El Oro y la Ceniza – Eliette Abécassis

Capítulo 11

Esta mañana, el padre Franz ha venido a visitarme a mi celda.

–¿Qué hace aquí? – le he dicho-. ¿No sabe que los demonios de las personas poseídas se apoderan de todos los que las ven?

–Mi vista ha empeorado aún más. Ya no veo casi nada.

–¿Qué quiere?

–Lo sabe muy bien. Convertirlo.

–¿Convertirme? – dije-. ¿Convertirme a qué? ¿No cree que mi pecado es demasiado grave?

–Incluso en usted hay una fisura.

–¿Una fisura, cuál?

–¿No la amó de verdad?

Guardé silencio.

–¿No deseó sinceramente, por ella, que le fuera recreado un corazón puro, un espíritu nuevo? ¿No se dijo, en el fondo de su alma: dame la fe para luchar contra la muerte que priva a mi alma de gracia, acepta mis sacrificios, sácame de las tinieblas y déjala unirse a mí? Si ha amado, ha sabido reservar en su interior un shio al otro: ha conocido la experiencia de la abertura, de la falta del otro. ¿Sabe? Es esa misma oquedad la que crea el mal, es ese mismo vacío lo que hay que oponerle, vacío de ser, vacío de sentido…, no de palabras, pues no es el silencio lo que le pido; lo que quiero es que cree en usted esesitio que se niega a absorberlo, esa desgarradura semejante a la herida del amor. La atracción que ejerce en usted la pureza: ésa es su fisura.

–Ese asesinato de la escisión lleva una firma inconfundible. Usted mismo lo dijo: el Diablo los mató a todos.

–Y usted se encuentra en manos de su sacerdote.

–¿A quién se refiere?

–A él, a su confesor que viene a visitarlo con regularidad: ya le dije que se alejara de él. Desconfíe del padre Francis, huya de él, huya de él como del diablo; eso mismo le había dicho yo a Schiller cuando entabló amistad con él.

–Pobre padre Franz… No entiende nada, veo. ¿Qué vamos a hacer con usted? ¿Habrá que infligirle el mismo destino que a Schiller para que comprenda al fin?

Entonces el padre Franz dirigió los ojos al cielo, aquellos pobres ojos que no veían nada.

Capítulo 12

Al menos usted lo sabe, lo sabe todo. Usted es la mirada absoluta. Usted sondea las entrañas y los corazones. Es mi hermano, mi confidente, mi compañero. Me otorga confianza. Me escucha, me comprende, me admira. Es lo opuesto a mí, mi complemento. Cuando estoy en su compañía, me siento plenamente yo mismo. Sople: su aliento me inspira.

Sople…, ¿lo ve? Está allí, muy cerca de usted, se aproxima. En los ríos y en los estanques donde borbotean los metales fundidos, las hogueras, en las ascuas y los calderos de pez y de azufre y en las llamas devoradoras, alrededor de las cadenas y los clavos candentes, en el centro justo de las bolas de fuego que suben y bajan sin descanso en una lluvia de cenizas, dentro de las humaredas asfixiantes, ¿lo siente?

En medio de las exhalaciones nauseabundas que suben de los pozos, en los efluvios pestilentes, en el aire irrespirable, cuando las aguas límpidas se transforman en ciénagas inflamadas de miasmas, allí está. En la mordedura del frío, en el sudor y el calor, cuando el cielo desmenuzado truena y salen de él como excrementos las lluvias torrenciales, en las heladas y los huracanes, entre las bestias inmundas, las serpientes, los sapos y las sabandijas, y todo lo que desgarra, la destrucción y la devastación, es él.

En los alaridos estridentes de los ajusticiados y en las risas entusiastas de los que se mofan, en cada insulto y en cada humillación, está allí, muy cerca de usted, de usted a mí, de mí a usted, la serpiente gigantesca, reina de este mundo, que aspira el aire y lo engulle todo, para verter sobre toda criatura su aliento tóxico, abominable. La serpiente hipnotizadora, sabia y reflexiva, prudente, hábil, la serpiente mesiánica que a la manera de una onda se enrosca en el hueco de su mirada, temible en su hechizo y belleza cuando avanza reptando por la tierra y ondulándose en el aire: la serpiente vertical es él. Él es el amo más sagaz, el más astuto. Es él, no lo dude.

