera apreciado en su momento el trabajo que Gus Chisholm le había proporcionado. Cuando Trent conoció a Ashley no tenía un empleo fijo. Había sido instructor de esquí y de rafting, había trabajado en un rancho y también había sido carpintero. Y se había dado cuenta de que tendría que sentar la cabeza si quería casarse con ella. Hasta entonces, sólo se había preocupado de divertirse, sin mostrar deseo alguno de labrarse un futuro.

Poco después, la idea del matrimonio dejó de ser cuestión de deseo y pasó a ser obligación. Su embarazo los pilló desprevenidos a los dos.

La oferta de Gus de trabajar con él en la construcción de casas de lujo había llegado como caída del cielo y no quería pensar en lo que habrían hecho de no haber contado con el seguro médico cuando Ashley enfermó. Pero últimamente, Trent se iba dando cuenta de que no tenía la paciencia necesaria para el negocio de la construcción ni la diplomacia para tratar con clientes ricos y caprichosos.

Se preguntaba si habría llegado el momento de cambiar. Chad Laraby, su mejor amigo necesitaba un socio con quien comprar Swan Mountain Adventures, una empresa de turismo activo en su pueblo natal, Whitefish, que ofrecía excursiones organizadas en las que practicar rafting, caza, pesca, excursionismo y bicicleta de montaña. Era el trabajo perfecto. El y Chad siempre habían formado buen equipo, tanto para ligar en el instituto como para ganar el campeonato de baloncesto. Trent no confiaba tanto en nadie más.

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