Cerca de un lago de sangre, en una ciudad rodeada de una muralla y provista de una alta torre como las ciudadelas medievales, excavada en el hielo del Cocito por el hálito del negro serafín, allí está él: dando la bienvenida a las almas puras y hermosas, atrayéndolas a su seno para pervertirlas, para degradarlas, acogiendo a los cobardes, a los que no eligieron ni el bien ni el mal, recibiendo a los pecadores por incontinencia y a los pecadores por malicia, no a sus víctimas sino a sus mayordomos, abrazando a los espíritus más negros y más violentos, los de los estafadores, los traidores y los criminales, a los que eligieron deliberadamente sumarse a sus filas y a los que no lograron resistir a sus tentaciones: la tarea de todos ellos consiste en golpear a los inocentes. En el sexto círculo, donde crecen las más extrañas plantas, de hojas torcidas, tonalidades violáceas, que rezuman viscosas sustancias, están los personajes vivos cuya alma no será nunca condenada, aquellos que nunca serán precipitados al Infierno porque lo dislocarían para convertirlo en un lugar cenagoso, un río borboteante de sangre: ésos son sus amigos, a los que denominan los buscadores de oro.

Misterio de los misterios. Él. ¿Quién es él? ¿Un espíritu? ¿Un genio? Entonces es imperecedero, es el elemento inmaterial y modesto, origen de los pensamientos, del amor, de la voluntad y de todo cuanto existe. Es el cuerpo sutil, emisor de vibraciones, el fluido vital que pone de manifiesto la gran energía cósmica, el doble del cuerpo físico, que lleva consigo todas las marcas, todos los estigmas humanos, todos los conflictos, de los primeros a los últimos, y las grandes agonías. Traba relación con uno, se instala en su interior como en casa propia, le convierte a uno en su demonio y, mediante su cuerpo, surge a la vida.

Él es el ser inefable, que hace aparecer y desaparecer todas las cosas. Es el gran prestidigitador.

Sople, vamos. ¿Lo ve, cubierto de sangre? Tiene coágulos negros pegados a los ojos, a los labios, a la nariz. Contémplelo en el espejo; le costará reconocer una cara.

¿Una cara? Si él no tiene cara. Tiene mil caras.

Con el agua se limpian bastante bien los grumos; pero le cuesta desincrustarlos de su sortija de sello: los objetos lo delatan siempre más que los hombres.

¿Lo ve? ¿Sabe de quién hablo?

Capítulo 13

Desde el primer momento supe que usted y yo estábamos hechos para entendernos.

Cronología

27 de enero de 1945: nacimiento de Carl Rudolf Schiller.

28 de septiembre de 1991: suicidio de Ron Bronstein.

24 de oaubre de 1994: carta de Michel Perraud a Maurice Crétel.

Otoño de 1994: caso Talment.

27 de enero de 1995: asesinato de Carl Rudolf Schiller.

30 de enero de 1995: encuentro con Samy y Mina Perlman.

27 de febrero de 1995: coloquio sobre la Shoah en la Universidad Católica de París.

28 de febrero de 1995: cena en casa de Félix Werner.

29 de febrero de 1995: viaje a Washington.

13 de marzo de 1995: cita en el Lutétia con Lisa Perlman.

29 de marzo de 1995: primer beso a Lisa Perlman.

1 de abril de 1995: viaje a Roma.

3 de abril de 1995: regreso a París.

10 de abril de 1995: pedida de mano de Lisa Perlman.

6 de mayo de 1995; boda con Lisa Perlman.

7 al 30 de mayo de 1995: viaje de bodas a Israel.

28 de septiembre de 1995: viaje a Auschwitz.

29 de septiembre de 1995: regreso a París.

24 de octubre de 1997: juicio contra Jean-Yves Lerais.

3 de noviembre de 1997: detención de Rafael Simmer.

5 de noviembre de 1997: juicio contra Álvarez Ferrara.

2 de diciembre de 1997: asesinato de Álvarez Ferrara.

Mañana: juicio contra Rafael Simmer.

Agradecimientos

Gracias a mi madre, lectora perspicaz y apasionada, y a mi padre, intérprete espiritual de las diferentes versiones de este libro.

Mi agradecimiento para Rosa Lallier, de quien proviene el germen de la idea de este libro, tanto en su fondo como en la forma. Le doy las gracias asimismo por las múltiples relecturas y el aliento que me ha dispensado.

Gracias a Yulal Dolev.

Querría expresar también mi agradecimiento a:

Frangoise Samson por su paciencia, su talento, su rigor y su trabajo obstinado: este libro le debe mucho. Daniel Rad-ford, por su confianza y su espléndida fe. Henri Verdier, por haberme introducido en la gnosis, por haber querido hacer de ésta un tema de novela, por haberme releído atentamente y haberme arropado con su amistad. Laurent Verdier, por su lectura atenta y por el descubrimiento del mundo jurídico. Emmanuelle Abécassis, por su rápido diagnóstico y su lectura médica. Thierry Binisti, cuyas apreciaciones tengo en alta estima. Tilla Rudel-Maidenberg, que me ha apoyado, releído, corregido e inspirado. Nicolás Weil, por todo lo que me ha enseñado, en persona y a través de sus escritos y consejos de lectura. Franck Debié, mi primer lector cuyo entusiasmo medio fuerzas para proseguir. Catherine Bray, por sus esfuerzos y sus noches en blanco. Jean-Richard Freyman, por su «asesoría psiquiátrica». Théo Klein, por su información sobre el mundo jurídico.

Gracias a Aaron Lobel, Master Dowling y Vicky Macy: sin su calurosa acogida y su apoyo no habría podido llevar a cabo las investigaciones que necesitaba hacer. Gracias a Richard Marius, que me abrió su casa para que pudiera escribir en ella.

Quiero dar finalmente las gracias a Howard Stern, que se reconocerá muchas veces en este libro, desde las referencias a la música de Elgar a las numerosas discusiones que hemos mantenido en relación a la Shoah. Le agradezco en especial el detalle que tuvo al prestarme el poema Ararat (quinta parte).

* * *

[1] Comunidad judía de la Europa oriental.

[2] «Marais», palabra que da nombre a un barrio de París, significa comúnmente ciénaga, zona pantanosa. (N. de la T.)

[3] «Escucha, Israel.» Así empieza una de las oraciones judías, que suele rezarse tres o cuatro veces al día. (N. de la T)

[4] Secta gnóstica caracterizada por su rigurosísima postura con respecto a las relaciones sexuales. (N. de la T.)

[5] Entre los cátaros, los perfectos eran predicadores y enseñantes, tanto hombres como mujeres, que hacían unos votos especiales de castidad. (N de la T)

[6] Revista de orientación fascista. (N. de la T.)

[7] «Pordiosera, puta», palabra que designa a la República en círculos de la extrema derecha. (N. de la T.)

[8] Estos versos, al igual que el que aparece más adelante en cursiva y buena parte de los dispersos en el capítulo 5, pertenecen al poema Fuga de la muerte de Paul Celan (1920-1970), poeta judío alemán muy marcado por la experiencia de la Shoah y que acabaría suicidándose al cabo de los años. (N. de la T.)

[9] En la teología hebrea, la morada de los muertos o de los espíritus difuntos; el infierno. (N. de la T.)

[10] Oración en memoria de los difuntos. (N. de la T.)

[11] En el gnosticismo, conjunto de los eones, especie de seres superiores derivados de Dios e intermediarios entre él y el mundo. (N. de la T.)

[12] Emblema del gobierno de Vichy en que se representaba la francisca, hacha de guerra de los francos. (N. de la N)

[13] Prisionero judío que designaban los alemanes para controlar a otros en los campos y que gozaba por ello de ciertas ventajas. (N. de la T.)